Basta de tonterías con el café
Del 'avolatte' al 'selfieccino' pasando por las 'coffee naps', la insustancialidad se cierne sobre el mundo del café. ¿Qué tal si nos dejamos de corazoncitos de espuma y nos centramos en lo importante?
Una de las cosas malas de que cada vez más gente nos interesemos por esto del comer y el beber –llamémosle gastronomía por aquello de parecer eruditos– es que los clubs a los que se inscriben cada vez más socios terminan embruteciéndose con la suma de estupideces que cada uno de los miembros aporta a la bolsa común.
Una manifestación de esta estupidez colectiva podría consistir, por ejemplo, en la revisión de conceptos bien establecidos, como tomarse un café. La cosa puede tener su parte positiva, está bien desempolvar viejas creencias que empiezan a desprender tufillo a rancio, pero un exceso de entusiasmo revisionista puede llevarnos a rozar el ridículo.
Hace un año y medio, disparaba por aquí contra los talibanes de la cerveza artesana y, un poco más tarde, Òscar Broc escribía sobre cómo una broma estúpida –el avolatte– se convertía en tendencia. Lejos de que el mundo del café se diera directamente por aludido por el artículo de Broc o bien se aplicara aquello de las barbas del vecino con mi soflama birrera, la cosa cafetera se ha torcido hasta límites insospechados.
Cuando la mala broma del latte art empezó hace unos –no sé– tres o cuatro años, los amantes del café –soy adicto– nos deberíamos haber levantado en armas. Pero los baristas burlaron todas las alarmas y nos fueron ganando terreno moral a fuerza de dibujarnos corazones en la espuma de nuestros tazones.
Parapetados tras cromadas barricadas de Marzocco, con un pulso envidiable, estos maestros del arte efímero nos despistaron con arabescos de café cada vez más elaborados. Y, cuando ya estábamos tan enfrascados en sus dibujos que creímos ver en ellos mensajes ocultos, nos colaron una de las mayores mamarrachadas nacidas en lo que llevamos de siglo XXI: el selfieccino.
A finales del año pasado, un salón de té londinense decidió ofrefer a sus clientes la posibilidad de beberse su retrato, dibujado sobre la espuma de un capuccino por una ingeniosa impresora que utiliza como tinte un colorante alimentario. Este iba a ser el granito de arena que The Tea Terrace –así se llama el establecimiento– aportaría a la Humanidad. Es fácil imaginar ahora una variante del mito de Narciso en que la diosa Némesis es una pérfida barista y ahoga a su víctima en un inmenso tazón de porcelana china lleno de café con leche. Si Narciso tiene suerte, en una especie de efecto ‘espejo de ascensor’, antes de ahogarse habrá subido a Instagram un selfie junto a su selfieccino. Y, así, hasta la eternidad.
No estoy solo en la oposición al selfieccino. Kim Ossenblok, autor de ¡Al Grano! –una Biblia cafetera– y tercer clasificado en el Campeonato Mundial de Cata de Café 2012, opina lo siguiente: "el selfieccino me parece una ridiculez y no ayuda en nada al mundo del café".
A pesar de todo, las mentes más pérfidas del mundo del café jamás duermen y en una noche tormentosa de vigilia pusieron nombre –coffee nap– a algo que cualquier consumidor de café sabe, esto es: que si te tomas un café y te echas una siesta, te despiertas más fresco que una rosa. ¿Era necesario dar cuerpo a este fenómeno?
En este caso, Ossenblok se muestra receptivo: "El coffee nap no sé si funciona, porque no lo he probado, pero parece interesante tener un poco de efecto de cafeína después de la siesta. Eso sí, tampoco ayudará a mejorar nuestra percepción sensorial del café.
Sea como sea, el cuño del concepto 'coffee nap' dió alas a los propietarios de la primera cafetería –que he podido rastrear– donde se pueden echar siestas. Fue DCaf, al norte de Manila, Filipinas. Le siguió el Harajuku Concept, en Tokyo, un delirio compartido entre una marca de colchones y una marca de café. Y hace poco, a finales de 2017, abrió en Barcelona Nappuccino: la epidemia ya está en nuestras costas.
La última novedad nos llega desde Corea del Sur. Allí el latte art y el selfieccino se han fundido para generar imágenes 3D y 2D como las que siguen. Hay que atribuir la autoría a Lee Kang Bin, barista y profesor en la Universidad de Artes de Seoul; él lo llama cream art. Yo, estropicio.
Frenemos. Antes de que la suma de absurdidades empañe el buen trabajo de algunos representantes de la tercera ola cafetera, dejémos el café en paz. Ya es bastante prolijo profundizar en nuevos métodos de infusión, orígenes y terruños o grados de tostado.
No añadamos más complejidad a algo que resulta realmente complicado en este país: tomar un buen café.
Las personas a las que nos gusta el café no pedimos tanto, en realidad. Tan sólo que el amargo estimulante que da sentido a nuestras mañanas, sobremesas y tardes de tertulia sea una taza digna. ¿No podríamos centrarnos en limpiar conductos y filtros de máquinas, comprar grano que no sea puro carbón y borrar el torrefacto de la faz de la Tierra?
Trece cafeterías sin tonterías
Toma Café: La Palma, 49. Madrid. Mapa.
Hanso Café: Pez, 20. Madrid. Mapa.
Pum Pum Café: Tribulete, 6. Madrid. Mapa.
Santa Kafeina: Viriato, 37. Madrid. Mapa.
Cafés El Magnífico: Argenteria, 64. Barcelona. Mapa.
Nomad Every Day: Joaquim Costa, 26. Barcelona. Mapa.
Satan’s Coffee Corner: Arc de Sant Ramón del Call, 11. Barcelona. Mapa.
La Fábrica: Llebre, 3. Gerona. Mapa.
Sakona: Ramón María Lili, 2. San Sebastián. Mapa.
Bluebell Coffee: Buenos Aires, 3. Valencia. Mapa.
Retrogusto Cofeemates: Mercat Central. Valencia. Mapa.
D Origen: Bulevar de los Músicos, 21. El Albir, Alicante. Mapa.
Puchero Coffee: Finca Puentes Mediana, Ctra N601, Km 155. Hornillos de Eresma, Valladolid. Mapa.
El resto, se lo pueden ahorrar.
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