Robbie Williams se enfrenta a sus demonios: de sus años de adicciones a su odio a Gary Barlow
El cantante británico, que alcanzó la fama mundial a los 16 años como miembro de Take That, repasa sus 30 años de carrera en una nueva docuserie de Netflix donde hace confesiones inéditas, como por qué rompió con la ex Spice Geri Horner
“Cuando llega la hora de dormir. Mi cuerpo dice: ‘Pues no’. Cuatro horas dando vueltas en la cama y pensando en un buen puñado de cosas. Miedo. Vergüenza. Dolor. Todo un abanico de emociones humanas. Rozo los 50. Soy padre. Tengo cuatro hijos y una mujer encantadora. Es impresionante todo lo que he experimentado en mi vida. Pero siento que el pasado me tiene cogido por el cuello”. Estas son las primeras palabras de Robbie Williams en su documental, su voz en off mientras se le ve deambular de noche por su mansión y se intercalan imágenes de su pasado. Una historia dura, marcada por las adiciones y la depresión, a la que el cantante británico se enfrenta a lo largo de los cuatro capítulos recientemente estrenados en Netflix. Después, suena Let Me Entertain You, como un aviso de las casi cuatro horas que dura la serie documental que simplemente lleva su nombre, y cuyos capítulos dejan claro con sus títulos que su vida y éxito no han sido un camino de rosas: Vamos a ponernos ciegos, Pasar desapercibido algún día, Presión insoportable y Romper el círculo.
El pasado de Robbie Williams (49 años, Stoke-on-Trent, Reino Unido) reside en miles de horas de grabaciones entre bambalinas que nunca habían salido a la luz. Hasta ahora. Y ese es el objetivo del documental: que él las vea y las comente. “Estoy intentando reparar los daños del pasado. Y ahora he optado por una forma especial de exorcizar mis demonios”, dice. Lo hace tumbado en la cama (“Si no estoy en el escenario estoy en la cama”), vestido con una camiseta de tirantes y calzoncillos negros, viendo las imágenes en un portátil. Aquí no hay otras estrellas invitadas que hablan de él como sí pasa, por ejemplo, en la serie documental de David Beckham. Además del cantante, solo habla a cámara —y poco— su esposa, y aparece también una de sus hijas, a quien echa de la habitación en dos ocasiones porque no cree que sea lo suficientemente mayor para ver y escuchar lo que él hizo y dijo.
Las imágenes, muchas de ellas caseras, se remontan a cuando era un joven de 16 años y empezaba a actuar con Take That en las calles de Mánchester, incluyen escenas en las que se le ve bebido y drogado y momentazos en los que actúa ante más de 80.000 personas. Y como la historia se cuenta de manera cronológica, una de las partes más interesantes es cuando recuerda cómo se sentía en la boy band que le dio la fama a principios de los años noventa y por qué decidió irse.
“El comienzo fue divertido. Era algo grande y luego se convirtió en algo inmenso”, recuerda de los inicios de Take That. “Era como una olla a presión. Demasiadas entrevistas, conciertos y países que visitar. Había un fanatismo obsesivo. Era intenso. Para colmo había confianza en Gaz [como llama a Gary Barlow, otro de los cinco miembros del grupo] y en su destreza. Mezclado con asperezas. Todo giraba en torno a él. Y, como alguien joven, creo que le tenía envidia. Supongo que le cogí bastante tirria. No se me daba bien gestionar las dinámicas de la banda a esa edad. Ahí es cuando perdí el control”, recuerda. Meterse en un mundo adulto para el que, dice, no estaba preparado le llevó a acabar consumiendo todo lo que pillaba: “Éxtasis, cocaína, alcohol. Me bebía una botella de vodka la noche antes de los ensayos”. Sus adicciones, sumadas a una actitud que no encajaba en una boy band, le llevaron a abandonar el grupo en 1995 (según cuenta, le invitaron a irse al desinvitarle a una gira) dejando devastados a millones de fans.
“Odio a estos putos cabrones”, se le escucha decir en un vídeo casero filmado en Jamaica en 1998, donde fue a grabar su segundo disco en solitario y se le ve componer una canción llena de rabia dirigida a sus antiguos compañeros. Por entonces ya había estado ingresado una vez en un centro de rehabilitación. “¿A quién odiabas más y por qué?”, le pregunta directa su hija. “Al que menos soportaba era a Gary, porque él era el que se suponía que debía tenerlo todo, y la carrera. Y quería hacérselo pagar. Yo era vengativo. Quería hacérselo pagar teniendo la carrera que él debía tener. Me arrepiento de haber tratado a Gary así”, le contesta quien llegaría a convertirse en uno de los cantantes en solitario con más discos vendidos y mejor pagados del Reino Unido. Las paces llegarían en 2010, cuando descartó hacer una gira en solitario que le iba a dar mucho más dinero por una serie de conciertos en el Reino Unido con Take That. “Reunirme con ellos fue una parte de vital importancia en mi recorrido hasta donde estoy ahora”.
Tienen que pasar hasta siete años en las imágenes que va recorriendo sobre su vida para que se le vea sonreír por primera vez. Y es al hablar de Angels, la canción que lanzó en 1997, se convirtió en su primer gran éxito y salvó su carrera en solitario. Un tema que lo cambió todo: “El éxito, subconscientemente, implicaba felicidad”, dice.
