Cosas que deberían desaparecer de los restaurantes
Pedimos a un consejo de criticones gastronómicos que nos cuenten lo que les saca de quicio cuando salen a comer. Los carteles creativos de los baños, los sushis fantasía, la tarta de queso o las gyozas son algunos.
Los restaurantes, como los balnearios o el Satisfyer, nacieron para el placer. Todo en ellos está pensado para que el cliente solo se centre en disfrutar de la comida: no tienes que poner los cubiertos, te atienden diligentes camareros sin necesidad de levantarte, alguien cocina para ti y encima no tienes que fregar luego los platos. Pero dentro de algunos de estos locales hedónicos también hay aspectos que nos rechinan y hacen que la experiencia sea menos satisfactoria. Porque nada en este mundo es perfecto (a excepción de los memes de Malacara, que quizá sí lo sean).
En El Comidista hemos llamado a criticones y criticonas para que nos cuenten, en clave de humor, qué cosas de los restaurantes les ponen más tensos que Carlos III en la fábrica de Pilot. Estos elementos pueden ser culinarios o no: hay quienes no soportan la mermelada de fresa en las tartas de queso y otros que erradicarían con una bomba de hidrógeno los platos de pizarra, por ejemplo. Ahora bien, antes de que nos lleguen cartas hasta arriba de ántrax, queremos dejar claro que el fin de este artículo y de todos los comentarios aquí vertidos es la guasa, el jijíjajá, la chanza. Así pues, comidisters, he aquí 16 aspectos que deberían desaparecer de estos templos del placer gastronómico:
El sushi fantasía
El oligarca comidista Mikel López Iturriaga tiene claro que eliminaría de las cartas el arroz con cosas en el que se han convertido algunos sushis: “En los sitios más horteras lo que se lleva ahora es el despiporre en makis y nigiris, con combinaciones de ingredientes a cual más absurda y rocambolesca: mango, papaya, pera caramelizada, queso, cebolla crujiente, foie glaseado, ternera soasada... a poder ser todo rebozado, frito y con un par de kilos de mayonesa picante encima”. Para Mikel, este es “un ejercicio de ‘más es más’ que mandaría a la tumba de un infarto a cualquier viejo sushiman de Tokio, pero que se practica con desparpajo en los comedores presuntamente fashion”.
Échale salsa al sushi ahí, hombre, que sepa a algo. GIPHY
El falso sabor a trufa
Seguimos en el apartado de quejas culinarias, porque el periodista Antonio Hernández-Rodicio afirma que este hongo es “la nueva peste bubónica”. “Y si todavía fuera la Tuber melanosporum, pero es que hablamos de aceites, porquerías sintéticas o un concentrado de aceitunas, huesos hervidos y espinazo con un 1% de esencia del producto original (eso teniendo suerte)”, comenta Hernández-Rodicio, al frente de la web gastronómica El Goloso en Llamas. Según explica Antonio, el avatar de trufa ha contaminado toda la cocina mediterránea, desde las tortillas hasta los solomillos, guisos y ensaladas. “Solo hay una cosa peor que un plato al que le ha caído a cascoporro aceite de trufa: una esferificación de trufa con cebolla caramelizada”, apunta. “Muera el mayo del 68: de prohibido prohibir, nada. Prohibidas las trampas de trufa salvo en los platos canónicos que en la vida han sido y que llevan trufa de verdad y que cuestan lo que valen”.
El pan malo
“Hay restaurantes de menú con ensaladas perfectas para hacer barquitos, albóndigas en una salsa de almendras con vino que dice "cómeme" y carne guisada en un tomate reducido que invita a que untes una rebanada y te pringues hasta los codos”, relata la editora jefa comidister Mònica Escudero, que continúa: “Y cuando te dispones a hacer lo que la misma comida te pide a gritos, te encuentras con una baguette chicletosa o dura como una piedra -depende de la humedad ambiental de la zona donde vivas-, insípida y que para nada está a la altura del cuidado que le ponen al resto”. Mònica entiende que el pan bueno es algo más caro, pero opina que podrían repercutir esa pequeña diferencia de precio en el menú. “Así podríamos untar felizmente”.
Ha perdido dos dientes después del bocado. Tierno, tierno. GIPHY
Las croquetas por unidad
Si hay algo que saca de quicio al comidister Carlos Orquín es que no le cobren las croquetas, ese manjar crujiente, por ración: “Quizá haya gente que defienda lo de la unidad porque así te aseguras que todo el mundo tenga la suya. Pero a mí me parece el colmo de la no espontaneidad, de elevar a un sitio que no toca otro plato popular que es el summum del aprovechamiento de restos, que para mí es casa, diversión y placer asegurado”. Al parecer Orquín se enerva cuando tiene que pararse a pensar cuántas se quieren comer él y sus acompañantes: “Se pierde la magia al decirle a un camarero ‘quiero dos croquetas, por favor’. Ni tres, ni cuatro: dos”. Nadie estaba tan en contra de la unidad desde Gabriel Rufián.
