Por qué las llamamos “malas hierbas” si son fundamentales para la regeneración urbana
Las grandes urbes son territorios hostiles para la vida vegetal, aún así, numerosas especies encuentran su sitio para crecer en medio del caos. En los últimos años han surgido diversas iniciativas para mejorar la biodiversidad en las ciudades y dar a conocer a sus habitantes estas útiles y pisoteadas plantas
Con el avance de la primavera, las hierbas reivindican su espacio en las ciudades y se abren paso en cada grieta del asfalto. Aunque son conocidas como malas hierbas, su papel es esencial en la regeneración urbana, como explica Ramón Gómez, profesor de botánica de la Universidad Rey Juan Carlos: “Si dejáramos libres a las hierbas espontáneas que surgen en las aceras, la ciudad se convertiría en el bosque que potencialmente debería ser”.
Ese retorno a la naturaleza en la ciudad es un proceso en cadena, “si favorecemos la aparición de estas plantas, o al menos las respetamos, los insectos polinizadores pronto acudirán atraídos por sus flores y estos a su vez servirán de alimento para aves y pequeños reptiles”, explica Ramón Gómez, quien considera que estas hierbas aportan grandes beneficios a unas ciudades planteadas como desiertos de biodiversidad. “La ciudad tiene sus limitaciones, no es un bosque, pero a pesar de ello podemos convertirlas en lugares mucho más amables y llenos de vida”.
El experto en botánica urbana y director técnico del estudio de paisajismo Herba Nova, apuesta por replantear el modelo y tender a ciudades más flexibles donde esas plantas que nacen fuera del control del hombre encuentren un lugar para prosperar. Su fórmula, en línea con los planteamientos del botánico francés Gilles Clément, es tan sencilla y efectiva como eliminar el uso de herbicidas y no desbrozar las hierbas ruderales al menos hasta que no terminen su ciclo, para permitir que florezcan y depositen las semillas que germinarán al año siguiente.
Clement es autor del Manifiesto del Tercer paisaje, uno de los textos clave para entender el paisajismo contemporáneo. En él anima a aceptar el potencial de lo que él denomina “tercer paisaje”, aquel que aparece en las cunetas de las carreteras, en los lugares residuales de las ciudades y en los espacios de transición entre la ciudad y el campo.
En Barcelona han surgido, en los últimos años, iniciativas en esta dirección. Alcorques vivos, desarrollada desde 2017 por el Ayuntamiento, es una de ellas. Este proyecto se centra en la renaturalización de los 200.000 alcorques de la ciudad a través de la siembra de una mezcla específica de herbáceas nativas de flor que sirvan para atraer a insectos beneficiosos para el control biológico de plagas, como alternativa al uso de fitosanitarios químicos. Otras capitales españolas, como Burgos o San Sebastián, han comenzado este año a seguir el ejemplo de la Ciudad Condal.
En opinión de Ramón Gómez, que en junio publica el libro Botánica cercana: hierbas de pueblos y ciudades (editorial Tundra), “se están dando avances muy positivos pero hay que dar un paso más. En Lyon, por ejemplo, no solo se respetan las hierbas que surgen en los alcorques sino también todas las que crecen en calles y parques”. Medidas similares se llevan a cabo en otras ciudades francesas como París o Nantes y en Gante (Bélgica), donde se han dejado de aplicar herbicidas y se permite el crecimiento libre de estas hierbas entre adoquines, en las medianas y a los pies de farolas o semáforos, como parte de un gran jardín urbano.
Algo parecido es lo que los ciudadanos españoles encontramos en las calles a finales de abril de 2020, tras el confinamiento domiciliario por la covid-19. Gracias al cese obligado de las labores municipales de desbroce, tuvo lugar una espectacular proliferación de la flora silvestre en la vía pública. Malvas, jaramagos, amapolas, manzanillas, dientes de león, cebadillas, cardos o vivoreras formaban parte de una nueva postal urbana efímera. Aunque pronto el asfalto volvió a ganar la batalla a la vegetación oportunista. “Debemos respetar a esos pequeños ciudadanos que son las hierbas, porque no solo el hombre habita la ciudad”, afirma Gómez.
