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La paradoja y el estilo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Grandezas de España

Si Esperanza Aguirre acudiese a la tele a contar cómo fue la historia de ese Goya familiar, estoy seguro de que no tendrá la valentía ni el arrojo de Rocío Carrasco

Esperanza Aguirre, en el funeral de Pilar de Borbón en El Escorial (Madrid) en enero de 2020.
Esperanza Aguirre, en el funeral de Pilar de Borbón en El Escorial (Madrid) en enero de 2020.Europa Press Entertainment (Europa Press)
Boris Izaguirre

La noche del pasado miércoles coincidieron en la parrilla televisiva los candidatos a la presidencia de Madrid (dos de las candidatas llevaron el mismo look); Rocío Carrasco, que siguiendo su vuelo de Ave Fénix apostó por el azul pavo real; mientras la reina Isabel de Inglaterra, que cumplía 95 años, y el fantasma de lady Di mariposeaban en un documental que analizaba cómo se gestó su célebre entrevista a la BBC contando sus años de matrimonio. Un atracón de mujeres singulares vinculadas al espectáculo y al poder. O al poder del espectáculo. Con el empacho, no pude conciliar el sueño.

Dando vueltas en mi cama, pensé en la capacidad de las mujeres en volverse heroínas, mártires y candidatas. Antes de analizar la entrevista en plató a la hija de Rocío Jurado, me sugestioné en que ese testimonio de Diana de Gales hace 26 años se parece al que desgrana Rocío Carrasco en su docuserie: mujeres que intentan hacer oír el engaño al que han sido sometidas y que el machismo consigue silenciar, ningunear o reducir al eterno titular: “Está medio loca”.

Rocío Carrasco consiguió hacerse con algo más de credibilidad, sin salirse de la hoja de ruta de que lo que está contando es para que todos podamos identificar el abuso psicológico y, de paso, cómo no, desenmascarar a su exmarido. Y así Telecinco le arrebató audiencia al debate de los políticos. Que se sienten importantes y no se visten como si lo fueran. Ellos insisten en que no es relevante el aspecto pero tengo claro que es la estrategia torpe de restar importancia a algo que no dominas. Cuando vimos a la candidata de Más Madrid con el mismo color de americana que su némesis, la presidenta de la Comunidad, discutí que seguro que Díaz Ayuso disfrutó esa coincidencia porque neutralizaba a su oponente. Moraleja, hay que llevar varios cambios a un debate. Como siempre ha defendido Bibiana Fernández: pon en la maleta más de lo que necesites, porque lo vas a necesitar.

Mi momento favorito de la noche de ese miércoles fue cuando mis amigos, muy bien formados pero televisivamente dispersos, dejaron de cambiar canales en el mando. Fue decir Rocío Carrasco que su hija la había golpeado y le había dicho a su padre, por teléfono, “ya está hecho” y el mando quedó enterrado entre los cojines del sofá. Y no volvimos al debate electoral, lo último que vimos fue a Rocío Monasterio con un pin parental en la coleta y una chaqueta morada, el color de Unidas Podemos. ¡Qué poca cabeza!, pensé. La verdad que el comunismo tiene el don de apropiarse de los colores que chiflan a sus enemigas. Cuando los chavistas se apoderaron del rojo, entonces en Caracas las señoras elegantes se inventaron el color coral, para poder colar ese escarlata que te hace sentir más dinámica pero sin levantar sospechas políticas.

Al día siguiente, me desperté mejor pero con el gran chanchullo montado por unos Grandes de España. Las dos escopetas y un Goya del padre del marido de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, cuyo hermano ha denunciado ahora que vendieron probablemente bajo cuerda y sin declarar a Hacienda ni a patrimonio artístico, ni nada, y eso parece exponer de nuevo las grandezas del Partido Popular cuando prefiere la libertad de chanchullismo o comunismo. Los Grandes de España declararon, eso sí, las dos viejas escopetas. Pero si la expresidenta Aguirre acudiese a la tele a pegar un par de tiros y contar cómo fue la historia de ese Goya familiar vendido en un momento de apuro, estoy seguro de que no tendría la valentía ni el arrojo de Rocío Carrasco para destapar todo el cuñadismo feroz de la casa de los Ramírez de Haro. Ellos, los goyas los lavan en casa.

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