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Los reveses de Isabel II tras el brillo de la corona: del incendio de Windsor a la muerte de Diana de Gales

Comenzando por una entronización solemne y prematura, el reinado de la difunta monarca ha tenido ciertas dificultades que, ocultas tras su figura, marcaron también sus siete décadas

La reina Isabel II durante el Jubileo de Diamante, en 2012, antes de comenzar una gira por el Reino Unido. Foto: EDDIE MULHOLLAND (AFP) | Vídeo: EPV
El País

El 11 de diciembre de 1936, la vida de una joven princesa Isabel, de solo 10 años, cambiaría para siempre: con la abdicación de su tío, el rey Eduardo VIII —después conocido como duque de Windsor—, en su padre, Jorge VI, esta pasó a ser la segunda en la línea de sucesión al trono de Inglaterra. El 6 de junio de 1953, tras la prematura muerte de su padre y con tan solo 25 años, Isabel II se pondría al frente de su país, convirtiéndose más tarde en la tercera monarca más longeva de la historia. Su vida estuvo llena de dificultades que, ocultas tras su propia figura y siempre bajo la responsabilidad de la corona, marcaron también su reinado.

Un matrimonio mal visto

Aunque estuvieron juntos 73 años, los inicios de Isabel II con su marido, el duque de Edimburgo, no fueron vistos con buenos ojos dentro de la familia real. La entonces princesa, hija del rey Jorge VI, conoció a Felipe cuando ella solo tenía 13 años y él, 18. Fue en una visita al barco Britannia, del Royal Naval College cuando solo era un muchacho más. Sus apellidos, por muy reales que fueran, habían caído en desgracia, y sobrevivía gracias a la paga que ganaba por su trabajo. Fue durante la Navidad de 1943, momento en el que Felipe no tenía donde ir, cuando junto a un primo suyo y amigo de la familia real fue invitado al castillo de Windsor. Isabel ya tenía 17 años y, como contaba su niñera Marion Crawford en sus diarios, la joven estaba feliz “como nunca se la había visto antes”.

El rey Jorge VI y la reina consorte, en un principio, no aceptaron aquel romance: ellos hubiesen preferido que su hija se casase con un miembro de la aristocracia inglesa y, el hecho de que perteneciese a una familia real en decadencia, no les resultaba nada conveniente para la futura reina de Inglaterra. La entonces princesa Isabel demostró determinación pese a las dudas de sus padres: se casaron el 20 de noviembre de 1947.

La princesa Isabel junto a Felipe Mountbatten, en el anuncio de su compromiso en el palacio de Buckingham, en julio de 1947.
La princesa Isabel junto a Felipe Mountbatten, en el anuncio de su compromiso en el palacio de Buckingham, en julio de 1947.Getty

La muerte del padre, del rey

A principios de 1952, la entonces princesa Isabel y Felipe, duque de Edimburgo, partieron en una gira oficial por Australia, Nueva Zelanda y, por último, Kenia. El rey Jorge VI había sido diagnosticado de cáncer de pulmón y, debido a una deteriorada salud, se había visto forzado a delegar algunas de sus obligaciones como rey, entre ellas, viajes oficiales. Fue en Kenia, mientras la princesa Isabel y Felipe de Edimburgo se encontraban alojados en el hotel Treetops, cuando el rey falleció. Desde Inglaterra, la embajada británica había mandado un mensaje cifrado a Nairobi para comunicar la noticia, pero nadie fue capaz de descifrar el código. Fue un periodista llamado Granville Roberts, que se encontraba cubriendo el viaje de la joven pareja, quien recibió una llamada que le alertó de lo sucedido. Inmediatamente, se lo comunicó a Martin Charteris, secretario oficial del duque de Edimburgo. Charteris fue a informar al duque con rapidez, puesto que temía que la princesa Isabel se enterase de la muerte de su padre por la radio.

Según informó años más tarde lady Pamela Hicks, prima carnal del duque de Edimburgo y dama de compañía de la reina, a través del podcast de su hija, Felipe recibió la noticia de la mano de su secretario y se llevó a la joven Isabel a dar un paseo para comunicárselo. Isabel II se acababa de convertir en reina de un país que se encontraba a más de 10.000 kilómetros de distancia. Lady Pamela también dio un dato que da muestra de lo inesperada que fue para Isabel II la muerte de su padre: la reina no llevaba ropa negra en su maleta, de modo que, una vez aterrizados en Londres, tuvieron que esperar a que le trajeran un conjunto de luto.

