Un director septuagenario contra la “tiranía de la juventud”: así es la serie que satiriza los museos
‘Bellas Artes’, la nueva ficción de Movistar Plus+ escrita por Andrés Duprat (director del Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina), muestra cómo el arte contemporáneo vive en una controversia constante
El museo es un campo de batalla político. Se ha visto, recientemente, con los ataques a obras de arte planificados por grupos de activistas climáticos como Just Stop Oil o Futuro Vegetal (sin desperfectos, porque se realizaban sobre los cristales protectores). Pero, además de las expresiones reivindicativas más explícitas, la programación de un museo, el trabajo de un artista o el criterio de una dirección están también cargados de intenciones y de tensiones. Sobre esta idea se articula la serie Bellas Artes, que Movistar Plus+ estrena el 11 de abril. En ella, el nuevo director de un museo público de arte contemporáneo en Madrid debe aprender a gestionar con mano izquierda las reclamaciones de los diferentes actores que intervienen en la institución: el ministerio de Cultura, el personal que trabaja allí, los muchas veces vanidosos y ególatras creadores invitados a exponer y, por supuesto, el público.
Andrés Duprat (59 años, La Plata, Buenos Aires), creador de la serie junto a Mariano Cohn y su hermano, Gastón Duprat, y también guionista en solitario, sabe de lo que habla: es el director del Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina desde 2015. “No es autobiográfica”, aclara por videollamada Duprat. Aunque algunas partes sí. “En la realidad, el trabajo que yo ejerzo parece escrito por un guionista. El museo es un marco en el que se juntan muchas situaciones inesperadas. Dirijo museos desde hace más de treinta años y en la serie he recopilado situaciones que hemos vivido colegas de todo el mundo y yo, absurdas, divertidas y, a veces, dramáticas”. Con Óscar Martínez como protagonista –un imprescindible del cine de Cohn y Duprat: actuó a sus órdenes en la exitosa El ciudadano ilustre (2016) y en Competencia oficial (2021)–, en Bellas Artes parte del humor se construye desde el choque entre la perspectiva del director del museo, un hombre septuagenario, y el signo de los tiempos.
“Hay a través de él una crítica a la tiranía de la juventud. Parece que si tienes cierta edad ya le toca pasar a otro, aunque uno haya transitado medio siglo estudiando y reflexionando”, apunta el guionista. “Pero a la vez es un pobre tipo, alguien que debe de ser insoportable para convivir, que vive solo con su gato y que tiene una pésima relación con su hijo. Y su exmujer es otra historia. Él ha puesto la libido en el trabajo y ha desatendido sus afectos”. Una de las guerras que el personaje libra es, contra la opinión popular, la del mantenimiento de una escultura realizada por un artista del siglo XX misógino y abusador. Sin embargo, Duprat rechaza la lectura de la serie como una crítica a la mezcla e interferencia de la política (o la justicia social) con el arte: “Es imposible separar una cosa de la otra, el arte es una práctica humana, contaminada para bien y para mal y realizada desde ese barro. No es una categoría que exista fuera de la sociedad, y su lectura desde la óptica de los problemas sociales es absolutamente válida. No necesariamente es comunicación y no necesariamente es denuncia, pero su práctica lleva consigo la cosmovisión de quien la hace, aunque no lo quiera”.
El ficticio Museo Iberoamericano de Arte Moderno que aparece en la serie es una fusión del Centro de Exposiciones y Congresos Lienzo Norte de Ávila y el Teatro Auditorio de San Lorenzo del Escorial, mismos lugares donde los cineastas Mariano Cohn y Gastón Duprat ambientaron Competencia oficial, con Penélope Cruz y Antonio Banderas. Que el centro dedique atención al arte contemporáneo no es algo anecdótico. “Todo se torna más gracioso con el arte contemporáneo. Los museos de arte contemporáneo viven en controversia, hay todo el rato escándalos, porque es un arte que busca los extremos y la provocación. Las instituciones se las ven en figurillas [en Sudamérica, situaciones difíciles o embarazosas], los de seguridad tienen que cuidar de cosas que no entienden o de obras rarísimas”, cuenta Andrés Duprat, que en los guiones de Bellas Artes satiriza estas dinámicas con la custodia del cadáver de una beluga –parte de una instalación– o incluso de un humano.
Cómo inventarse un museo
Lo más sorprendente y llamativo de Bellas Artes es el escenario donde se desarrolla, un museo cuidadosamente construido desde cero que combina réplicas de obras reales con otras concebidas para la ocasión por motivos argumentales. Con dirección de arte de Laura Martínez y diseño de producción de Alain Bainée, que el pasado febrero recogió el segundo Goya de su carrera por La sociedad de la nieve (2023), el equipo de la serie representó la colección del museo y sus vertientes para formar un espacio moderno y no estrictamente contemporáneo, a la manera del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que abarca el siglo XX y llega hasta la actualidad. “Hay obras construidas para reírse, pero también otras verdaderas de artistas que son muy buenos, principalmente de artistas españoles o argentinos”, indica el guionista y cocreador.