Precisamente, la sensibilización y el conocimiento por parte de los ciudadanos es el objetivo de Sauvages de ma rue (plantas silvestres de mi calle), una iniciativa desarrollada en Francia en 2011 por un grupo de botánicos del Museo Nacional de Historia Natural de París. Agrupados en la red de investigación Tela Botanica, estos expertos animan a los habitantes de la ciudad a conocer más sobre las hierbas silvestres que crecen en las calles de su vecindario elaborando un censo participativo a través de guías online interactivas.
Con el mismo objetivo, el botánico francés Boris Presseq comenzó en 2019 a marcar con tiza e identificar las plantas que nacen en las aceras de Toulouse. La idea desarrollada por Sauvages de ma rue también se ha exportado a otros países como Reino Unido, donde nació More Than Weeds (más que malas hierbas) que hace especial hincapié en la divulgación a través de redes sociales, itinerarios urbanos, exposiciones o guías, con el fin de sensibilizar al ciudadano y animar a las autoridades a la adopción de criterios de biodiversidad.
En Madrid, donde crecen espontáneamente unas 1.000 especies de hierbas, entre leguminosas, compuestas, gramíneas o malváceas, frente a las 300 de árboles plantadas por el Ayuntamiento, también comienzan a surgir iniciativas en este campo, aunque ajenas al gobierno municipal. La Casa Encendida celebró el pasado mes de abril la segunda edición del ciclo Salvajes, silvestres y espontáneas, unas jornadas que proponen un acercamiento a la flora “más bella, salvaje y resiliente” del medio urbano a través de varias disciplinas artísticas como la pintura, la ilustración y el arte de caminar.
Malas hierbas
“Para empezar, debemos dejar de llamarlas malas hierbas porque estas plantas nos aportan más cosas positivas que negativas”, afirma Ramón Gómez. En los cultivos herbáceos extensivos de secano, como cereales u oleaginosas, desempeñan innumerables funciones ecológicas. Protegen el suelo de la erosión, mejoran su estructura y aportan nutrientes y materia orgánica; proveen de un microclima más favorable a los cultivos; aportan biodiversidad, albergando fauna benéfica como polinizadores o enemigos naturales de las plagas, e incluso se convierten en trampas para estas.
Es precisamente la agricultura la que, en opinión del profesor de la URJC, debería ser la primera interesada en preservar estas hierbas arvenses, puesto que, aproximadamente, el 60% de las plantas que se cultivan para el consumo humano dependen de los polinizadores. “Siendo egoístas, deberíamos solucionar esta situación tan solo porque afecta a nuestras cosechas y a la alimentación de la humanidad”, afirma.
Cambio climático y globalización
El cambio climático ha dado lugar a la aparición de nuevas especies: es el caso de la olivarda (Dittrichia viscosa), nativa del mediterráneo que, debido al incremento de las temperaturas, cada vez más frecuente encontrarla durante el otoño en las cunetas de carreteras del centro de la península.
En la flora urbana se tiende también a la globalización, aparecen las mismas plantas herbáceas en distintas ciudades del planeta, como el diente de león (Taraxacum officinale), una especie europea que ha colonizado ciudades y pueblos todo el mundo. Esto se debe a que la mayoría de los núcleos urbanos tienen condiciones similares, amables para determinadas especies, como las altas temperaturas y la ausencia de depredadores. Además, se trata de especies de crecimiento rápido, con alta producción de semillas, y nitrófilas, es decir, que viven en ambientes ricos en nitrógeno, como los suelos urbanos.
Para terminar, Ramón Gómez señala lo que para él es lo más triste de la impopularidad que persigue a estas plantas tan presentes en nuestra vida: “Lo peor es que pasemos todos los días por su lado, las pisemos y ni siquiera sepamos nombrarlas”.
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