De izquierda a derecha, la princesa Isabel, su abuela la reina María de Teck y la reina Isabel, permanecen en la entrada de Westminster, donde fue trasladado el féretro del rey Jorge VI de Inglaterra, en Londres (Reino Unido), en febrero de 1952.
De izquierda a derecha, la princesa Isabel, su abuela la reina María de Teck y la reina Isabel, permanecen en la entrada de Westminster, donde fue trasladado el féretro del rey Jorge VI de Inglaterra, en Londres (Reino Unido), en febrero de 1952.AP

Una brecha entre dos hermanas

El 2 de junio de 1953 Isabel II se convirtió formalmente en la reina de Inglaterra a través de la ceremonia de coronación y, aunque todas las miradas estuvieron puestas en ella, hubo un detalle que tampoco pasó desapercibido. Durante aquel acto, la princesa Margarita se acercó a charlar con Peter Townsend, capitán de la Real Fuerza Aérea durante la Segunda Guerra Mundial y caballerizo del rey Jorge VI, de forma amigable y cercana, delante de invitados y prensa. En un momento dado, un gesto delató su complicidad: le quitó una pelusa de su uniforme. Al cabo de las horas, los rumores sobre su relación se habían disparado. Ese mismo día, la princesa Margarita se lo comunicó a Isabel II, ahora reina de Inglaterra, así como a miembros cercanos de la familia: su intención era casarse con Peter Townsend, divorciado y 16 años mayor que ella. La reina dijo no.

Aquella negativa abrió una brecha entre las dos hermanas. Años más tarde, la princesa Margarita se casaría con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones, uniéndose en un matrimonio que nunca debió ser y que terminó en divorcio, no sin antes protagonizar numerosos escándalos y polémicas: el matrimonio pronto empezó a hacerse ver como un par de fiesteros con una adicción incontenible al alcohol y a otras sustancias. Las infidelidades de ambos eran públicas. La imagen para el resto de la familia real y, en especial, para Isabel II, era devastadora. La reina dijo que no al matrimonio con Peter Townsend, pero dijo sí al divorcio de Armstrong-Jones. Fue en junio de 1978.

La reina Isabel II, en aquel momento, todavía princesa, junto a su hermana la princesa Margarita, en 1946.
La reina Isabel II, en aquel momento, todavía princesa, junto a su hermana la princesa Margarita, en 1946. Lisa Sheridan (Getty Images)

1992: annus horribilis

El 25 de noviembre de 1992, en el curso de un banquete ofrecido en su honor en Londres, con ocasión del 40º aniversario de su ascenso al trono, Isabel II declaró “1992 no será un año que yo recordaré con placer” sino que lo que calificó como su “annus horribilis” o “año terrible”. No era para menos: su hija mayor, la princesa Ana, había obtenido el divorcio de Mark Phillips; el príncipe Andrés, duque de York, se había separado de Sarah Ferguson, y el matrimonio entre el heredero al trono, el príncipe Carlos y Diana de Gales, también hacía aguas a través de una separación que, pese a que se intentó enmarcar de amistosa, llegaba justo después de un libro que hizo tambalearse a toda la institución.

El 15 de junio de 1992, se publicó Diana, su verdadera historia, del periodista Andrew Morton, una biografía explosiva en la que la princesa de Gales colaboró en secreto. Nunca antes un miembro de la realeza había hablado de una manera tan cruda sobre su infelicidad. En el libro se mencionaban infidelidades por parte de Carlos de Inglaterra, así como la bulimia y depresión que sufría Lady Di. El capítulo más polémico era el que desvelaba que Diana había intentado quitarse la vida hasta en cinco ocasiones durante la década de los ochenta. Las afirmaciones sobre la inestabilidad emocional de la futura reina de Inglaterra desataron una tormenta mediática, social y política. El palacio de Buckingham no hizo comentarios sobre ninguna de las revelaciones, pero a las pocas horas de la publicación aclaró que la princesa no había cooperado “de ninguna manera” con la biografía. Aquel año, los sondeos mostraron una fuerte caída en la popularidad de la monarquía. La salida de Diana de Gales de la familia real fue un duro golpe. A fin de cuentas, ella ya era la reina de corazones.

