Un boquete en los adoquines de Nantes: así son las intervenciones artísticas que conquistan a los turistas
El festival Voyage à Nantes, que comenzó su andadura en 2012, llena cada verano la ciudad francesa de obras de arte público que interactúan con sus habitantes
Ha aparecido un boquete que ha hecho saltar los adoquines en mitad de la plaza Graslin de Nantes, una de las más distinguidas de esta ciudad del noroeste de Francia. De él brota un gigantesco árbol sin hojas que extiende sus ramas hasta invadir la escalinata del teatro de la Ópera. Los ciudadanos no parecen extrañados por el fenómeno cuando atraviesan la plaza. Algunos se acercan con curiosidad y otros, los más informados, ya parecen al tanto del asunto. La mayoría sabe que todo es posible, porque acaba de comenzar el festival artístico Le Voyage à Nantes (El viaje a Nantes, del 6 de julio al 8 de septiembre), por el que cada verano desde 2012 las calles nantesas se llenan de intervenciones artísticas, algunas de las cuales se quedarán allí de manera permanente. Otras, en cambio, se retirarán cuando termine el evento veraniego.
Es el caso de El sueño de Fitzcarraldo, esta enorme escultura realizada con madera reciclada por el creador brasileño Henrique Oliveira, que se inspira en Fitzcarraldo (1982), película del director de cine alemán Werner Herzog en la que Klaus Kinski interpretaba a un hombre obsesionado con la idea de construir un teatro de la ópera en el centro de la selva amazónica. “Yo partí del concepto opuesto, llevar la naturaleza salvaje hasta la ópera”, explica Oliveira, que se muestra muy satisfecho de que el público pueda interactuar con su obra en un lugar por el que cada día pasan miles de locales y visitantes. “Creo que el arte en el espacio público interpela a la gente de forma especial. Genera en ellos una conexión que luego, cuando entran en un museo, les puede llevar a reconocer otras obras del mismo autor y entenderlas de manera distinta”.
Además de esta pieza, por la ciudad han surgido otras, como una gran mano que agarra el tronco de un antiguo pino torcido (obra de Max Coulon), una escultura de cinco metros que representa a un niño en pijama cuya cabeza la forman las hojas de una palmera (firmado por Jean-François Fourtou), o un chapitel helicoidal de madera sobre un pino insigne que recuerda a una casita en un árbol (de Séverine Hubard). Los árboles son el tema común para Le Voyage à Nantes de este año, lo que no desentona en una ciudad que se enorgullece de sus más de cien parques, y que está inmersa en un proceso de transformación de los parkings de su centro urbano en áreas ajardinadas.
Muchas cosas han cambiado en Nantes en los últimos tiempos. Durante la mayor parte de los siglos XIX y XX albergó una próspera economía impulsada por la construcción naval y por la industria galletera, con la galleta Véritable Petit Beurre de la marca LU elevada al rango de icono nacional. Cuando a finales del siglo XX cerraron los astilleros que proporcionaban a la ciudad su motor e identidad, se hizo urgente plantear una reconversión. Y se confió en la cultura como agente transformativo. El alcalde socialista Jean-Marc Ayrault, que fue elegido para el cargo por primera vez en 1989 y que después sería Primer Ministro y ministro de Asuntos Exteriores de la República Francesa, recurrió al gestor cultural Jean Blaise, hombre de teatro con el que había trabajado en proyectos previos. “Había que poner en valor la ciudad y también mostrarla al exterior”, recuerda ahora Jean Blaise en una oficina del festival que es una antigua estación de servicio diseñada por Jean Prouvé, una de las joyas del patrimonio arquitectónico moderno de la ciudad.
Blaise puso en pie un primer festival llamado Les Allumées, que se realizaba cada año en colaboración con una ciudad del mundo (la primera fue Barcelona, en 1990), y que duró seis ediciones. Después impulsó la transformación de una antigua fábrica de galletas LU en un centro cultural que hoy opera a pleno rendimiento. En 2007 reabrió el castillo medieval de los Duques de Bretaña como museo y lugar de encuentro ciudadano, y comenzó una iniciativa para pedir a grandes artistas contemporáneos internacionales que instalaran sus trabajos en el estuario que, a lo largo del río Loira, une Nantes con la cercana Saint-Nazaire (hoy son 33 obras de nombres como Jeppe Hein o Felice Varini. Y ya en 2012 se celebró la primera edición del festival de verano. Poco antes se había creado la marca Le Voyage à Nantes para reunir bajo un paraguas común este evento anual junto a distintas instituciones culturales de la ciudad, y también su oficina de turismo. Así que Le Voyage à Nantes es un festival artístico (que desde 2022 también se celebra en invierno), pero también mucho más que eso. El nombre homenajea al escritor Julio Verne –quizá el Nantés más universalmente conocido, con el cineasta Jacques Demy y el estadista Aristide Briand inmediatamente después– y su recopilación de novelas Viajes extraordinarios, pero responde asimismo a una visión estratégica. “No queríamos hablar de turismo, porque soy un hombre de cultura y la palabra viaje me parecía mucho más bonita”, explica Blaise, quien a sus 72 años, con gafas de sol y camiseta negra, despliega el aura de una estrella de rock (y ciertamente disfruta de un estatus estelar en la ciudad). “Pero tampoco se trataba de conseguir que los turistas vinieran a cualquier precio, sino de proponer una imagen de ciudad hermosa y creativa, relacionada con grandes artistas. ¡Al principio los hosteleros me decían que ellos habrían preferido hacer aquí un Puy du Fou! Cambiaron de opinión cuando vieron que el turismo ha aumentado un 100% en 10 años, y que se compone de gente interesada por el arte, que viene aquí como puede ir a Basilea por la feria Art Basel o a Venecia por la Biennale”.
