Vinos con fecha de caducidad
Ya hay etiquetas de vinos naturales con fecha de caducidad. ¿Pero me voy a morir si me bebo un vino caducado? Spoiler: es más probable que un vino te mate por lo malo que es que por haber superado la fecha de consumo.
La primera vez que escuché “vino con fecha de caducidad” pensé que era un oxímoron. ¿Un vino caduco? ¿En serio? Dónde quedaba aquello de “mejoras con los años, como el buen vino”. Fecha de caducidad… como un yogur, un zumo, un envasado. ¡Vamos a bebernos ya este vino que va a caducar! Ahí, como la leche. Qué horror, ¿no? Siempre había entendido el vino como una de los elementos más eternos nacidos de la tierra. Se me caía un mito.
La primera vez que yo escuché hablar de vino con fecha de caducidad fue hace dos años probando unas botellas con Ricardo Arambarri, alma máter de Vintae (los creadores de los López de Haro y de Matsu, entre otros, que seguramente te suenen). Ricardo traía bajo el brazo y con cierta precaución un tinto en botella borgoña con una gran etiqueta blanca en la que en grandes letras negras se podía leer 08/2014, y justo debajo y un poco más pequeño: Le Naturel.
Ricardo me contó que era su primer vino natural, que lo elaboraban en su bodega de Navarra, y que la fecha de caducidad (agosto de 2014 en aquel caso) era real porque estaba elaborado sin sulfitos añadidos, y además habían suprimido el conservante típico que se añade al vino, el anhídrido sulfuroso. Es como si uno decide no vacunar a un bebé.
Dos años más tarde (hace concretamente unas semanas) me sorprendí a mí mismo escuchando a un mito viviente del vino como es el enólogo Miguel Ángel de Gregorio (creador en Rioja de vinos eternos como Allende, Calvario o Aurus) hablar de tintos con fecha de caducidad. Fue la prueba definitiva de que esto va muy en serio. Por poneros en situación, De Gregorio fue uno de los principales instigadores de la reinvención de Rioja en los 90, sus vinos están en las cartas de los más aclamados y estrellados restaurantes del mundo y –y esto es absolutamente subjetivo y personal– es el creador de uno de los blancos más espectaculares que me he llevado a la boca en mi corta vida de bebedor de vinos, Mártires (una locura de viura; pelín caro, pero lo prohibitivo es lo que tiene).
Pues de repente De Gregorio, tras haber demostrado que es capaz de crear vinos eternos, de tener el valor y la cintura de no elaborar sus vinos top las cosechas malas (o peores) porque no iban a demostrar la longevidad que merecen, me cuenta que va a lanzar Allende Nature 2015, un tinto natural, con fecha de caducidad y elaborado sin anhídrido sulfuroso, la vacuna de los vinos contra el paso del tiempo.
Es el oxímoron extremo, Allende y la caducidad. ¿Será el primer vino nacido del viñedo de Allende que no va a mejorar con los años? Permíteme que lo dude. Y aquí es donde viene la pregunta del millón: ¿todos los vinos naturales tienen fecha de caducidad?
Exponer a todo trapo la fecha en la etiqueta “es una manera muy directa de concienciar a la gente de que es un vino natural, de que lo tiene que consumir antes de cierto tiempo porque si no decae”, me contaba Ricardo Arambarri hace dos años. Hoy opina lo mismo, lo de la concienciación, pero él mismo se ha percatado de que la decadencia de un vino, si está bien elaborado, no es tan cortoplacista.
Sí que es cierto que si tu guardas sin cierta precaución –a cualquier temperatura ambiente, sin cuidar la intensidad de la luz y demás– una botella de vino, digamos, elaborado de forma convencional, y a la vez otra de vino elaborado de forma natural, el segundo va a salir andando y formará parte de tu familia en cuestión de poco tiempo, mientras que el otro aguantará el tipo bastante más tiempo.
Lo que también tengo muy claro es que hay vinos naturales mejores y peores –toma bien de Perogrullo ahí– y que según cómo se hayan elaborado, la materia prima (viñedo y uva) y por supuesto según el arte de cada viticultor, unos aguantan vivos bastante más que otros que nacen abocados a la muerte prematura.
Bajo la bandera de lo natural se están embotellando ungüentos imbebibles, con una densidad más propia de un zumo detox que de un vino, y de color Cacaolat. Vamos, que nacen ya caducados. Y no sé a qué saben porque ante tal presentación digo que estoy de resaca, y que mejor un vaso de agua con gas.
Y luego están los que a mí me tienen entregado. Le Naturel, por ejemplo, es uno de ellos. Y por mucha fecha de caducidad que rece la etiqueta, hablando de este tema ahora con Ricardo Arambarri –más de dos años después–, me decía que habían abierto hace poco alguna botella de los que habían embotellado por entonces y que estaba sorprendentemente vivo.
Como dio la casualidad que yo tenía en casa un Le Naturel también de entonces (bien guardado, no con las petunias en la terraza), de los que la etiqueta indicaba que había caducado hace dos años, decidí correr el magno riesgo y abrirla –se recomienda no hacer esto en casa con otro tipo de alimentos caducados, que no queremos que se nos mueran los lectores por intoxicación– como parte de la exhaustiva investigación (¡soy el Arturo Perez Reverte del vino!) para este artículo, y, efectivamente, estaba vivo. Y bueno. Seguramente no tenía la misma fuerza que cuando lo probé dos años atrás, pero era un vino perfectamente bebible, un vino natural que no había caducado aunque por naturaleza debiera.
Todo esto me ha dado cierta confianza y ahora me he sumado a la moda. Lo natural y orgánico está muy solicitado: unos dicen que por los millenials, que comen muy sano, otros que porque la gente se cuida más, yo además creo que un poco de estupidez y postureo también hay. Total, que cuando veo un vino que pone que es natural y cuyo interior no parece una pócima de un druida, allá que voy.
Uno de los que más sorprendido me tiene es un blanco natural de la zona de Rueda de nombre Nosso. Hasta su padre, el enólogo Richard Sanz, está sorprendido de la evolución que está teniendo. La primera añada de Nosso salió de Bodegas Menade en 2013. Hoy abres una botella de esa añada, y está espectacular. ¡Y es natural! Elaborado sin sulfuroso ni ningún potingue y mínima intervención para que la uva (verdejo en este caso) se exprese en toda su amplitud. El propio Richard me contaba hace poco que ni él mismo se lo esperaba, que no contaba con que su vino natural aguantara tan bien el paso del tiempo. ¿El secreto? No lo hay, se trata de hacer bien las cosas tanto en la viticultura como en la elaboración (y como yo de vino lo que sé es bebérmelo, pues no voy a aventurarme a explicar aquí qué es hacer bien las cosas a la hora de crear un vino).
Conseguir hoy una botella del 2013 de Nosso para comprobar lo que os cuento no creo que sea fácil, pero si te gusta el vino blanco recomiendo encarecidamente que te hagas con una botella de la añada actual, Nosso 2015, acaba de salir al mercado y es seda sedita seda, seda, seda de mi corazón. Es además una verdejo muy diferente, precisamente porque es un verdejo tan puro que no parece verdejo.
Es como cuando bebes agua directamente del nacimiento de un río, que no parece agua, o lo que tú entiendes por agua ("¿pero tú a qué dedicas el tiempo libre?", te preguntarás. A nada en especial, pero es que tuve una infancia difícil de campamentos). Y, si os animáis, os compráis otra y esa la abrís dentro de un año, y ya me decís si tengo o no tengo razón (a saber dónde estoy yo dentro de un año).
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