La princesa de Gales junto a la reina Isabel II en noviembre de 1982.
La princesa de Gales junto a la reina Isabel II en noviembre de 1982.Princess Diana Archive (Getty Images)

Para culminar el año, tan solo unos días antes de pronunciar su discurso en aquel banquete ofrecido en su honor, un devastador incendio arrasó parte del castillo de Windsor, una de las residencias habituales de la reina, pero sobre todo símbolo de la continuidad en la historia de la monarquía británica. Como relató el periodista Rafa de Miguel en un artículo en este mismo medio refiriéndose a ese momento crucial en la vida de Isabel II, a partir de entonces las cosas tenían que cambiar: “A partir de aquel discurso, comenzaron las obras de reparación del edificio... y de la institución”. La reina y el heredero, el príncipe de Gales, se comprometieron a comenzar a pagar impuestos por sus ingresos privados y a permitir un control de transparencia en sus finanzas. A mediados de los noventa, se constituyó un grupo oficial denominado Way Ahead, que reúne un par de veces al año a asesores y miembros de la familia real para tomar el pulso a la opinión pública y decidir la estrategia política posible.

La muerte de Diana

Diana de Gales murió un 31 de agosto de 1997. En vida ya había incomodado a la familia real británica. Tras su muerte, resquebrajó los cimientos aun tambaleantes de una monarquía todavía en fase de recuperación de su annus horribilis. Diana obligó a la reina de Inglaterra a mostrar sus sentimientos y enfrentarse a la creciente ira de sus súbditos, que por un breve instante quisieron verla abdicar.

Hasta el cuarto día tras la muerte de Diana, Isabel II no se pronunció, en un discurso que sí consiguió calmar algo los ánimos. También fue el cuarto día tras la muerte de Diana cuando la bandera de Buckingham ondeó, por fin, a media asta en señal de luto. El quinto día, se produjo el multitudinario funeral al que acudieron dos millones de personas para acompañar el féretro a la abadía de Westminster. Dentro, 2.000 invitados, presididos por la reina Isabel II, se despidieron de Lady Di. Según relata la crónica de la época en este mismo medio: “Más significativo fue un posterior gesto que dejó atónitos a muchos: la reina Isabel, en un gesto sin precedente en la historia de la corona, inclinó levemente la cabeza en señal de respeto hacia su controvertida exnuera”.

La Reina Isabel II y su esposo, Felipe de Edimburgo, observan los miles de ramos de flores depositados por ciudadanos en el exterior del palacio de Buckingham, en memoria de Diana de Gales, fallecida en accidente de tráfico, en una imagen del 5 de septiembre de 1997.
La Reina Isabel II y su esposo, Felipe de Edimburgo, observan los miles de ramos de flores depositados por ciudadanos en el exterior del palacio de Buckingham, en memoria de Diana de Gales, fallecida en accidente de tráfico, en una imagen del 5 de septiembre de 1997.Reuters

Adiós a la madre y a la hermana

El año 2002 fue un año triste para Isabel II. El 9 de febrero de aquel año fallecía la princesa Margarita, hermana de la reina Isabel, tras sufrir una apoplejía a la edad de 71 años. El 30 de marzo de ese mismo año, murió la reina Isabel, la reina madre, a los 101 años. Isabel II se encontraba junto a su madre cuando esta falleció, pero el resto de la familia se encontraba de vacaciones: el príncipe Carlos, desde siempre muy unido a su abuela, se declaró “consternado” desde Suiza, donde estaba esquiando junto a sus hijos, Guillermo y Enrique. El duque de York, hijo mediano de la reina, estaba en Barbados junto a su ex mujer, Sarah Fergusson, y sus dos hijas. La muerte de su hermana y de su madre ensombreció el año del Jubileo, en el que Isabel II festejaba el 50º aniversario de su acceso al trono.

