_
_
_
_

Sillas de pan, olivas, condones y cubitos de caldo: cómo el juego de un diseñador para pasar la cuarentena animó a otros a crear sus propias piezas

El proyecto Isolation Chair, que nació en pleno confinamiento, se convertirá en un libro que recogerá algunos de los 900 diseños efímeros

Silla de queso y galleta con pepinillo.
Silla de queso y galleta con pepinillo.Instagram

Igual que hay gente que ve caras en los sitios, el diseñador Max Enrich ve sillas. Cuatro patas (o tres, como tienen algunas de sus creaciones), un asiento y un respaldo: las cocinas, las neveras y el mundo en general está lleno de sillas potenciales. Durante la primera semana del confinamiento, esa idea volvió a presentársele. Estaba bastante aburrido en la casa que su familia tiene en el Empordà y le apetecía hacer algo con las manos pero no tenía materiales cercanos. Entonces, se puso a hacer sillas con lo que encontraba: seis cajas de cereales, paquetes de azúcar y harina, cubitos de caldo, etcétera. Las colgó en su cuenta de Instagram y pidió a sus seguidores que le enviasen otras sillas improvisadas. Enrich recuerda que le comentó a su pareja que seguramente nadie contestaría, pero muchos amigos se animaron a seguir con el reto, la mayoría no diseñadores. Hicieron sillas con olivas, con palitos de pescado, con mascarillas usadas, con hojas de plantas, con piezas de ajedrez, con patitos de goma, con paquetes de condones y con todo lo que encontraron.

Enrich los iba colgando en diversas stories en su Instagram que llamaron la atención de la web de diseño Sight Unseen. Allí se hicieron eco del proyecto y sugirieron a sus lectores que siguieran diseñando asientos y los colgaran con la etiqueta #isolationchair, silla del aislamiento. En ese punto, la cosa se disparó. Enrich calcula que le habrán llegado unas 900. Entre ellas, escogerá unas 300 que formarán parte de un libro que creará Enrich junto al director creativo de la revista Apartamento, Robbie Whitehead y editará el sello Terranova. El realizador Luis Cerveró, editor de Terranova, explica que durante este año les han llegado muchas propuestas para publicar cosas relacionadas con la cuarentena. “Muchísima gente combatía el tedio del primer confinamiento duro con algún proyecto personal creativo –comenta– Pero la verdad es que no le encontrábamos ninguna relevancia a nada. La mayoría eran diarios claustrofóbicos o fotos hechas desde la ventana. Cuando llegó el proyecto de Max fue evidente su excepcionalidad. Primero porque no era un proyecto egocéntrico, sobre su experiencia del aislamiento, sino una mirada hacia el exterior, y una invitación generosa a crear una comunidad creativa y lúdica. Y lo segundo porque en realidad el confinamiento es una mera excusa, da bastante igual, y lo que consigue en el fondo es ir a una cuestión que es mucho más profunda e interesante de lo que parece a primera vista, tanto en lo que respecta al objeto, porque te hace preguntarte qué es una silla, como en lo que respecta al creador. ¿qué es un diseñador industrial?”.


Whitehead y Enrich se sentarán en breve a escoger las que quieren que aparezcan en el libro. Sin desmerecer a sus colegas de profesión –han participado gente como los distribuidores de muebles Passeu Passeu y los creadores de la marca Wary Meyers– , Enrich prefiere las de los ajenos al mundo del diseño. “En las de los diseñadores hay mucha pretensión. Se nota que buscan la perfección y en muchos casos reproducir sillas famosas de la historia, y poner cojines y reposabrazos y demás. Eso son casi maquetas. Me gustan más las que son más espontáneas e inocentes y se despreocupan hasta del fondo de la foto. Está muy bien que los outsiders del mundo del diseño hayan hecho este ejercicio tan curioso”.

Para Enrich, el hecho de que tanta gente se haya entusiasmado con la idea, y de que funcione visualmente tan bien, prueba que la silla es la unidad básica del diseño, la pieza por la que hay que juzgar a todo arquitecto o creador que se haya dedicado a hacer muebles. “Es el arquetipo arquitectónico mas puro y sencillo. No sabemos por qué, la silla le ha robado el protagonismo a la cama, la butaca, el sofá y todo lo demás”.

Tanto él como su editor son obsesos de las sillas y comparten algunas pasiones. Ambos tienen en sus casas el modelo Thonet –Enrich coloca la suya en alto en una pared, como si fuera un cuadro–, la que casi todos los diseñadores consideran un arquetipo insuperable, la silla que resume todas las sillas. Los dos coinciden también en la Cesca, de Breuer, hecha de ratán. Enrich tiene una Gaulino de Tusquets y una First Chair de Michele de Lucchi, ejemplo perfecto, juguetón y espacial del estilo Memphis.

Cerveró tiene en el salón una Ekstrem de Ekstrøm que el mismo califica de “marcianada”. “A mi hijo le encanta. Se puede columpiar y hacer todo tipo de piruetas”, apunta. “Luego hay sillas que me flipan pero no pegan en mi casa, como la 635 de Rietveld, que siempre me ha gustado muchísimo. Y otras que me encantaría tener pero son inencontrables. Mi gran obsesión es hacerme con una Freedom de Jordi Galí”.

En su libro no habrá nada de todo esto pero sí imaginativas butacas tamaño gnomo hechas con bollos de pan, chaise longues construidas con una cinta métrica y un austero asiento, como de comedor, compuesto por pastillas de caldo Maggi.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_