Dulceida: “Merezco cada euro que gano”
Aída Domènech, de 31 años, lleva 10 viviendo de colgar sus fotos en redes, donde congrega a millones de seguidores. Ella se considera una “entretenedora” y quiere ser madre con su esposa, Alba Paul Ferrer
Salón privado de hotelazo de lujo. Flores frescas, agua de marca, catering finísimo. Séquito de asistentes entreteniendo a la visita mientras acaban de producir a la artista. Vida y dulzura. Después de un año largo de tristísimos eventos virtuales, casi fascina volver a asistir al habitual despliegue de medios de una presentación de un producto de belleza como las de antes de la pandemia. La de hoy, el bautizo de una paleta de maquillaje de Sephora que se vende como tofu en garito vegano, es la excusa para intentar comprender el misterio de Dulceida, la mujer que lo firma y cuyo nombre, dicen en la casa, se traduce en ventas. Ella misma, escueta de estatura, rotunda de formas, con el cutis demasiado terso y las cejas demasiado altas como para ser de nacimiento, también se lo pregunta.
Explíqueme a qué se dedica, por favor.
Lo explico siempre fatal. Como hago tantas cosas... Creo que soy creadora de contenidos para entretener a la gente, para inspirarla, para acompañarla. Lo de influencer es porque te sigue gente, haces publicidad y se supone que vendes porque interesas. Pero lo que creo que aporto en redes es realidad, normalidad y cercanía. Te puedes reír de mí o conmigo, todo vale.
¿Irse a Maldivas, de excursión en furgoneta y a ponerse bótox, todo en un mes, es normal?
No. Ni mi trabajo ni mi vida son normales, pero me encantan. Me considero superafortunada.
¿Parecer tan ideal no genera frustracion a quien no puede serlo?
No me gustaría. Yo lo veo de otra forma. Ni mi vida, ni mi cuerpo, ni mis fotos son perfectos. Yo también tenía complejo de barriga, por ejemplo. Hasta que he comprendido que todos los cuerpos lo son. En YouTube lloro, río, soy yo. Y luego, sí, si voy de viaje, quiero que veas la foto y digas, guau, fotón.
Hay un 45% de paro juvenil en España. ¿Tiene algún amigo en esas circunstancias?
Sí, no muchos, pero sí. Lo veo muy difícil. Recuerdo que, en cuanto pude, yo quería trabajar porque quería mi dinero. Cuando eres joven quieres poder ir a cenar. Lo del paro lo veo complicado, en general. No quiero ponerme de ejemplo de nada.
¿A los 30 ya necesitaba bótox?
Solo me he hecho el entrecejo y me he rellenado las ojeras. Me las veía muy marcadas y prefiero tener la piel lisa, pero hay mucha gente a la que le gusta las arrugas y lo veo genial. Lo de los retoques es un tema tabú y a mí no me parece nada malo. Aún así, te digo que esto no lo necesitaría, podría vivir sin ello.
¿No cree que se está imponiendo un modelo de belleza imposible?
Puede ser, sí. Yo me considero superjoven y no quiero envejecer.
¿Y qué piensa hacer al respecto?
Envejecer. No quería llegar a los 30 y ahora tengo 32. Mi madre tiene 57 y dice que se siente joven, supongo que esto va así.
Lleva 10 años viviendo de su trabajo como influencer. ¿Cómo se aguanta tanto en el negocio?
Cuando empecé, a los 19, no había nadie, éramos cuatro chicas sacándonos fotos. Recuerdo el primer día que tuve 3.000 visitas y flipé. No buscaba nada porque no existía. He ido creciendo a la vez que las redes. Supongo que he estado en el momento y en el sitio oportuno. Y luego soy muy cabezona y muy trabajadora. Y he ido reinventándome. En YouTube abrí mi corazón. Ahí dije que estaba enamorada de Alba, mi mujer. Ahora, sé que cualquier publicación con ella interesa. Somos una pareja superapoyada.
¿Temía salir del armario?
Sí, tenía miedo a que me insultaran o a que las marcas dejaran de llamarme. Me sorprendió que no fuera así. Pero sigue habiendo homofobia en la calle, en la moda y el lujo. El otro día, a Alba y a mí, nos increpó un tío por la calle por hacernos fotos besándonos. Y no verás un anuncio de un perfume de marca con dos chicas o chicos besándose. Somos muy modernos, pero aún hay tabúes.
Y eso que es rica y famosa.
