Jardines (casi) sin riego: el nuevo paisajismo que desafía a la sequía
Ante un futuro marcado por la escasez de agua en el entorno mediterráneo, surge una nueva jardinería que mediante el uso de especies autóctonas, tradicionalmente ignoradas, promulga la gestión eficiente del agua y un cambio de sensibilidad acerca de la visión convencional del jardín
Una nueva corriente de paisajismo, impulsada más por la necesidad que por la inercia de las modas, ha vuelto la mirada al entorno mediterráneo y aboga por un cambio de paradigma. Hasta ahora, la jardinería en la cuenca mediterránea se fijaba más en el modelo de los países de clima templado del centro de Europa, como Reino Unido o Francia, en la búsqueda de una estética siempre perfecta en el jardín, sin tener en cuenta el sol abrasador de estas latitudes y a costa de un consumo inasumible de agua.
Los largos periodos de sequía propios del clima mediterráneo se han acentuado en las últimas décadas a consecuencia del cambio climático. El pasado mes de febrero fue el segundo más seco de este siglo, según los datos de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Por su parte, el ultimo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, alerta de que en el Mediterráneo el calentamiento avanza más deprisa que la media del planeta.
Ante esta situación, los expertos apuestan por el uso en el jardín de plantas que requieran de los mínimos recursos hídricos para desarrollarse. No tienen por qué ser cactus o suculentas exóticas, se puede aprovechar la flora mediterránea adaptada a la sequía. Ese tipo de vegetación es el objeto de estudio de Olivier Filippi, gurú del jardin sec (jardín sin riego en español). Junto a su mujer Clara, Filippi levantó hace 30 años un vivero en la región de Occitania, al sur de Francia, con una excepcional colección de plantas de carácter mediterráneo con bajo requerimiento hídrico. En su libro El jardín sin riego (Ediciones Omega), defiende las bondades de la flora meridional europea: “Tenemos la idea de que el agua conlleva riqueza y diversidad y que la sequía limita las posibilidades de la jardinería en clima mediterráneo. Sin embargo, ocurre al revés, la flora es más rica en las regiones de clima mediterráneo que en las de clima templado”. En la región mediterránea crecen 25.000 especies de plantas, lo que significa cerca del 10% de todo el planeta.
Para otros expertos no se trata de dejar la planta a merced de la meteorología, si no de gestionar el riego con sentido común. Así lo explica Enric Sancho, director técnico de Cultidelta, vivero especializado en la producción y comercialización de plantas autóctonas de las áreas mediterráneas: “El objetivo debe ser que la planta se habitúe a vivir con una pequeña cantidad de agua. Con la dosis que toca, y en los momentos que toca, es más que suficiente para su desarrollo”.
En la misma línea, el paisajista Valerio Miragoli, que trabaja en Ibiza donde la escasez de agua es especialmente severa, explica cómo una planta siempre piensa en sus ahorros y en la forma de gestionarlos para sobrevivir: “Tenemos que tratarla de manera que vaya desarrollando esas capacidades de adaptación, volviéndose cada vez más independiente”.
Ambos expertos coinciden en que este tipo de jardín seco necesita un poco de ayuda durante su implantación, sobre todo los dos primeros años. “La planta viene del vivero criada en maceta y acostumbrada al agua, no ha crecido sola en el campo ni ha superado una primera selección natural de semilla”, explica Miragoli.
Una vez superada esa fase, el riego no desaparece drásticamente, si no que se controla meticulosamente su aporte, hasta que la planta ya está preparada para vivir largas temporadas con poca agua. En el jardín experimental de Cultidelta en Amposta (Tarragona) se lleva al límite la resistencia de las plantas. Durante otoño e invierno no se les suministra agua (dependiendo de si es un año seco o no) y tras esos meses, desde Semana Santa hasta octubre, dos o tres aportaciones muy espaciadas son suficiente. En cuanto al sistema de riego, se busca un efecto lluvia similar al de la naturaleza mediante aspersión, siempre de noche para evitar la evaporación y la aparición de hongos. Aunque Valerio Miragoli defiende el riego a mano con alcorque: “Genera una relación directa del jardinero con la planta, relación que se perdió con la llegada de la agricultura industrial en la que se automatiza todo”.