La reina Isabel II junto a su hermana Margarita, en mayo de 1988 en una competición deportiva.
La reina Isabel II junto a su hermana Margarita, en mayo de 1988 en una competición deportiva.Tim Graham (Tim Graham Photo Library via Get)

Andrés, el hijo repudiado

En noviembre de 2019, Isabel II concedió permiso a su hijo el príncipe Andrés “para retirarse de todos los deberes públicos que conlleva su cargo en el futuro inmediato”, según un comunicado del palacio de Buckingham. Fue una forma diplomática de repudiar al hijo que estuvo implicado en el escándalo del millonario y pedófilo Jeffrey Epstein y que se había convertido en una serio peligro para la monarquía británica después de una desastrosa entrevista del duque de York a la BBC desde el palacio de Buckingham. Las extrañas excusas proporcionadas por el duque, su falta de empatía con las víctimas de Epstein e incluso su defensa de una relación que, según él, le ayudó a establecer valiosos contactos en el mundo de las finanzas, escandalizaron a la opinión pública británica y pusieron en un serio aprieto a Isabel II, quien decidió alejar a su hijo de su familia.

Enrique de Inglaterra y Meghan Markle: el frío adiós a un nieto

En enero de 2020, hartos de una perspecución mediática que se comparó con la que tuvo que soportar la propia Diana de Gales, el príncipe Enrique y su esposa, la actriz estadounidense Meghan Markle, convertidos en duques de Sussex, decidieron poner tierra de por medio. Lo hicieron a través de su cuenta oficial de Instagram, anunciando que pretendían abandonar gradualmente las actividades y compromisos públicos que les imponía el palacio de Buckingham: “Pretendemos dar un paso atrás en nuestro papel de miembros sénior de la familia real y trabajar para ser económicamente independientes, a la vez que continuará nuestro pleno apoyo a su majestad. (...) Planeamos equilibrar nuestro tiempo entre el Reino Unido y América del Norte”.

Algunos medios británicos, como The Times, aseguraron que ni Isabel II ni Carlos de Inglaterra conocían la decisión de Enrique y Meghan. La reina, según ese mismo diario, estaba decepcionada ante la decisión de su nieto. Más adelante, la palabra que se utilizó fue “furiosa”. Tanto, que instó a que se encontrase una solución con la mayor brevedad posible. Y la reina fue obedecida: los duques de Sussex dejaron de utilizar el título de su alteza real y de recibir fondos públicos. Después de aquello, los duques de Sussex partieron a Estados Unidos, enfriando la relación con el resto de la familia real.

Enrique y Meghan, duques de Sussex, contemplan junto a la reina Isabel II un desfile aéreo desde el palacio de Buckingham, el 10 de julio de 2018.
Enrique y Meghan, duques de Sussex, contemplan junto a la reina Isabel II un desfile aéreo desde el palacio de Buckingham, el 10 de julio de 2018.Chris Jackson (Getty Images)

Hasta que la muerte les separó

“Es con gran pesar que Su Majestad la reina anuncia la muerte de su amado marido, su Alteza Real el príncipe Felipe, duque de Edimburgo”, señaló el palacio de Buckingham en un comunicado el 9 de abril de 2021. Felipe de Edimburgo, príncipe consorte del Reino Unido, fallecía a los 99 años. Isabel II y el duque de Edimburgo llevaban un año recluídos en el castillo de Windsor, desde que comenzó la pandemia. Fue el matrimonio real más longevo de la historia. Tuvieron cuatro hijos. Durante más de 73 años de unión, el matrimonio sobrevivió contra viento y marea a las tempestades y a los cambios de rumbo del mundo moderno. Desde la muerte de su esposo, Isabel II fue poco a poco desapareciendo de la vida pública, pasándole el testigo a su hijo y a su nieto, el príncipe Guillermo, excusándose en sus problemas de movilidad. El 8 de septiembre Isabel II fallecía a la edad de 96 años, 517 días después que su amado esposo.

La reina Isabel II junto a su marido el duque de Edimburgo, que entonces cumplía 99 años, en el castillo de Windsor en 2020.
La reina Isabel II junto a su marido el duque de Edimburgo, que entonces cumplía 99 años, en el castillo de Windsor en 2020.POOL (REUTERS)

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