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El Museo del Prado esconde en su interior uno de los primeros observatorios astronómicos de España

El famoso edificio no nació como una galería de arte, sino como un lugar para el desarrollo de las ciencias que iba a incluir el que podría haber sido el primer observatorio astronómico de Madrid. La investigadora y arquitecta Lilia Maure revela todos los detalles y recrea los planos originales

Fachada del Museo del Prado en Madrid.
Fachada del Museo del Prado en Madrid.getty images

“El edificio primigenio del Museo del Prado, aquel levantado por el arquitecto Juan de Villanueva entre 1785 y 1808 en Madrid, tenía como destino la promoción de las Ciencias; una sede que fue nombrada en 1787 por el conde de Floridablanca, ministro promotor del proyecto, Palacio de las Ciencias. Fue precisamente este destino lo que justificó su construcción fuera del entramado histórico de la ciudad, al otro lado de la vaguada que limitaba el desarrollo urbano hacia el este; junto al Monasterio de los Jerónimos y al Real Sitio del Buen Retiro”, indica la investigadora y arquitecta Lilia Maure, que acaba de publicar el libro El Museo del Prado: sus orígenes arquitectónicos y el Madrid científico del siglo XVIII (1785-1808). Sus orígenes museísticos (1818-1826) (UPM Press).

¿Por qué el hecho de que el edificio construido por Villanueva se destinase a las ciencias justificó su construcción fuera de la ciudad? La repuesta la encontramos en el Jardín Botánico. “El Botánico se había levantado alineándose al Prado de Atocha, sirviendo de amortiguador entre el Prado y el Real Sitio del Buen Retiro. Fue por tanto el deseo de la familia real de disfrutar del Jardín Botánico, lo que probablemente forzó la instalación del Laboratorio y las Aulas fuera del recinto, en un edificio de nueva planta que se alineó con la plataforma inferior del Jardín Botánico”, explica Maure.

A los objetivos originarios del edificio se añadieron en 1785 nuevas funciones, igualmente de carácter científico, véase, la demandada Academia de Ciencias y el Gabinete de Historia Natural, institución, ésta última, ya fundada pero inadecuadamente ubicada en el Palacio Goyeneche, donde también se encontraba la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El carácter subsidiario que la nueva construcción debía tener respecto al Jardín Botánico fue perdiendo fuerza frente a los nuevos cometidos previstos para el inmueble.

Plano geométrico de Madrid. 1785. Detalle de la zona sur-este de Madrid, correspondiente al Prado de los Jerónimos, Prado de Atocha, calle de Atocha y camino de Atocha.
Plano geométrico de Madrid. 1785. Detalle de la zona sur-este de Madrid, correspondiente al Prado de los Jerónimos, Prado de Atocha, calle de Atocha y camino de Atocha. Biblioteca Nacional de España
Vista de la calle de Atocha, pintura de Antonio Joli.
Vista de la calle de Atocha, pintura de Antonio Joli.Wikimedia Commons

Cuando Carlos III llegó a Madrid en 1759 tuvo que instalarse en el Real Sitio del Buen Retiro, pues el Alcázar había ardido en 1734 y el nuevo Palacio se encontraba todavía en ejecución. Pero la zona meridional de la vaguada, por la que discurrían los Prados de San Jerónimo y el de Atocha, no presentaba las condiciones adecuadas para acoger la residencia real. Dos fueron las propuestas entonces planteadas por los ministros del Rey para mejorar la situación de la zona, por un lado, la remodelación de los Prados citados y, por otro, reubicar a los pies del Real Sitio el Jardín Botánico, entonces en Migas Calientes —al oeste de Madrid—.

“El acceso principal a Madrid en época de Carlos III se efectuaba desde el sureste, por el camino de Atocha. Por lo tanto, cuando la comitiva del Rey llegaba a la ciudad proveniente de los distintos Reales Sitios —Aranjuez, Valsaín, La Granja, El Escorial y El Prado— tenía que acceder, desde la Puerta de Atocha, por el Prado de Atocha, continuando por el Prado de San Jerónimo hasta la calle de Alcalá, donde tras cruzar el Arroyo de la Castellana —que recorría la vaguada— ingresaba en el Sitio del Retiro por la misma calle de Alcalá. Un recorrido en mal estado, desde la época de Felipe V, que bajo la iniciativa del conde de Aranda —presidente del Consejo Real de Castilla—, adquiriría una nueva imagen, al encargar en 1767 al arquitecto José de Hermosilla su remodelación”, afirma Maure.

En 1768 se habían ya iniciado el terraplenado y allanamiento de la vaguada, el desvío o enterramiento parcial del Arroyo de la Castellana, la renovación del arbolado y la ubicación de sus fuentes. La forma arquitectónica infundida por el diseño de Hermosilla dotaba de un cierto protagonismo al Prado de los Jerónimos —posteriormente Salón del Prado—, que fue ensanchado, acogiendo lateralmente unos álamos, liberando la carrera interior que Hermosilla proyectó como si de un circo romano se tratase; en sus ábsides se ubicaron enfrentadas la fuente dedicada a Cibeles, al norte, y la de Neptuno, al sur —diseñadas por el arquitecto Ventura Rodríguez—. Los Prados habían sido históricamente el espacio de paseo predilecto de los madrileños. La nueva reforma inundaba de frescor y comodidad los encuentros ciudadanos; sus bancos y quioscos complementaban el apacible murmullo del agua de sus numerosas fuentes. La intervención fue efectuada casi simultáneamente a la instalación del nuevo Jardín Botánico, acogiendo así mismo posteriormente la creación del Palacio de las Ciencias.

