“Antes de mandar un mensaje de voz piensa en si podrías decir lo mismo por escrito”: cómo frenar la avalancha de audios en WhatsApp
7.000 millones de mensajes con audio se envían a diario por WhatsApp, una nueva forma de comunicación que provoca rechazo y a la que la compañía ya busca soluciones con un proyecto para transcribirlos automáticamente
En 2013 renunció un papa, se eligió a otro, Obama asumió su segundo mandato y Edward Snowden puso en jaque a Estados Unidos tras filtrar documentos secretos sobre la NSA. Un asunto menor en medio de tanto ruido fue que WhatsApp introdujo las notas de voz en su aplicación. O sea, la posibilidad de enviar, en vez de un texto a un interlocutor, un archivo de audio con un mensaje con nuestra propia voz. Diez años después, esa minucia que solo algunos portales de tecnología se hicieron eco ha cambiado completamente la forma en que nos comunicamos. No hemos vuelto a poder disfrutar del silencio.
Por aquel entonces la aplicacion ya contaba con 20 millones de usuarios en España y 300 millones en todo el mundo (hoy son más de 2.200 millones). Pero no fue hasta 2018 cuando los mensajes de voz se popularizaron, cuando webs especializadas como The Ringer se preguntaron si comenzaba su era. Todavía no ha terminado. Desde entonces nos vemos inundados de mensajes de voz (según datos de WhatsApp, fueron 7.000 millones al día en 2022) en los que no existe el límite de tiempo. Existe, en realidad, el límite de peso: 64 megas es, según la compañía, lo máximo que puede pesar un archivo, pero rece para no tener que descubrir nunca cuántas decenas de minutos de voz pueden caber ahí. Pista: en Twitter se han avistado audios de casi 20 minutos.
Muchos dijeron: han vuelto los contestadores automáticos. Pero no del todo. En el contestador automático alguien dejaba un mensaje conciso, breve y, habitualmente, importante. Y, sobre todo, no esperaban que tuviésemos que responder inmediatamente. Los mensajes de voz llegan continuamente a nuestros dispositivos sin haber sido invitados, agotan al mundo y representan la cultura de la hiperconectividad en la que estamos inmersos que impide que las obligaciones sociales, laborales y familiares no terminen jamás. Estamos encerrados en la conversación eterna. La dictadura de tener que escuchar audios de WhatsApp y esperar de nosotros que los respondamos crea debate en la calle, en Twitter y en tribunas en este periódico.
Desde WhatsApp parecen conscientes de cómo nos han complicado la existencia y se vuelve a trabajar en una actualización que transcribe automáticamente los mensajes para aquel que no quiera escucharlos (tras un primer intento en 2021 que se canceló). Apple, por su parte, parece querer hacérnosla aún peor: ellos trabajan en una tecnología para iMessage que transformará los mensajes escritos en mensajes con la voz de su receptor. Olviden el patológico disgusto por escuchar su propia voz de generaciones anteriores: hoy no dejamos de registrar la nuestra en todo tipo de dispositivos.
La voz (in)humana
¿Cuál es exactamente nuestro problema con los mensajes de voz? No es escuchar otra voz humana. De hecho, esa parece gustarnos: el consumo de podcast en España se duplicó en 2022. Escuchamos una media de 9,5 horas de voces ajenas en este formato cada semana. El problema, según todos los expertos, es la obligatoriedad que impone: un mensaje de voz hay que escucharlo entero y escucharlo ahora. “Si a uno le aburre un podcast, lo apaga y ya está. Pero si un amigo te manda un audio, te sientes en la obligación de sostener de alguna manera esa conversación”, explica la psicóloga Violeta Alcocer. “Y los mensajes de audio obligan a quien los escucha a atender lo que se dice desde el principio hasta el final para poder comprender el mensaje en su totalidad”.
Esto no sería del todo problemático si supiésemos sintetizar lo que queremos decir, pero no parece que estemos dispuestos a escatimar en palabras. “En un mensaje de audio vamos a utilizar más expresiones redundantes, titubeos y comentarios ramificados sobre el mensaje principal. La persona que lo escucha se va a ver obligada a permanecer atenta a un discurso de longitud variable para poder enterarse de algo tan sencillo como, por ejemplo, que su padre va a hacer croquetas para cenar”, continúa la psicóloga. WhatsApp pareció confirmar justo hace un año que estábamos mandando mensajes muy largos cuando incorporó, en marzo de 2022, la posibilidad de reproducir mensajes a dos velocidades. Un elemento que, junto a la controvertida decisión de Netflix de permitir que se vean sus productos a la velocidad elegida por el espectador o la moda de versiones apitufadas y veloces de canciones populares, define muy bien un momento en el que tenemos que atender a tantas cosas que nuestra existencia avanza a cámara rápida.