La alcaldesa de Nantes, Johanna Rolland, del Partido Socialista, confirma esta idea a ICON Design. “En Nantes estamos colectiva y apasionadamente enamorados de la cultura”, afirma con vehemencia. “Y tenemos un modelo de turismo sobrio, responsable y duradero”.
Por su pasado industrial, su perfil demográfico y su tamaño –algo más de 300.000 habitantes, que llegan hasta los 600.000 incluyendo el área metropolitana– Nantes es comparable a una ciudad como Bilbao, pero su política urbanística y de arte en el espacio público y de gestión del turismo podría servir como modelo para las dos principales capitales españolas, Madrid y Barcelona. La primera se caracteriza por un urbanismo de plazas duras con escasa vegetación y por un concepto de arte en el espacio público algo laxo que se materializa en fenómenos como las meninas navideñas y cierto galimatías visual, mientras la segunda no termina de encontrar un equilibrio sostenible entre la apertura al exterior y la turistificación indiscriminada.
En concreto, resulta llamativa la apuesta de Nantes por el arte contemporáneo en el espacio público. A lo largo de la línea verde (un camino pintado en el suelo que recorre los distintos barrios de la ciudad a lo largo de más de 20 kilómetros) es posible visitar unas 50 obras de arte, número que cada año se va ampliando con las nuevas adiciones del festival. Esto incluye hitos como unos anillos luminosos ideados por el arquitecto Patrick Bouchain y el célebre autor minimalista Daniel Buren (conocido en España por su instalación tricolor en el bilbaíno puente de la Salve, junto al museo Guggenheim); unos característicos letreros luminosos de la norteamericana Jenny Holzer en la fachada del Palacio de Justicia diseñado por Jean Nouvel; o la Jungla interior, una exuberante selva instalada en un patio de vecinos, que genera una vista sublime sobre la que se alza la torre de la iglesia de la Santa Cruz (donde fue bautizado Julio Verne), debida a Evor, un artista local.
Entre las novedades de este año destacan un conjunto de fuentes firmadas por Cyril Pedrosa que resignifican con un mensaje feminista las clásicas fuentes parisienses financiadas por el filántropo británico Richard Wallace en el siglo XIX (que tienen un uso ciudadano práctico, y que se quedarán de forma permanente en la ciudad) y un impresionante vídeo del artista belga David Claerbout que representa un incendio forestal digital mostrado en pantalla gigante (que se retirará en septiembre). Otra de las paradas imprescindibles del festival es la exposición individual de Caroline Mesquita, joven y ya muy prestigiosa artista nacida en Brest, que ocupa el centro de arte HAB –un antiguo almacén para plátanos donde la fruta importada de las Antillas maduraba antes de ser distribuida por toda Francia– con sus pinturas y esculturas realizadas en latón. Mesquita, que de niña visitaba Nantes con su familia para ver las máquinas gigantes que son otra de las nuevas señas de identidad de la ciudad, destaca la apertura del equipo de Le Voyage á Nantes y la libertad con la que trabajó en este proyecto.
En opinión de Jean Blaise, esa libertad creativa ha sido un factor esencial para el éxito del festival. “Nos ha permitido ser iconoclastas y hasta molestos, aunque también nos ha expuesto a comentarios como ‘eso lo podría hacer mi hijo’ o a que algunas personas se escandalizaran”, recuerda. Así sucedió en 2020, cuando en la fuente monumental de la Place Royal se instaló una escultura de una mujer orinando de la artista Elsa Sahal, que fue acusada de mal gusto por algunos sectores. “Se publicaron muchos artículos en los periódicos, y hubo quien le arrojó pintura, pero yo no entendía por qué puede haber un Manneken-Pis y no una pisseuse [mujer que hace pis]. De todos modos, los ciudadanos han entendido que nada de esto es una provocación gratuita, sino una forma de introducir el verdadero arte en la ciudad, aunque a veces podamos equivocarnos”.
Dada la peculiar situación política generada tras las elecciones legislativas francesas, en las últimas semanas la libertad de expresión y el mantenimiento de los presupuestos nacionales dedicados a la cultura habían ocupado el centro de muchos debates en el país. “La situación podría haber sido dramática”, apunta Caroline Mesquita. “La cultura es algo muy importante para mantener las mentes abiertas, y eso se ve aquí en Nantes, donde la gente está acostumbrada a vivir con las obras de arte”. La alcaldesa Johanna Rolland advierte de los peligros que aún acechan: “En un gobierno dirigido por la extrema derecha, quedaría en cuestión el principio de no injerencia en la programación cultural. Pienso que, especialmente en momentos como este, el arte en el espacio público sirve para establecer espacios de cohesión, y también genera un sentimiento de orgullo entre los habitantes de los barrios en los que se instala”.
Este es el último año en que el veterano Jean Blaise dirige el Viaje a Nantes. En 2017, respondiendo a una llamada del ayuntamiento de otra ciudad del noroeste galo, El Havre, creó allí el festival artístico Un été au Havre (“Un verano en El Havre”), que cada año visitan más de un millón de personas. “Al igual que se hizo en Nantes, es una alianza entre la política y la cultura”, define. Considera que su experiencia podría ser también útil en nuestro país: “Si me invitan a Madrid estoy dispuesto a hacer un estudio sin ningún problema”, bromea (o quizá no).
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