Pero reflexiones felices hay muy pocas. Estas son tres de las frases que lanza tan solo en el segundo capítulo: “Me diagnosticaron depresión muy joven, a los 22 o 23 años. Pero la gente entonces aún pensaba que si te pasaban cosas buenas y tenías éxito no había por qué estar triste”; “Tenía que salir al escenario delante de miles de personas sintiendo que estaba en una planta 100 ardiendo y debía elegir quedarme y morir quemado o saltar por la ventana a una muerte segura. Así de incómodo estaba”; “Qué difícil era despertarse cada día y estar en mi cabeza”.
“Lo de mirar atrás solo debería hacerse en las puertas de San Pedro. No sé si lo recomiendo”, suelta en tono divertido. Pero el repaso de Robbie Williams a sus 30 años de carrera muestra momentos muy jugosos para los fanáticos y nostálgicos de la música pop de los noventa. Como cuando habla de su noviazgo con la cantante de All Saints Nicole Appleton —a quien se le ve proponerle matrimonio por teléfono—. Pero, sobre todo, cuando habla de su relación con Geri Halliwell (hoy Geri Horner). A lo que se suman unas imágenes inéditas e íntimas de unas vacaciones que pasó en el año 2000 junto a la Ginger Spice en el Mediterráneo. “Nuestra relación empezó cuando estuve en Alcohólicos Anónimos. Me dijeron que no saliera con nadie el primer año, y con razón. Si no podía cuidar ni de un cactus, imagínate de una persona. Su compañía me resultaba muy agradable. Hacíamos el tonto, nos lo pasábamos bien. Y éramos un pequeño grupo que compartía un momento muy mágico en un sitio mágico”, recuerda del primer vídeo en el que dice que ahí era feliz.
El cantante también cuenta por primera vez por qué terminó esa relación: creyó que Geri avisaba a los paparazis de sus encuentros. “Era amigo de Ginger Spice y eso significaba mucho para mí en un tiempo en el que no tenía muchas relaciones en las que me sintiera completamente cómodo. Pero allá dónde íbamos nos esperaban los paparazis. Y unos momentos muy privados y personales se convirtieron en propiedad pública. Y nos quedamos pasmados de que ocurriera algo así. Me topé con un paparazi y me dijo que era Geri quien lo hacía. Ahora ni se me pasa por la cabeza que fuera verdad, pero en su día me lo creí”. Y añade: “Es una muestra de lo que supone estar en el punto de mira; cómo influye en la mente cuando no puedes fiarte de nadie. Y, en cierto modo, echó a perder el recuerdo de una parte importante de mi vida y de unos momentos muy felices”.
Lo que contaban de él o de su música los tabloides británicos le afectaba enormemente. Y ese fue el motivo por el que puso un océano de por medio y, en 2002, se mudó a Los Ángeles. “Lo que necesitaba de América no era triunfar, sino curarme”. De hecho, ya había intentado tener éxito con una gira estadounidense en 1999, cuando nadie en ese país le conocía a pesar de que era número 1 en Europa. Pero eso no fue muy bien, y terminó deprimido.
En 2005 llegó Close Encounters Tour, una gira que se inició en la cúspide de su éxito (llevaba 93 camiones para montar el escenario y su propio jet) y que terminó tras lanzar el single Rudebox y no ser bien recibido por los medios británicos, por lo que desarrolló un pánico a actuar en el Reino Unido. Por entonces, un médico tenía que pincharle esteroides a pesar de la negativa de su equipo para poder salir a actuar. Algo que no cuenta, sino que se ve en las imágenes.
Dos años después, llegó la recaída. “Era adicto a la anfetamina recetada, oxicidona, adderal, hidrocodona, morfina. El mejor repertorio”, se sincera. “No era consciente de lo que me hacía a mí mismo, ni me importaba. Y lo que pasaba era una sensación de que sería mejor si muriera. Eso es donde te llevan las adicciones”. Por aquel entonces había conocido a la mujer que se convertiría en su esposa, la actriz estadounidense Ayda Field. Pero en los inicios de su relación tuvo que ponerle fin para entrar de nuevo en un centro de rehabilitación. “Me dio la oportunidad de recalibrar y ver si podía vivir. Mi carrera se había hecho tan grande que lo único que podía hacer para preservarla era descansar de ella”. Salió de desintoxicación y estuvo tres años sin actuar —ahí es cuando se dedicó a buscar vida extraterrestre, algo de lo que no habla en ningún momento en el documental, a pesar de que ha protagonizado numerosos titulares—. En ese tiempo también retomó su relación con Field, con quien se casaría en una ceremonia celebrada en su casa de Los Ángeles en agosto de 2010.
“Ha sido duro de ver”, asegura con evidente emoción al final. “Pero me siento bien porque ha habido mucha ligereza, humor y cachondeo. Un toque de ternura en estos vídeos que no esperaba ver. Me ha resultado catártico. Me he quitado un peso de encima emocionalmente hablando. He logrado aceptarme y quererme. No esperaba que fuera a sentirme así cuando termináramos. Hay un final feliz. Al menos para mí”.
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