“Un motivo básico para nuestro rechazo a este tipo de mensajes es nuestra sociedad de la inmediatez”, confirma el psiquiatra Luis Gutiérrez Rojas, autor de La belleza de vivir, una guía para sobrevivir en un mundo cada vez más acelerado. “Lo queremos todo rápido, lo queremos todo hecho y somos cada vez más impacientes. El gran problema de los mensajes de voz, que la gente ya reproduce directamente a doble velocidad, es que necesitamos conocer muy rápido qué nos quieren decir. Si encima ya duran tres, cuatro o cinco minutos, la molestia es cósmica”. Otras veces, ojo, la molestia es no poder escucharlos. “A veces no podemos escuchar un mensaje si hay gente alrededor”, señala Fernando Sarrais, autor de El diálogo, una guía sobre cómo comunicarse mejor. “Esta espera para oír el mensaje en privado acaba siendo desagradable, pues nos hemos vuelto impacientes”.
Es curioso que al final el tiempo sea quien dicta nuestra relación con este tipo de mensajes. Las otras dos grandes plataformas de Mark Zuckerberg, Facebook e Instagram, cortan de raíz el problema: por ahora, allí los mensajes de voz tienen un límite de un minuto. Eso no es del todo positivo: suele acabar provocando más incomodidad cuando recibimos, en vez de un mensaje de voz muy largo, cuatro muy cortos.
No me llames
Superada la cuestión de la longitud cabe plantearse si algo que podemos decir de forma breve y escueta no merecería la pena escribirlo. “Como en todo, habría que aplicar aquí el sentido común y la educación”, observa Gutiérrez Rojas. “Antes de mandar un mensaje de voz piensa en si podrías escribir un breve mensaje. Sé empático. A menudo me dicen: ‘Te mando un audio, que sé que estás liado’. Oye, ¡si sabes que estoy liado no me mandes un audio! Muchos terminan con un ‘disculpa por la brasa que te he dado’. ¡No me pidas disculpas y no lo hagas!”. Lección importante: si no queda más remedio que enviar un mensaje de voz, es de educación preguntar al interlocutor si le parece bien recibir uno y si está en una situación en la que pueda escucharlo con tranquilidad. A menudo el trabajo es doble para el emisor: si nos envían un mensaje de voz urgente y nos pillan reunidos tendrán que escribirlo todo de nuevo.
Algunos seguirán pensando que hay cosas que es mejor expresar con nuestra voz y tienen razón. Sarrais confirma que “la comunicación escrita es más fría no tiene el contexto del lenguaje corporal y la entonación que puede aportar matices y expresar afecto, así que es mejor para tratar temas complejos o delicados que requieren matizaciones”. Alcocer está de acuerdo: “Una entonación y una voz familiar que hace que, de alguna manera, la persona a la escuchas esté mucho más presente para ti que si solamente lees su mensaje”. Eso sí, Gutiérrez Rojas alerta de que esa emotividad humana juega en dos direcciones: “Vayámonos al otro lado: la emotividad negativa. Alguna gente manda audios para que se note lo cabreada que está. No olvidemos los juicios, por ejemplo por violencia de género, en los que se han mostrado mensajes desagradables en los que ya el tono de voz lo marca todo. No existe eso en los mensajes de texto. Puedes poner mayúscula y exclamaciones, pero la fuerza de la voz y su riqueza es mucho mayor, tanto para el cariño como para la rabia. Como psiquiatra no puedo enumerar cuánta gente se arrepiente de cosas que ha dicho y ha dejado registradas y, en el caso del audio con más fuerza, por la tonalidad. Nunca envíes audios enfadado, ojo con las recriminaciones y con decir cualquier cosa llevado por las emociones. Eso queda para siempre”.
Por ahora, y a espera de lo que desde WhatsApp se haga con ellos, el mensaje de voz se queda. Cada vez más canciones populares lo incluyen, de Adele a Harry Styles pasando por Fusa Nocta, una costumbre heredada del r&b de los noventa en los que se incluían mensajes que los artistas recibían en su contestador (Pitchfork publicó en 2017 una completa guía al respecto). Las aplicaciones de citas y ligue empiezan a incluir los mensajes de voz en sus chats. Grindr fue la primera (como siempre) y hoy se disfruta en otras como Happn, Bumble o Hinge. El salto al mensaje de voz siempre fue percibido en estos contextos como un paso adelante: tras la conversación escrita, recibir un mensaje donde escuchar la voz de un o una posible pretendiente invita a pensar en campanas de boda. Eso ya ha hecho popular el voicefishing, o sea, a la gente que cambia su acento, tono o gravedad en la voz en un intento de parecer más deseable. Hoy, cuando la tecnología nos aplasta con mensajes de voz que a menudo podrían haberse solucionado con un texto que diga “te veo a las cinco”, es posible que lo más deseable sea mostrarse escueto, directo y breve.
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