El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado, 1790, pintura de Luis Paret y Alcázar.
El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado, 1790, pintura de Luis Paret y Alcázar.Wikipedia
Representación tridimensional de la Rotonda de la Maqueta del Palacio de las Ciencias. Vista desde el Acceso norte. Al fondo la Gran Galería cerrada por el muro del Observatorio Astronómico.
Representación tridimensional de la Rotonda de la Maqueta del Palacio de las Ciencias. Vista desde el Acceso norte. Al fondo la Gran Galería cerrada por el muro del Observatorio Astronómico. ESTUDIO E INTERPRETACIÓN LILIA MAURE Y ADRIÁN G. BULDÚ. 2019

El edificio de Villanueva se levantó en paralelo a la nueva alineación oriental del remozado Prado de Atocha, pero retranqueándose de éste, probablemente por la presencia del Qanat o Viaje de Agua que discurría en paralelo a los Prados para abastecer el santuario de la Virgen de Atocha. “Si nos atenemos a lo que la Maqueta de madera de 1786 muestra—único documento fehaciente del proyecto, indica Maure— el edificio fue concebido como una estructura longitudinal, cerrada en sus extremos mediante unos cubos —los Cuerpos Extremos—, que acoge en su centro un paralelepípedo transversal —el Cuerpo del Medio—, o Cuerpo Representativo, con el acceso principal”.

“Se trata, por tanto, de una edificación resuelta mediante la concatenación de una serie de episodios clásicos que, en su Planta Principal y de norte a sur, se suceden de la siguiente manera: Pórtico Jónico de Acceso Norte—Rotonda Jónica—Vestíbulo (Cuerpo Extremo norte); Galería septentrional (Cuerpo Intermedio norte); Vestíbulo central (Cuerpo del Medio); Galería meridional (Cuerpo Intermedio sur) y, donde cabría esperar de nuevo una continuidad formal mediante la sucesión de espacios clásicos, observamos que existe un cierre, que corresponde a un prisma de doble altura —sin acceso en la planta principal pero sí en la planta baja—, en cuyo interior se alberga un cilindro. Este cilindro presenta un gran ventanal meridional, abierto de arriba abajo a un patio que se inserta anómalamente en el centro del cubo meridional. Una configuración compleja que ha condicionado la situación actual del Museo del Prado, mermando el desarrollo de las galerías laterales en su inserción en el cubo meridional, y dejando un espacio abierto o patio de luces, innecesario y poco apropiado para una entidad de gran pureza clásica”.

Tras una ardua investigación se evidencia que se trata del Observatorio Astronómico cuya creación se decidió en 1785, aprobándose su edificación en el Palacio de las Ciencias, ya en construcción, en 1786, por el Gobierno de Carlos III y su primer ministro Floridablanca. Se trataba, por tanto, de insertar una nueva estructura —un cilindro embebido en un prisma de doble altura abierto a mediodía mediante un gran ventanal— en una obra ya en marcha, trastocando el supuesto clasicismo del proyecto original, y cuyo complejo engarce se evidencia tanto en la Maqueta como en el edificio actual. Como espacio servidor del Observatorio se creó el patio central del Cuerpo Extremo meridional y, posiblemente, el torreón que corona el Cuerpo Representativo o Cuerpo del Medio del edificio, según la Maqueta de 1786.

Representación tridimensional de la Gran Galería del Palacio de las Ciencias. Vista desde el extremo sur.
Representación tridimensional de la Gran Galería del Palacio de las Ciencias. Vista desde el extremo sur. Estudio e interpretación Lilia Maure y Adrián G. Buldú. 2019.

A la planta principal se accedía desde la fachada norte, a través de una rampa, hoy desaparecida, que llevaba al Monasterio de los Jerónimos. Toda la planta se definía a través del orden jónico, desde su bello pórtico de acceso norte hasta la balconada de la fachada sur (según muestra la Maqueta); un eje visual y estilístico que quedó interrumpido por la inserción del Observatorio Astronómico, lo que llevó a Villanueva a tratar el Cuerpo Extremo meridional de forma autónoma, cambiando posteriormente en obra el orden jónico de la balconada por un bello orden corintio a la francesa. Las elegantes galerías de la fachada occidental son obviamente jónicas, al estar vinculadas al orden de la planta principal.

La planta baja perdía protagonismo al existir un gran cuerpo transversal, el Cuerpo Representativo o Cuerpo del Medio, un cuerpo de doble altura, en orden dórico, que enlazaba el acceso prioritario con la Basílica o Sala de Juntas Académicas —el espacio más tergiversado a lo lardo de los siglos, de todo el proyecto de Villanueva—. Las sucesivas intervenciones y ampliaciones del edificio han trastocado el sentido primigenio del proyecto, que ya incluso la Maqueta de 1786 deterioró con la inserción del Observatorio Astronómico. Hoy en día toda esa estructura queda oculta para los visitantes por unos grandes muros que esconden las escaleras de acceso a la cúpula desde donde admiraban las estrellas.

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