En busca de la silla de mimbre de Valle-Inclán
La renovación del Ateneo de Madrid empieza por las ideas, pero cristaliza en un proyecto de mobiliario que recupera el afán de modernidad de esta institución bicentenaria
Para quien pasea por la calle del Prado, en el tramo entre la Plaza de Santa Ana y el Congreso de los Diputados, la fachada del Ateneo de Madrid salta al paso casi como un jeroglífico. Su aspecto abigarrado y romántico —rejas historiadas, medallones, inscripciones y balaustradas— contrasta con la severidad clásica de los edificios que la rodean. Además, es una portada vertical y estrecha, especialmente en comparación con los espacios a los que da acceso. Tras la escalinata de entrada, un sinfín de estancias, zonas de paso y oficinas rodean las joyas de la corona: un salón de actos, una biblioteca y un gran salón con ventanas al exterior, conocido como La Cacharrería —dicen que por el alboroto de los debates que acogía—, antecedido por una galería de retratos que, para muchos, es su espacio más emblemático.
Aquí se muestran las pinturas de los socios más ilustres de sus 200 años de historia: la institución se fundó en 1820 como espacio de debate y difusión de la cultura, la ciencia y el conocimiento. El panelado oscuro de la galería no debe inducir a error, advierte el diseñador Lucas Muñoz Muñoz (Madrid, 39 años), encargado de renovar el mobiliario del Ateneo. Esto es Madrid, no Londres. “La mayor parte de los muebles originales se desperdigó durante el franquismo, así que nos pusimos a investigar a partir de las fotografías del archivo. Y nos dimos cuenta de que el Ateneo no era un club inglés lleno de capitoné y de sofás chester, sino un interior más bien mediterráneo. Hay una foto de Valle-Inclán sentado en una silla de mimbre. Y es lógico que fuera así, porque Madrid es un lugar cálido y seco. En un asiento de cuero te quedas pegado”.
En el mobiliario que Muñoz ha diseñado para el Ateneo hay sillas de caña producidas por Trenat, un fabricante catalán especializado en muebles artesanos de fibras naturales. Otras butacas del mismo material incorporan grandes cojines que obtienen su forma gracias a la presión y se adaptan al cuerpo del usuario. Son piezas contemporáneas, como corresponde al perfil de Muñoz, y también insobornablemente cómodas, como es propio en una institución que busca ser un punto de encuentro. El encargado de armonizar estos conceptos —y muchos otros— es Luis Arroyo (Madrid, 54 años). El sociólogo y politólogo acaba de ganar por tercera vez las elecciones a la junta con un equipo en el que está también la emprendedora Pepita Marín, y continúa con su propuesta de poner al día una institución que debe aspirar a ser veterana, pero no vetusta.
“Nos pusimos de acuerdo para recuperar la institución, que estaba en una situación muy crítica”, afirma. Con una cifra menguante de socios —1.700, frente a los casi 7.000 que llegó a tener a principios de la década de 1980— y una crisis de gobierno debida en parte, explica, a “un reglamento claramente anacrónico, contradictorio, hecho de retazos de textos desde el siglo XIX hasta hoy, que resultaba inoperante”, el Ateneo era una institución paralizada, cuyas juntas se alargaban en bizantinas discusiones procedimentales y cuya presencia en el debate público estaba bajo mínimos.
Salvados los primeros baches y las reticencias iniciales, Arroyo asegura que la renovación lleva buen ritmo. Desde que llegó a la presidencia el flujo de nuevos socios se ha acelerado. Profesionales de la cultura como Pedro Almodóvar, Joan Manuel Serrat y Miguel Ríos, periodistas como Pepa Bueno (directora de EL PAÍS) o Jesús Maraña y empresarios como Enrique Cerezo se han unido a un cuerpo de socios del que forman parte tres presidentes del Gobierno —González, Zapatero y Sánchez— y los Reyes. Todos, subraya Arroyo, socios de pago, que abonan los menos de 300 euros que cuesta la cuota anual.
