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La memoria tiene valor económico

La experiencia laboral depende en gran parte de la aprehensión del recuerdo y puede suponer hasta el 46% de los ingresos de una persona en toda su vida

EXTRA FORMACIÓN 2 07/09/2025
Miguel Ángel García Vega

La frase se narra sola. Es franca. “Una de las grandes tonterías que dañan al sistema educativo es afirmar que no hay que aprender las cosas de memoria”. El filósofo, ensayista y pedagogo José Antonio Marina cierra cualquier grieta. “Es una tontería porque la memoria es el órgano del aprendizaje. Si no se aprende de memoria simplemente no se aprende”. Más cemento sobre la fractura. “Además demuestra un grave desconocimiento de las funciones de la memoria”. Es allí donde, desde las enseñanzas de san Agustín, se almacenan los conocimientos. “Cuando un matemático resuelve complicadas ecuaciones, lo hace manejando su memoria de experto”, explica Marina. Y cita a otro filósofo, Ortega y Gasset: “Para tener mucha imaginación hay que tener mucha memoria”. El recuerdo interviene en todos los procesos de comprensión. No solamente guarda y usa conocimientos, sino también habilidades, destrezas, procedimientos. “La esencia de la educación es la construcción de la memoria personal”, resume el ensayista.

Sin embargo, las empresas y la sociedad imponen un sentido práctico. Aprender algo —un programa, una herramienta, un sistema— que utilizarás en el presente y que, con bastante probabilidad, transitará después al olvido, y el ciclo seguirá así su infinito retorno. “Es una lástima. No acordarse es no saber. Resulta imposible ser químico sin conocer la tabla de los elementos periódicos”, apunta Javier Moscoso, investigador del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “Existe un intento de desprestigiar la memoria y solo usarla cuando les encaja a los intereses políticos”, añade. “Por desgracia, a veces, se utiliza para construir el relato que importa en ese momento”. Y advierte: “La historia la escriben los cobardes, no quienes dieron la vida por una causa; quienes faltan, los que ya no están”. También los grandes poetas. “Mezclando memoria y deseo”, escribe T. S. Eliot en La tierra baldía (1922).

Junto al verso, el recuerdo tiene el poder de hacer crecer hierba en esos terrenos estériles. “Impulsa el aprendizaje”, subraya María del Rosario García Bellido, profesora del departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad CEU Cardenal Herrera. Y ahonda: “Nuestra memoria selecciona y reconstruye experiencias pasadas para anticiparse a situaciones que puedan ocurrir. De hecho, cuando evocamos un recuerdo, el cerebro no lo reproduce de forma idéntica, sino que lo reajusta y actualiza según el contexto presente, lo que refuerza su papel prospectivo. Retenemos lo que nos resulta útil y descartamos lo superfluo”, sintetiza.

Cuestión de productividad

En otros extremos, tiene un sesgo económico sorprendente. “Es un depósito pasivo de información”, cuenta José García Montalvo, catedrático de esa disciplina en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. “Investigaciones recientes reconocen su importancia incluso en la productividad a largo plazo. Esta aproximación pone el énfasis en las habilidades no cognitivas frente a las cognitivas, que son las que tradicionalmente se han valorado”. ¿Suena complejo? Los modelos económicos modernos —analiza García Montalvo— han comenzado a incorporar los efectos duraderos de las experiencias personales y sus recuerdos, y han demostrado que moldean las creencias, preferencias y elecciones a lo largo de los años. O sea, los recuerdos de sucesos económicos pasados, como las crisis financieras o la inflación, afectan a la inclinación hacia el riesgo, las decisiones de inversión, los precios de los activos o las tasas de propiedad de una vivienda.

La memoria son dendritas, terminales de las neuronas interconectadas a la vida contemporánea. “La experiencia laboral, que depende en gran medida de la retención y aplicación del aprendizaje previo, es decir, de la memoria, puede representar hasta el 46% de los ingresos de una persona a lo largo de su existencia”, calcula Montalvo. Y el tiempo es una variable que cambia la vida. A largo plazo, los recuerdos crean “cicatrices” o “anclas” duraderas que influyen en las decisiones económicas futuras, como la asunción de riesgos y el ahorro. Sin duda, la memoria tiene bastante de selectivo. Nadie dedica un día entero a repasar al milímetro lo que hizo la jornada anterior. “En este mundo existen dos axiomas: conservamos mejor lo que entendemos bien y aquello que posee relación emocional con nosotros”, observa José Ignacio Murillo, catedrático de Filosofía en la Universidad de Navarra. “En resumen: el aprendizaje del que hemos disfrutado”.

Quizá porque este país viene de una educación basada, casi exclusivamente, en lo memorístico durante los años del franquismo y el posfranquismo, ahora el péndulo oscila en dirección contraria. “Le hemos dado demasiada importancia a la memoria y no a la atención y la emoción”, critica Maite Mas, profesora lectora del departamento de Psicología Básica, Evolutiva y de Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). “El aprendizaje es conectar emociones y experiencias”. Ella y sus palabras viajan más lejos. “No se trata de acumular mucha información de una manera casi bulímica para luego darle salida. Hay que dar más importancia al lenguaje escrito, hablado e incluso corporal del alumno. Nosotros hablamos de aprendizaje con sentido”.

Esa es una estación; el escritor cubano Leonardo Padura ha publicado, en una miniserie televisiva, cuatro. En varias soplaba el viento y en todas rolaba la memoria. Así lo reconoce. “La memoria es un arma. Puede ser ofensiva, pero sobre todo es defensiva contra un enemigo que siempre nos acecha, que es el olvido”, relata. “El olvido es un instrumento que utilizan los poderes para legitimarse, y su estrategia es convertir la memoria en una crónica selectiva en la que solo aparezcan hitos, procesos, personajes que a los poderes les faciliten esa legitimización que siempre persiguen y necesitan”, ahonda. “La memoria, entonces, recupera lo cómodo y lo incómodo, y además puede funcionar como un eficiente detector de mentiras, o al menos de ausencias intencionadas o intencionales”. Lo cuenta Padura, quien ha publicado un libro de crónicas periodísticas titulado La memoria y el olvido. Conviene no pasar página.

Exámenes vitales

¿Qué sentido tienen los exámenes en tiempos de la inteligencia artificial o ChatGPT? Hay varias respuestas. Una podría ser que lo importante no es el resultado, sino aprender el camino para hallarlo. Los exámenes sirven para saber qué quiere hacer una persona en la vida. En neurociencia va ganando espacio eso que llaman competencias metacognitivas. “No es solo recordar, sino por qué y cómo”, explica Nicholas Wright, experto en Educación e Innovación Social de la Fundación La Caixa. Es la suya una visión holística, donde el recuerdo también se crea a partir de los intereses de, pensemos, los estudiantes. Hay chicos de entre cuatro y siete años que se bloquean porque son incapaces de resolver un problema matemático y lo arrastran durante décadas. La memoria también es dañina. “Si es mecánica puede llevar a resultados emocionales negativos”, zanja Wright. Por eso el ser humano ha aprendido, también, a olvidar.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.
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