Seis consejos para una Navidad sin desperdicios
La Navidad no solo es tiempo de amor, también es una época en la que se desperdician alimentos y desechan envases. En este post te damos algunos consejos para reducir tu huella ecológica navideña.
La Navidad es época de amor, regalos y celebraciones en familia -este año, limitadas-, y precisamente por eso también es el momento del año en el con más facilidad se desperdician alimentos, o tener que acercarte al reciclaje dos veces al día ante la avalancha de papeles, botellas y envases de todo tipo. A continuación te damos un montón de ideas para reducir la huella ecológica de tus navidades, aprovechar al máximo los ingredientes de tus comidas festivas y montar una bonita mesa sin tener que comprar ni ajuar, ni adornos: a tu economía, el planeta y tu paladar les gustará.
Recupera la mantelería y la vajilla
Puedes aprovechar que este año no tienes que preparar comida para 18 para intentar reducir al mínimo los elementos de un solo uso en tus mesas navideñas. Si todo lo que pasa por ellas ya estaba en tu casa, y puede volver a utilizarse después de pasar por el fregadero, el lavavajillas o la lavadora, las fiestas serán no solo más sostenibles sino también más económicas (y podremos invertir lo ahorrado en cosas más gustosas).
Sacar la sopera que lleva tres generaciones en la familia, los platos “buenos” -no necesariamente implica porcelana fina- o el decantador de vino que heredamos de la abuela no solo está perfectamente justificado estos días, sino que además puede dar pie a agradables recuerdos y conversaciones. Si no hay platos y vasos o copas iguales para todos, mézclalos sin problema: un poco de caos es perfectamente compatible con una mesa bonita.
Poner bonita la mesa también puede ser sostenible
Si la comida es apetecible y está bien emplatada, tenemos gran parte del estilismo solucionado. Para eso solo tenemos que pensar en volúmenes, contrastes y una buena disposición de los elementos. Una ensalada de remolacha, huevo duro y espárragos, una panzanella de coles o una de tomatitos y limones asados quedarán muy bonitas en la mesa, además de aligerar comidas que pueden hacerse pesadas. Un bol de aceitunas variadas, una tabla de quesos con frutas frescas y frutos secos o unas sardinas anchoadas bien presentadas también jugarán a nuestro favor.
Una ensaladera o un bol bonito, de cristal o porcelana, puede ser la base perfecta para preparar un centro de mesa: dependiendo de su tamaño puedes usar unas manzanas rojas y verdes como base -o mandarinas, si es más pequeño-, y añadir otros frutos secos como nueces y avellanas sin pelar para jugar con los volúmenes. Los palos de canela, las vainas de anís estrellado o cardamomo o los orejones y pasas también pueden aportar color y textura al conjunto. Una vela encendida en el centro multiplicará la sensación navideña por 10.
Las flores y tallos de plantas también son una buena opción para decorar la mesa gastando poco dinero y sin generar apenas residuos: desde unos tallos de romero o laurel silvestres -o cualquier otra planta que nos guste-, hasta un ramo de margaritas con el tallo cortado, dispuestas sobre una fuente o centro de mesa hondo y lleno de agua. Las ramas de eucalipto, puestas planas directamente sobre la mesa, también quedan muy bonitas, y se pueden secar y usar como decoración durante mucho tiempo.
Cuantos menos envases, mejor
La Navidad es la época del año en la que se generan más residuos, hasta un 30% del total anual según los últimos estudios del Instituto Nacional de Estadística. Podemos reducir esta cantidad si optamos por la compra a granel, los embutidos en la sección de charcutería, las uvas en la de frutería en lugar de en latas -siempre podemos pelarlas y despepitarlas en casa y el pescado o carne en la de pescadería o carnicería en lugar de bandejas (además allí nos lo prepararán como se lo pidamos, e incluso nos pueden asesorar sobre cocinarlo, si tenemos dudas).
Está claro que hay cosas, como el vino, el cava y otras bebidas típicas de estas fechas, las conservas de pescado del aperitivo y demás que vienen en una lata o botella (además de otros alimentos que van en cajas de cartón). En este caso es importante no dejarse vencer por la pereza y llevarlas a una zona de reciclaje: el 18% del cristal que se recicla en un año se genera durante estas dos semanas.
Aquí no se tira nada
Cuando cocinamos para más gente de la habitual, mayor cantidad de platos y buscando un resultado más refinado, es fácil que generemos más desperdicios. Pero si mientras pulimos una pieza de carne, deshuesamos un contramuslo de pollo o pelamos unas zanahorias vamos guardando todas las sobras podemos aprovecharlo todo para hacer un caldo de campeonato. Prepara tantas bolsas como tipos de ingredientes vayas a usar: una para las verduras, otra para carnes y aves y otra para pescados y mariscos.