“Aquí, todos son exactamente iguales”, subraya. “El reglamento prevé socios de honor, pero nosotros no lo hemos aplicado. Es una institución muy democrática”. No es solo una forma de hablar. Desde su fundación en 1820 y a lo largo de sus sucesivas reinvenciones, el Ateneo ha avanzado de forma paralela a la sociedad española. “Y siempre, por supuesto, desde una perspectiva liberal”, subraya. El afán de progreso se ve en sus socios históricos, y también en lo incómodo que ha resultado para el poder en las etapas más conservadoras y autoritarias de la historia reciente; tras la Guerra Civil, el estado franquista requisó buena parte de la documentación, en busca de datos incriminatorios contra los socios de este foro progresista situado a escasos metros del Congreso y donde se libraban las batallas dialécticas previas a las parlamentarias.
“Aquí Clara Campoamor y Victoria Kent discutieron sobre el sufragismo antes de debatirlo en el congreso”, recuerda el sociólogo, en cuyo programa también está acentuar la carga feminista de una institución que no siempre ha concedido a las mujeres el lugar que merecen. Sin ir más lejos, en la galería de retratos hasta 2021 había un único rostro femenino, el de Emilia Pardo-Bazán. Desde su llegada a la presidencia, el actual equipo de gobierno ha tratado de subsanar este vacío, incorporando retratos de mujeres ateneístas del calibre de Carmen de Burgos, Clara Campoamor, Elena Fortún, Carmen Laforet y Almudena Grandes. Y su nueva línea de programación, además de actividades culturales promovidas por las 27 secciones oficiales del Ateneo —cada una de ellas encargada de una disciplina o materia distinta—, aspira a ser un espacio de debate para los temas que importan hoy, del feminismo a la despoblación, pasando por la ecología, la tecnología o el animalismo. “Francamente, y a excepción de un breve periodo en los ochenta, el Ateneo no ha tenido grandes momentos desde los años treinta”, reconoce Arroyo. Ahí reside la diferencia con otros clubes privados surgidos en las últimas décadas: en el compromiso cívico y cultural que va más allá de la socialización.
La transformación está en marcha, y el proyecto de Lucas Muñoz Muñoz es fundamental para alinear el Ateneo con la estética de ahora mismo. En poco menos de un año, el madrileño, conocido por radicales proyectos de diseño de producto y mobiliario que reutilizan materiales existentes y desvelan la intrahistoria de los objetos —el más notable es el restaurante Mó de Movimiento, un proyecto pionero basado en la sostenibilidad, la autoproducción, la reutilización y la cercanía—, ha diseñado y desarrollado un conjunto de piezas que ilustran el espíritu crítico y cívico de la nueva dirección de la institución.
“Al igual que el Ateneo, nuestro estudio quiere estar alineado con el zeitgeist, y por eso hemos planteado un proyecto con conciencia social, cultural y material en torno a la sostenibilidad”, explica el diseñador. Todas las nuevas piezas han sido desarrolladas específicamente para amueblar distintas estancias del Ateneo, y retoman ciertos rasgos de estilo que ya forman parte del vocabulario del madrileño. Por ejemplo, el sofá es el resultado de la idea de “doblar la gomaespuma y conseguir una forma solo con la presión”, explica. En este caso, se aplica a una colchoneta tapizada en terciopelo color whisky que, “con un solo pellizco en cada lado”, genera la forma del asiento sobre una esbelta estructura de hierro.
Las lámparas, a su vez, surgen de un planteamiento antropomórfico. Son estilizadas estructuras de madera y metal rematadas por globos de luz y, una vez instaladas, parecen criaturas infiltradas que proyectan sobre el nivel de las cabezas una luz cálida y anaranjada, casi roja. Las mesas, por último, replican un modelo hispanoárabe encontrado en los archivos fotográficos de la casa, y surgen a partir de baldosas hidráulicas que reinterpretan la hoja de roble, uno de esos símbolos masónicos —como las estrellas de forja de las barandillas de la escalinata, suprimidas durante el franquismo— que evocan la herencia díscola y sofisticada de una institución que aspira a seguir definiendo el presente desde una inteligencia que, desde ahora, también impregna sus muebles.
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