La no-cocina
Parece una contradicción, pero el periodista gastronómico David Remartínez denuncia la existencia de restaurantes que no cocinan: “Lamentablemente proliferan los locales que no merecen tal nombre, porque la mitad de su carta, o más, es quinta gama: croquetas caseras que son compradas, alcachofas que no han confitado, lingotes de lechazo que llegaron ya en ladrillo a tu microondas, y así un largo etcétera”. Y añade: “Es lícito servir este tipo de productos, pero sé honrado y especifica que ese plato no lo has cocinado tú, sino una empresa en la que confías, como harías si me sirvieras una lata de conserva”.
El cocinero fotocopiador
El periodista gastronómico Pau Arenós, que ha publicado recientemente el libro Cocina en casa, asegura que eliminaría "al cocinero 'ranxerox', el origen del mal, el que satura las cartas con originalidad clonada". Y pone varios ejemplos de esas ubicuas copias culinarias: "La viruela de tiramisú, la croqueta con chepa, las bravas de fantasía, la ensaladilla con mayonesas de colorines...". Un repertorio de platos que aparece más en los menús de los restaurantes que Pretty Woman en Telecinco.
"Y aquí va ooootra carta de restaurante más". GIPHY
Las gyozas
Las gyozas y Dios están en todos los sitios. No solo en los locales modernitos con decoración de IKEA, también los que antes servían cocina tradicional han claudicado ante este plato oriental. Y si ya es frustante su don de la ubicuidad, lo que hace que me plantee beber un cubata de Viakal con Coca Cola es que en la mayoría de ocasiones la gyoza se reduce a una empanadilla requetefrita elaborada por una empresa externa (la única en Europa occidental, porque todas me saben igual). Da igual donde las pida: siempre me encuentro una capa exterior aceitosa y un interior sequísimo (con independencia del relleno). Acaba con esto de una vez, Dios, por favor, como hiciste en su día con el queso provolone al horno o con la crema de balsámico.
La tarta de queso (sobre todo, las crudas)
"Podéis insultarme, amenazarme o incluso reprocharme que yo alenté esta moda con algunos de mis vídeos, pero no me pienso callar: basta de tartas de queso. Basta, especialmente, de las semilíquidas. Basta de colar como gourmet un postre que está crudo". Quien firma esta declaración de guerra es Mikel López Iturriaga, que asevera que ya hemos tenido suficiente queso Philadelphia con huevo y azúcar en nuestra vida, y que necesitamos una moratoria de varios años en los que esta receta esté proscrita y deje espacio a otras propuestas. Sin miedo ninguno a los escraches que recibirá, al gerifalte comidista le gustaría mandar al exilio este postre junto a los tiramisús "para que se hagan compañía en el reino del olvido".
Mikel huyendo mientras lo bombardean los fans de las tartas de queso. GIPHY
La moda de los tacos
"Me encantan los tacos, me chifla una buena tortilla artesana de maíz nixtamalizado rellena de guisos, de plancha, de marisco o pescado", dice Mònica Escudero mientras se come dos a la vez, y continúa: "Los amo, de verdad, pero precisamente por eso no entiendo que ahora en todas partes tenga que haber alguno, la grandísima mayoría de veces con rellenos sin demasiado sentido, tortillas horribles y una ejecución cuanto menos regulinchis". "Lo de servirlos en esos soportes que les dan forma de V mejor ni comentarlo, que no quiero hacer llorar a cualquiera que haya nacido desde Baja California hasta Quintana Roo", remata Mònica.
Las prisas para que te vayas
En los restaurantes, como en cualquier negocio, cuantos más clientes entren, mayor es la facturación. Por eso es comprensible que intenten largar al típico señor que pide un café cortado y un vaso de agua del grifo y se tira sentado en la mesa una quincena entera. Hasta ahí, perfecto. Pero también hay lugares, seamos honestos, en los que todavía estás intentando abrir la carta en el móvil y ya te han tomado nota. Once segundos después viene el camarero con los platos que pidió él (porque tú aún estás liado con el enlace del dichoso código QR). Tres minutos más tarde, cuando le has pegado solo dos tristes tenedorazos a la ensaladilla, te pregunta qué vas a querer de postre entre flandelacasa-musdelimón-natillascaseras-y-tartadelaabuela con la velocidad de dicción de un presentador de Pasapalabra. Antes de abrir la boca para decir que no eres de dulces, te traen la cuenta y el datáfono. Sacas la tarjeta, pagas y por el camino a la puerta intentas tragar sin ni siquiera masticar, como los patos con el pan duro. Vuelta rápida de Fernando.
