Cuando Ricardo Bofill convirtió la periferia de París en un espectáculo arquitectónico
El legendario arquitecto construyó en los ochenta Espaces D’Abraxas, una sobrecogedora escenografía que recordaba a la antigua Grecia y con la que inventó un nuevo lenguaje arquitectónico para el extrarradio
El cineasta Terry Gilliam eligió rodar su filme de ciencia ficción Brazil (1985) en Les Espaces d’Abraxas, del arquitecto barcelonés Ricardo Bofill: el escenario perfecto para contar una distopía desasosegante a media hora del centro de París. La película se rodó al poco tiempo de concluirse la construcción y es significativo cómo ambos procesos (el arquitectónico y el cinematográfico) se retroalimentaron. Gilliam se sirvió de la arquitectura para construir un universo claustrofóbico y retrofuturista, al igual que el arquitecto se había servido de lo escenográfico para crear ciudad.
La manera de operar de Bofill se asemeja a la de un realizador de ciencia ficción, no solo por diseñar posibles escenarios futuros sino porque se sirve de deslumbrantes recursos expresivos para intensificar exponencialmente la experiencia del vecino residente.
El barcelonés no dudó en dar por finiquitados los postulados del movimiento moderno, que había dado lugar a barrios impersonales y huérfanos de idiosincrasia. La arquitectura posmoderna alertó frente al carácter homogéneo e indiferenciado de la ciudad de buena parte del siglo XX, que mataba el desarrollo del individuo: Léon Krier proponía ciudades transitables, Robert Venturi abogaba por recuperar el simbolismo en la arquitectura y Aldo Rossi se inclinaba por reinterpretar la historia. Bofill, que en la década de 1970 había creado propuestas urbanas en España de enorme potencia visual –Walden 7 o La Muralla Roja–, propuso a finales de esa década y durante la siguiente conjuntos urbanos con un nuevo lenguaje para el extrarradio, para así intentar crear un símbolo que sirviera a sus habitantes y a la ciudad. Sus planteamientos fueron muy bien acogidos en el país galo, y Bofill construyó allí varios ejemplos entre los que destaca su propuesta más radical: esta.
De gran densidad edificatoria, lo primero que sorprende de Abraxas desde el exterior es su ensimismamiento: una manzana urbana de pequeño tamaño replegada sobre sí misma, con una apariencia compacta, uniforme y hermética. Compuesto por tres edificios con fachadas de orden dórico gigante, el conjunto se abre hacia el interior aislándose del entorno. Las tres partes se relacionan visualmente utilizando un lenguaje común, aunque cada una con una característica diferenciada: el Palacio, con tímpanos partidos a 90 grados, fustes que no llegan al suelo y estrechas calles internas de comunicación donde apenas llega la luz natural; el Teatro, con los grandes pilares dóricos acristalados, y el Arco, un pequeño templete que se sitúa entre ambos, dividiendo el espacio con un propósito claramente escenográfico. Entre los dos, una plaza a modo de anfiteatro griego desciende gradualmente con el Arco como telón de fondo.
El arquitecto adopta los modos del nuevo estilo que estaba surgiendo en todo el mundo, recurriendo a elementos clásicos y jugando con su escala, monumentalidad y dramatismo: un guiño también al Barroco y la polifonía de puntos de vista. Bofill sobredimensionó los elementos a su antojo, como si solo fueran recursos expresivos separados de su función original, en un ejercicio cercano a la alquimia cinematográfica. No en vano, su propósito, escribió, era contrastar con la mediocridad circundante, “estimulando así la vida comunitaria en su interior”.
Aquellas proporciones tan excesivas, sin embargo, no facilitaron esa misión, pues en su búsqueda de la monumentalidad, quedó a un lado la escala humana. Aun así, la fuerza visual del complejo sigue sorprendiendo a visitantes como la fotógrafa Ángela Suárez, que vino siguiendo los pasos del Bofill más legendario. Allí se encontró una escenografía imponente y, sobre todo, con un correlato inesperado del libro que estaba leyendo, Demian, de Herman Hesse, donde descubrió que Abraxas, el nombre del edificio, es también el de un diosgnóstico que representa la coexistencia del bien y del mal. Un destino casi esotérico para un proyecto enclavado en la periferia parisiense donde se constatan muchas de las contradicciones de esa arquitectura posmoderna entre la realidad y el deseo. ¡Acción!
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