Jugando al escondite
Se marcha Juan Carlos, el rey con más apego al vedetismo del siglo y regresa la dama del Folies Bergère
Cuando escribo esta columna, el rey emérito continúa en paradero desconocido, jugando al escondite. Le acompañan, al menos, cuatro personas a su servicio, que tienen geolocalizadores en sus móviles y de quienes sus familias y jefes deberían saber dónde andan. Ahora que el juancarlismo se ha acabado, esta forma de lealtad alambicada y feudal que entorpece la información resulta cómica. La excusa, el temor a que se tambalee el edificio constitucional, alimenta ese secretismo que ejercitó la institución monárquica durante años y que ahora la erosiona y nos desconcierta.
No preocupa tanto la marcha del rey, sea corta o larga, preocupa casi más que pueda ser a la República Dominicana. No podrá disfrutar del bufé libre que se sirve en Marivent. Soy caribeño y me veo obligado a advertir que en nuestras islas no se come tan bien como aquí. Son otros aceites, otra cultura gastronómica. La langosta pierde sabor, al pescado no se le trata como en Sanxenxo, las legumbres se endulzan y engordan más. El vino es disparatadamente caro (y eso genera ansiedad en los españoles cuando llega la cuenta). Irse allí definitivamente convertiría cualquier exilio en un caluroso encierro comparable al de El conde de Montecristo.
En el Caribe, la piratería y los mosquitos no son las únicas amenazas. Está el temido “síndrome papuchi”, en alusión al padre de Julio Iglesias, que se enamoró con la fuerza de un huracán de una azafata de Trinidad con la que tuvo hijos sesenta años más jóvenes que el cantante. Ya hemos disfrutado y sufrido suficiente con los amores del emérito pero que ahora aparezca una bella Pocahontas, una miss Hawaian Tropic, anteponiendo el característico “mi rey bello, mi emérito divino” a cada frase o que la noche termine con un “qué grande, papi”, puede resultar inquietante y perturbador para los que permanecemos en España expuestos a la crisis y la pandemia.
Como Juan Carlos se traslada fuera de España por amor a la Corona y consciente de que ha dejado el edificio constitucional en buenas manos, yo me atrevería a sugerir algo menos tensionador que un referéndum sobre la monarquía, propondría que se hiciera una consulta sobre el destino residencial del emérito. Ya que asumimos sus gastos con espléndida alegría al menos podríamos decidir cómo y dónde acomodarlo mejor. Así mataríamos dos pájaros de un tiro ya que se vería también como un guiño a la tan deseada transparencia.
Lo que resulta nítido es que Juan Carlos va a extrañar nuestro país en este paréntesis. La comida, la gente, los horarios, el cachondeo, el todo gratis. Por eso sugiero otra propuesta, que la princesa Irene, hermana de Doña Sofía, adquiera un rol más inclusivo, con más visibilidad: el de consejera. Lleva viviendo un prolongadísimo paréntesis en la Zarzuela, siempre descrita con adjetivos que empiezan por su inicial: inseparable, insustituible, invitada. Ella podría explicarle al emérito cómo se consigue, con discreción aristocrática, ser invitada vitalicia. ¡Es algo que el emérito necesita saber si decide alojarse en casas de amigos! Ser ese huésped que acepta ser el último en desalojar un salón después de una discusión fuerte o el que sabe hacerse invisible en una negociación.
Gracias a la mudanza sorpresa, ¡Hola! tiene portada histórica, propia de una “democracia vigorosa”, como dice el presidente Sánchez, que enlaza a una noticia robusta: vuelve Norma Duval. Se marcha Juan Carlos, el rey con más apego al vedetismo del siglo y regresa la dama del Folies Bergère. Y con ganas y tipazo. Norma quiere recuperar un trono demasiado vacante tras un paréntesis demasiado largo. ¡Celebrémoslo! Cualquier edificio constitucional es más sólido si dentro tiene unas escaleras por las que desciende una reina como Norma.
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