El camarero metiéndole prisa al chef. GIPHY
Los camareros que se ríen de gente con opciones alimentarias diferentes a la suya
“Hay gente que cree que su lugar de trabajo es Twitter y pueden soltar allí todas las imbecilidades que se les ocurran, y esa compuerta con un tobogán directo a la idiotez se abre con extrema facilidad en el momento en el que se pronuncian las palabras ‘vegetariano’ o ‘vegano’”, comienza su reclamación la editora comidister Mònica Escudero. Según cuenta, esta incomprensión suele venir acompañada de algunas oraciones con trazas de cuñadismo: “Que con la comanda te regalen un ‘ay, pero con lo bueno que está un chuletón, no veas lo que te pierdes’ o ‘vegano como los conejos jejeje’ está a la orden del día, y tienes que usar la educación que ellos no demuestran para no darles tu opinión sobre sus opiniones”, dice Mònica, que no es vegana, así que no tiene por qué estar todo el día comiendo tofu, hierbas y esas cosas que no saben a nada.
El musicón
Y ahora pasamos a otra cosa que es igual de molesta para los oídos: el hilo musical con el volumen como si fuera el de los coches de choque de una feria. “Con esto voy a parecer el abuelo de los Simpson gritando a una nube, personaje con el que me siento cada vez más identificado. Y además me repito como el ajo, porque llevo milenios diciéndolo: no soporto la música en los restaurantes”, afirma, de nuevo, otra vez, por si no ha quedado claro, Mikel López Iturriaga. “Más de una vez he fantaseado con tener un martillo como el de Thor y arremeter contra los altavoces de este tipo de locales, pero no lo hago porque soy una persona pacífica. Por ahora (guiño-guiño a los hosteleros que nos torturan con sus listas de lounge barato o de clásicos del rock del año de la polka)”, asegura el patriarca comidista. Así que ya sabéis: no llevéis nunca a Mikel a un Leroy Merlin antes de ir a cenar a un sitio de esos.
Mikel almorzando en Pachá Ibiza. GIPHY
Las conferencias
“Pida su plato. Un poner: ‘Lágrima austral de lubinita pescada en noche de luna llena sobre lecho de tubérculos soasados al perfume de chile de árbol con suflé de pimientitos en rama y babá de sus interiores’. Es verdad que el chef empieza provocando. Pero lo peor está por llegar: es el temido momento de la conferencia”, narra Antonio Hernández-Rodicio. “Es ahí cuando el jefe de sala te dicta sin parpadear, con el acento prosódico perfectamente ensayado y un cimbreo armonioso del tronco acompañando cada prodigio del plato, una lección magistral en dos partes y que se repetirá a cada pase: 1) Origen, etimología, chispazo artístico, naming y significado del plato. 2) Funcionalidades secuenciales y técnicas para su ingesta”, describe este periodista. “Oiga, si el plato requiere tanta literatura y para comérselo hay que llevar la caja de herramientas además de haber hecho un taller para aprender a deglutir sin morder el minilomo de lubinita, chupar sincopadamente de dentro a afuera el pimientito y después tragar de un bocado el tubérculo soasado mientras se absorben los interiores del robalo, es casi mejor servir una tortilla a la francesa”.
Los códigos QR y las cartas eternas
María Borrás, directora ejecutiva de la productora Unto, erradicaría de todos los restaurantes del mundo los QR, tan asentados tras la pandemia: “No puedo mas con los códigos esos. Son prácticos, pero me gustan las cartas de los restaurantes, ver los menús, tocar el papel, analizar con calma la oferta y salir de la pantalla”, justifica. Y aunque le gusten las cartas, Borrás hace una puntualización: “No soporto las que tienen una oferta infinita de opciones”. Es cierto: hay algunas para las que necesita un marcapáginas porque tienen dos hojas más que Los pilares de la Tierra.
"Pero ¿cómo c*** se abre la carta?". GIPHY
La iluminación lúgubre
A Patricia Tablado, la encargada de las redes comidísticas, le molestan los locales con luces de tanatorio: “No sé si es cosa solo de Madrid pero de un tiempo a esta parte, todos los sitios nuevos que abren tienen esas bombillas lánguidas que dan la luz exacta para no darte contra los muebles si te levantas al baño”. “Quiero ver lo que estoy comiendo y quiero ver a las personas que han venido conmigo, porque hay veces que no sé si estoy en una cena o en una sesión de ouija”, remata Patricia su denuncia lumínica patrocinada por Endesa.
"Perdona, ¿el cuarto de baño es por aquí?". GIPHY
Los carteles creativos de los baños
Sonia Cerezal, editora de vídeo de Unto, detesta con toda su alma una moda que se extendió a muchos restaurantes hace ya un tiempo: “Odio que se pongan creativos con las puertas de los baños de señoras y señores. No aguanto tener que interpretar si me siento más identificada con la foto de una orquídea o de un bananero colgada de la puerta”, comenta. Hosteleros del mundo, por el bien de las urgencias urinarias: poned las cosas más facilitas, por favor.
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