Crispación cero
El confinamiento me ha ofrecido una calma que desconocía, quizás por eso todavía no me salen gritos aterradores
Salimos a cenar la noche de San Juan a un excelente y diminuto restaurante cerca de casa. Apenas entramos, vimos la alargada figura de Cayetana Álvarez de Toledo sentada en la primera mesa del local. No nos conocemos personalmente pero desde que soy famoso he asumido ese protocolo de que las personas que lo son se saludan entre sí con familiaridad desacomplejada. Así que dije buenas noches un poquito más alto de lo normal, ella iba a responder cuando un sonoro ¡Holaaa! estalló afectuoso. No era ningún terrorista, era Ágatha Ruiz de la Prada, con Luis Gasset y otra pareja de amigos. Lamenté no llevar una de sus mascarillas solidarias pero agradecí la brisa fresca que esparcía su saludo. Con el ambiente tan crispado que hay en el Congreso; Jorge Javier y Belén Esteban enfrentados por la gestión sanitaria, lo que menos deseaba para mi noche de San Juan era un Sálvame Deluxe con la primera dama de la crispación.
Allí, a nuestra edad y en una atmósfera tan íntima y aristocrática nos convertimos en los tortolitos del solsticio. Cayetana es marquesa de Casa Fuerte, como el reality que arrasa en Telecinco. Ágatha es baronesa, marquesa y también arrasa. A Álvarez de Toledo le recuerdan su título con frecuencia en su lugar de trabajo. Y ella responde con la palabra terrorista como si fuera otro título. Ágatha, que es de otro percal, vistió una vez un diseño propio que reproducía los colores de la bandera republicana. Y también llevó otro con la bandera catalana, haciendo un maridaje entre su creatividad, origen y humor. La diseñadora reía y sopesaba lo que se hablaba en su mesa (recomendó que había que leer Proust: “No sabes nada si no lo lees”). Álvarez de Toledo me hizo una pregunta, que no oí bien (vacilé si podría haber sido sobre el rifirrafe de Jorge Javier y Belén), porque estoy acostumbrado a oírla con un micrófono institucional de por medio. Respondí, sin veneno, que “nos conocimos en una feria del libro”. Pero se cocinó un silencio raro, algo que se parecía a un diálogo de besugos, entonces la chef, casi mediática, lo resolvió ofreciendo un cogote de corvina que nos dejó a todos boquiabiertos. “Qué suerte tiene España con sus productos de proximidad”, comentó mi marido. Todos asintieron, educadísimos. Y felizmente se mantuvo la distancia social para siempre. Como le conté a una amiga poco después: “Cari, crispación cero”.
Comprobé que cada uno tenemos un personaje. Yo tengo uno en televisión, Ágatha y Cayetana también. Quizás la vida sería más plácida sin tanto trasiego de roles. Y también resultaría más aburrida. El confinamiento me ha ofrecido una calma que desconocía. Quizás por eso todavía no me salen gritos aterradores con los que alimentar la crispación. Parezco un personaje femenino de Ingmar Bergman que resiste silencioso y sin bronceado. Asumo que es una receta casi perfecta. Y me gustaría transmitírsela a Rocío Flores, una joven aristócrata del talento, que sale guapísima en su primer posado para ¡Hola!. En la entrevista, le preguntan reiteradamente sobre su crispada relación con su madre, Rocío Carrasco (con quien trabajo en Lazos de Sangre). Flores se manifiesta deseosa de que no le interroguen más por su progenitora y, al mismo tiempo, proclama querer darle un abrazo pronto. Lamentablemente no es momento de abrazos. Es momento de codazos. Aunque no hablé de nada de esto con mi compañera de programa, sí que es cierto que se aliviaría la crispación entre ellas y dispararía la audiencia. Claro, a ver quién tira la primera piedra.
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