La carencia de agua tiñe el jardín sin riego de tonos pajizos durante el verano, dado que muchas de las plantas marchitan sus flores y hojas e incluso las pierden. Para que esto no se entienda como un malogro, los expertos apuestan por la sensibilización. “Es muy importante trabajar con las expectativas del cliente y saber educarlo para que aprenda a empatizar con el ciclo natural de las plantas”, apunta Miragoli.
Para Enric Sancho es también una cuestión de aceptación: “En verano las herbáceas están agostadas en la España más seca. Si lo asumimos está muy bien, pero tenemos también que considerar que es en esa estación cuando viene el cliente extranjero y más gente hace vida al exterior. Medioambientalmente es positivo, pero ¿visualmente se acepta?”, reflexiona el viverista. En este sentido, Valerio Miragoli recomienda “aprender a entender la planta para jugar con sus necesidades y conseguir un aspecto lo más óptimo posible sin alterar su ciclo natural”. El amarillo y el marrón son colores perfectamente válidos para Miragoli, pero para que el diseño funcione considera esencial crear fondos siempre verdes que generen contrastes. “Es en la estructura donde realmente está el jardín. En los movimientos de tierras, los muros y las plantas de porte estructural. La parte interior es mucho más flexible y te permite jugar con la limitación del riego”, explica este paisajista formado en los jardines de Bóboli (Florencia) que inició su trayectoria en el estudio del paisajista Fernando Caruncho.
La escasez de agua no implica, según los expertos, renunciar a composiciones sugerentes, texturas, volúmenes o colores en el jardín. Pero Miragoli advierte de que no se trata de introducir las especies mediterráneas en el jardín solo por su apariencia silvestre y gestionarlas de forma estándar, si no de sacarle provecho real a sus capacidades. En este sentido, entiende que el llamado jardín natural es más una moda estética que una realidad. “Ahora se considera muy natural plantar gramíneas alóctonas que en muchas ocasiones acaban invadiendo el entorno y ante un seto recortado de autóctonas, muchos se llevan las manos a la cabeza porque lo ven algo muy artificial. El jardín es un arte, un artificio, por lo tanto artificial”, reflexiona el paisajista hispano italiano.
El repertorio de flora autóctona se reduce a la hora de encontrar especies que vivan sin aporte extra de agua en el jardín, lo explica Enric Sancho: “Hay que seleccionar muy bien las especies para que vivan en condiciones de poca agua, manteniendo una estructura durante todo el año”. Para ampliar la paleta, propone explorar en la lista de especies –no invasoras– de otras zonas del planeta con clima mediterráneo, como Australia, California o Sudáfrica.
En cuanto al césped, existen opciones reales de tapizantes de bajo consumo alejadas de esa imagen de praderas homogéneas, de hierba siempre fresca. Entre las alternativas, Enric Sancho destaca por su buen funcionamiento las praderas de lippias, mazus, algunos tomillos o dymondias, pero avisa de que no son todo ventajas: “El consumo de agua es infinitamente más bajo pero el coste de implantación mucho más alto, por tanto la amortización es abismalmente diferente y su establecimiento es más recomendable en el ámbito doméstico”.
Este uso razonable del agua no solo busca el ahorro de recursos y la sostenibilidad, si no también la salud del jardín. “Si regamos poca cantidad pero muy seguido, el cepellón se desarrolla en superficie y la raíz queda más expuesta a las altas temperaturas del verano y el frío del invierno”, razona Sancho. Para evitar esta situación, además de gestionar eficientemente el agua, los expertos consideran esencial generar vida en el suelo. En opinión de Miragoli, “es lo que da a estas especies la capacidad de resistir sequías”. Para ello, recomienda el uso de bioestimulantes: ácidos húmicos y fúlvicos, aminoácidos o microorganismos efectivos, entre otros.
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