Guarda espinas, cabezas y cáscaras de gambas y langostinos, los tallos de las zanahorias, las capas exteriores de cebollas y puerros -y su parte verde-, la base del ajo, la punta de un pimiento o la cáscara de la calabaza cruda o asada. Todos estos ingredientes, debidamente separados en grupos -siempre con una base de verdura variada- cocinados a fuego lento durante un buen rato pueden darnos grandes alegrías en forma de sopa o base para un arroz cuando los festines navideños solo sean un brillo en nuestros ojos.
Si también nos acordamos de guardar los huesos de los asados que hayan quedado en la bandeja y las verduras del asado que hayan quedado un poco más secas -de nuevo la parte exterior del puerro- le daremos un sabor más profundo. Las cortezas de quesos curados de pasta prensada como el parmesano, el grana padano o cualquier otro de textura similar y corteza natural también pueden ir a bolsas de congelación: puedes añadirlas no solo a los caldos, sino también a una salsa boloñesa o cualquier estofado.
Si has comprado hierbas aromáticas variadas reserva también los tallos para esos caldos; si solo vas a usar un poco de cada, guarda el resto en un vaso o tarro lleno de agua -como si fuera un florero, sí- en la puerta de la nevera, cubierto con una bolsa de plástico cerrada con una goma a modo de invernadero en miniatura. Si les cambias el agua cada cuatro o cinco días aguantarán en buenas condiciones un par de semanas; si quieres alargar aún más su vida útil, pícalas, mézclalas con un poco de aceite y congela en cubitos. Ya no podrás usarlas crudas tal cual, pero sí en sofritos, estofados, cremas y demás.
Qué puede sobrar y qué -mejor que- no
Muchas de las recetas que preparamos en estas celebraciones tienen una segunda vida no solo digna, si no directamente deliciosa, por lo que unas hipotéticas sobras pueden ayudarnos con la comida de los próximos días (o más, si le damos uso al congelador). Los restos de un estofado o un guiso pueden reciclarse sin problema como salsa para pasta -si no llevan patata-, relleno para un pastel de verduras, una lasaña o berenjenas gratinadas. Si este asado es de ave, también podemos darle una segunda vida como ingrediente en unas croquetas o canelones (igual que con un pescado al horno).
Si entre la cocción y el reposo se ha quedado un poco seco -puede pasar con las pechugas, especialmente de las aves más grandes- podemos picarlas y mezclarlas con ingredientes que faciliten su rehidratación: un poco de caldo reducido o su propio jugo de cocción, una vinagreta -si las vamos a usar por ejemplo en una ensalada- o un poco más de tomate o mayonesa del que usemos habitualmente si va para un relleno de tacos, aguacates o huevos duros.
Unos mejillones a la marinera también pueden tener una segunda vida, convertidos en tigres: solo tenemos que preparar una bechamel para croquetas, reducir al máximo la salsa en cuestión -dejando la carne de los mejillones aparte, para que no se reseque- y mezclarla con la bechamel y los mejillones picados. Solo quedará rellenar las conchas, rebozarlas con huevo y pan rallado o panko y freír en un cazo con abundante aceite bien caliente. Para esto es importante que siempre retiremos los mejillones del fuego en cuanto se abran, en el caso contrario pasado un rato tendrán una textura correosa poco agradable.
Cualquier tipo de caldo del que tengamos un excedente ofrece infinitas posibilidades: podemos dejarlo reducir con calma durante la sobremesa hasta un cuarto de su volumen y para la hora de la cena podremos congelar en cubiteras o vasitos nuestro propio concentrado. Podremos usar esas bombas de sabor desde para darle un empujón a un estofado hasta para preparar una demi-glace o salsa española, o para improvisar una sopa (añadiéndole agua hasta recuperar su volumen original).
Los canapés, hojaldres y demás aperitivos con base de masa suelen soportar mal el paso del tiempo: o se secan o se ablandan, igual que los ingredientes que solemos ponerles encima; así que mejor calcular bien para que no sobren. Si llevan mahonesa casera y te parece que esos dos que rondan por la mesa desde hace una hora ya no tienen el mejor aspecto, tíralos. Si a alguien de la familia le gusta el marisco muy hecho, cocina así solo su parte: será mucho más fácil reutilizarlo -por ejemplo, en una ensalada o un bocadillo con hortalizas frescas y una vinagreta- si no está cocinado en exceso.
El problemón del turrón
Si terminadas las fiestas te quedan remanentes de este dulce tradicional, es posible que termine al fondo de un armario de la despensa hasta que toque la próxima limpieza a fondo (excepto el de chocolate, del que misteriosamente nunca queda nada). Puedes reutilizar estos dulces de diferentes maneras: para preparar postres como este parfait con plátano y galleta, para desmigarlo sobre una macedonia de frutas de temporada o como ingrediente de un flan o una mousse. También puedes usarlo en platos salados: los estofados de carne o aves de sabor potente se vendrán arriba con la dulzura de la miel, y su salsa ganará cuerpo con la textura de los frutos secos.
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