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“¿Seguro que no queréis otro plato?”: la presión para que pidas más en los restaurantes

¿Alguna vez un camarero te ha dicho “os vais a quedar con hambre” y has caído en su trampa por vergüenza? Presionar a los clientes para que consuman mucho puede ser malo para ellos y para el local

Pedir más platos en los restaurantes

Lo confieso: yo como poco, y estoy hasta las narices de que los camareros me presionen para pedir más cantidad, como si fuese una cuestión de vida o hambre para siempre. Hace poco, en un restaurante de Madrid conocido por sus baos de cuyo nombre no quiero acordarme, me trataron con la soberbia de creer que sabían más de mí que yo misma. Esta triste historia empieza una noche que decido salir en pareja a cenar algo, con el único deseo de que me diese el aire, probar algunas cosas ricas y a soñar con los angelitos.

Un plan sin fisuras que el camarero no debía compartir ya que, sin importarle los motivos por los que pedíamos poco, me insistió hasta la incomodidad con que íbamos a pasar hambre. Pequeño spoiler: no hizo falta pedir más, dándome casi más gusto que aquel bao negro; igual es que llevar la razón sacia más que comer. Pero puede que no todo el mundo plante cara a la posibilidad agorera de morir de inanición, así que aquí defenderé el pedir menos de lo que tus ojos –o los de quien te toma el pedido– creen que necesitas.

Tú diciéndole al camarero "te lo dije"

La presión social y la de los encargados del local te hacen replantearte hasta tu propio nombre. Es como ir al dentista a por una limpieza y terminar con una endodoncia y un Invisalign. Pero, ¿qué pasa con las circunstancias vitales de cada uno? Mi elección puede estar condicionada por una enfermedad, por motivos económicos, problemas de estómago, una dieta o, simplemente, porque no me da la gana comer más, asuntos que no parecen importantes.

“Vivimos en un entorno que nos desconecta de nuestras señales de hambre y saciedad. Las dietas, la culpa por comer ciertos alimentos y la presión social pueden hacer que comamos por razones externas más que por necesidad”, cuenta la nutricionista y coach Stefy Fernández. Y yo presión social siento mucha, aunque intento mantenerme firme con mi decisión. Algo parecido a lo que pasa cuando decides no tomar vino o no pedir postre, dos puntos que pueden generar reacciones tan absurdas como incómodas. Desde el “¿estás embarazada o tomando antibiótico?” a comentarios sobre si con el peso que tienes “te puedes permitir un dulce” o “por un día no pasa nada”, entre otras opiniones no solicitadas.

Pero ahí vuelve de nuevo el camarero a presionar –señor, suélteme el brazo– con el anuncio de que la cocina va a cerrar en quince minutos, y nuestro cerebro colapsa pensando que quizás esa será la última vez que podamos llevarnos algo a la boca. La buena noticia es que podemos ser conscientes y tomar las riendas de las cantidades. La dietista-nutricionista Andrea Sorinas (más conocida como Concoconut en redes) aconseja hacer un pedido en dos tiempos, es decir, el “vamos viendo” de toda la vida. Así disfrutas más de los platos y la mesa no parece el banquete final de Astérix. Una lógica aplastante pero difícil de aplicar en comidas con amigos: más bocas para pedir y para decir que va a ser poco.

Que tu mesa se vea así: la fantasía del restaurante

Llegados a este punto, decido hacer periodismo de investigación y lanzo en mi grupo de WhatsApp de referencia este debate, y el primero que rompe el hielo lo hace a machetazos: “Somos los típicos que si comemos fuera de casa, comemos el doble. Si comes en la calle, es para hincharte”, me cuenta un amigo. Me siento un poco sola pero, poco a poco, se van viniendo abajo y se caen las caretas. “Yo estoy cambiando y empiezo a preferir sitios donde te ponen raciones más comedidas”, confiesa uno. “La gente pide por los ojos y quiere probarlo todo. Lo mejor es ir haciéndolo poco a poco”, dice otra. “A mí me pasa como a ti, me gusta comer poco, pero a veces es lo que hay y se lo termina comiendo mi novio” o “cada vez hay más cosas que me sientan mal y hay que ser comedido, especialmente por la noche”. ¡Ajá! Les voy pillando con la guardia baja.

Muchos pensarán que si sobra, siempre te lo puedes llevar a casa. Por suerte, cada vez está más culturalmente extendido llevarse los restos y evitar que esa comida se pierda en contenedores como lágrimas en la lluvia. Pero, ¿y si estoy de viaje? No me seduce la idea de pasear las sobras por museos. También resulta inviable si se trata de una cena y hay plan de continuar la noche. ¿Qué hago? ¿Me llevo el túper para salir y finjo que es el nuevo modelo de bolso de Balenciaga? Mini punto para el equipo de pedir menos.

No tengas vergüenza y pídelo

A estas alturas sabemos lo que podemos hacer nosotros pero, ¿pueden los restaurantes hacer algo por sus clientes? “En lugar de insistir, los camareros pueden ofrecer alternativas, como opciones de raciones más pequeñas o dejar claro que si el cliente quiere algo más después, puede pedirlo sin problema”, cuenta Fernández. A lo que Sorinas añade que “lo ideal sería que los camareros pregunten sin juzgar y normalicen que no todo el mundo quiere comer en exceso”. No se hable más, voy encargando ya las camisetas de “Stop hambre shaming”.

La culpa no es tanto de los camareros, que suelen trabajar bajo más presión que Montoya cuando ve llegar a Sandra Barneda. Son los dueños de los establecimientos los que nos ven como ocas a ser cebadas con un embudo. Querido hostelero, siento decirte que tengo más imágenes para ti: que yo coma un plato más no va a hacer que te hagas millonario. Si me presionas, igual lo que ganas es una mala reseña en Google, pero ser más empático y tener en cuenta que cada cliente es un mundo sí hará que la experiencia sea más placentera y eso nos incite a volver. Todos ganan. No parece tan difícil.

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