Entre ellas se encuentra La civilización occidental y cristiana (1965), de León Ferrari: el famoso Cristo de yeso crucificado sobre la maqueta de un avión estadounidense que provocó la ira del papa Francisco cuando era cardenal. Precisamente, el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina que dirige Duprat dedicó el año pasado una retrospectiva a Ferrari, fallecido en 2013. También están los Retratos (2012) de Marcelo Torretta, varias videoperformances de la coreógrafa y artista Mariana Bellotto –quien, además de Blanco suspendido (2010) y Piano/cama (2016), aporta la instalación de neones Nacer - Comprar - Morir (2009)– o la colección de afiches Bocanada (1993) y Quién fue (2010), de Graciela Sacco. El diseñador de producción Alain Bainée homenajeó al pintor catalán Agustí Puig, amigo suyo, con la inclusión de uno de sus trabajos, mientras que Mariano Cohn reservó varios huecos a creaciones legadas por su difunto hermano, Alejandro Cohn.
Otras piezas ficticias cubren cuotas cubistas, abstractas, conceptuales, pop o incluso de arte povera, el movimiento italiano cuyas obras se componen de materiales humildes. “Están inventadas desde el conocimiento, son obras que podrías ver en un museo real”, recalca Andrés Duprat, que ríe recordando uno de los trabajos conceptuales que idearon: unas pantallas de plasma por las que va pasando renglón por renglón, en letra gigantesca, todo el Quijote. “Es un tipo de arte un poco absurdo, casi imposible de ver si existiese porque tendrías que estar cuatro días ahí hasta que hubieses leído el Quijote entero”.
Aunque la obra de la que se hace más sangre en la ficción no es esa, sino la serie de bodegones de Julián Martínez Sánchez, el personaje interpretado por José Sacristán, exhibidos en el museo por su vínculo con la ministra de Cultura y que el protagonista trata de retirar a toda costa. ¿Cómo se le encarga a alguien pintar cuadros deliberadamente mediocres? “Están hechos por un grupo con la dirección de arte, sin autor. Ahí hubiera sido ofensivo poner el trabajo de un artista real para burlarnos de él”, explica Duprat. “Con esas piezas queríamos mostrar un modo de arte amateur, adocenado, sin ningún interés, atemporal. El arte es hijo de la época porque los artistas son personas activas, pero el trabajo del personaje de Pepe Sacristán es el de un tipo que vive aislado, uno no puede saber si esas naturalezas muertas están hechas en 1940 o anteayer. Hay cierta carga crítica con eso. Tenía que ser no un arte mal pintado, sino de poco interés en un museo, porque no aporta ni renueva nada”.
El arte imita la vida
Antes de la serie, el director del Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina escribió el guion de Mi obra maestra (2018), otra película que profundizaba en la relación entre un pintor y un galerista. Asimismo, la filmografía de Mariano Cohn y Gastón Duprat, que no dirigen ni escriben ningún capítulo de la producción de Movistar Plus+ (el director es Martín Bustos) pero sí figuran como showrunners, ha explorado siempre desde la comedia diferentes formas de arte, ya sea la literatura, la arquitectura o el propio cine. La película que les puso en el mapa internacional, El hombre de al lado (2009), se rodó en la Casa Curutchet que Le Corbusier proyectó en La Plata. Y Andrés Duprat es, de hecho, arquitecto de formación. “La arquitectura para nosotros es importante porque es el escenario de la vida”, dice. En Competencia oficial jugaron a imitar el Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe: la edificación del último director de la Bauhaus, prosélito del “menos es más”, era el contrapunto idóneo para el duelo entre los dos personajes masculinos, dos megalómanos actores de la escuela del “más es más”.
De la misma manera, una recurrencia temática en el cine de Cohn y los Duprat es el pulso entre el elitismo y la vulgarización de la cultura, con personajes refinados que frecuentemente tienen que lidiar con sus opuestos. Andrés Duprat remite a la clásica división entre alta y baja cultura: “Nosotros fuimos formados en un arte más erudito, quizás por pertenencia sociocultural, educados en que había que denostar el arte popular como algo que no tiene elaboración. Y queremos hacer una reivindicación del arte popular, porque es lo más difícil. Seducir a 200 boludos no es nada difícil. Escudarse en que tu obra es para unos pocos que han leído la biblioteca de tu casa es algo reaccionario. Como esa idea del genio artístico que parece que viene de otro planeta y está tocado por una varita, también bastante reaccionaria. A medida que fuimos madurando, nos dimos cuenta de que los artistas que realmente valoramos son los que logran perforar la burbuja de boludos”.
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