Soy una privilegiada. Lo hablo mucho con Alba: vivimos en una burbuja en ese sentido.
¿Y en los otros sentidos?
En los otros igual, también.
¿Merece el dinero que gana?
Uf, qué difícil, nunca me lo había planteado así. Pero sí, merezco cada euro que gano porque nadie me ha regalado nada, me lo he currado sola.
¿Qué quería ser de pequeña?
Exactamente como soy ahora. Soy una loca de la moda, me ‘demencian’ los bolsos y decía: yo un día voy a tener un Chanel. Ahora que puedo llevarlo, puedo ir vestida de Primark y ponérmelo como el toque de moda, me da aplomo, seguridad. Pero sé muy bien de dónde vengo. Mi madre es contable, mi padre, instalador de aire acondicionado. Sé lo que cuestan las cosas.
¿Ahora también nota clasismo en su ambiente?
Sí, muchas veces. Es cierto que yo puedo estar en cualquier sitio. Pero la gente que se mueve en el mundo del lujo, lujo, los de las Fashion Weeks y eso, te tratan depende de quién seas o de quién creen ellos que eres, te miran por encima del hombro y eso lo odio. He oído muchas veces llamarme choni. Otros me llaman pija. Igual es que hago algo bien.
¿Quién es la influencer de la influencer?
Mi madre y mi abuela. Son mujeres muy luchadoras, se han caído y se han levantado. Las admiro muchísimo y me ponen en mi sitio.
¿Entiende a quien la odia?
Obviamente, entiendo que no le guste a todo el mundo. Pero lo que más me dicen es “esta es tonta, no hace nada, me cae mal”. A esos les diría que se vinieran una semana conmigo a trabajar, a ver qué pensaban entonces. A mí tampoco me cae bien todo el mundo. Juzgan sin conocer. Yo también lo hacía. Mi mujer, Alba, me caía fatal. Yo también estoy trabajando en no juzgar a la gente sin conocerla. Mi mayor recompensa es cuando me conocen y me dicen, pues no eres tan tonta como parecías.
Pero usted depende de gustar a la gente, si deja de gustar, deja de ingresar.
Sí, por eso, desde que vi que esto era un trabajo serio, empecé a hacer otras cosas, porque mi madre me dice que un día estas aquí y otro allá, y eso lo tienes que tener muy claro.
O sea, que tiene plan B.
Mi plan B va con el A. Seguir con mi empresa de moda, representación y conciertos. Ha estado un año parada con la pandemia, pero ahora vamos a relanzarla. Ahora la que lleva todo es mi madre. Al final, lo que quiero ser de mayor es mi madre.
Y eso que usted no acabó la ESO.
Eso es una leyenda urbana. Lo dije una vez y todos lo repiten. Sí que la tengo. La hice muy tarde, vale, pero la hice. Me obligó mi madre a hacer el curso para mayores. Se lo agradezco infinitamente. Fui una adolescente loca y rebelde. Quería estudiar Interpretación y no tuve paciencia para acabar la ESO a su tiempo. Ojalá no me toquen unos hijos con ese pavazo.
¿Quiere ser madre?
Sí, Alba y y yo queremos serlo. No sabemos cuándo, pero quiero sentir el embarazo, sentir el proceso, tener a mi bebé.
¿Cuántos años cree que le quedan como prescriptora?
Me lo preguntaban ya hace seis años y aquí sigo. Creo que, de una manera u otra, seguiré en redes. Delante o detrás de los focos, pero en este mundo, molestando.
VIDA DE AÍDA
Dulceida— Aída Domènech (Barcelona, 31 años)— es, quizá, una de las prescriptoras más conocidas y veteranas de España. Se la ame o se la deteste, que de todo hay al otro lado, lleva más de 10 años viviendo de su nombre en redes. Sus impactantes fotos y vídeos haciendo y anunciando cosas diversas aún deben de ser rentables porque las marcas siguen contando con ella para sus campañas en un amplio espectro en el que conviven desde Dior a Primark. Por si acaso, ella confía en la reactivación de su empresa de diseño de moda, representación y organización de festivales de música, Dulceweekend, al ralentí por la pandemia, como plan B para el futuro. Casada con la también 'influencer' Alba Paúl, dice que quiere ser madre y espera que sus hijos no tengan una adolescencia como la de ella: "pobre mi madre, la paciencia que tuvo que tener conmigo no sé si yo la tendría", confiesa.
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