Diseñar la rutina: la semana de la moda de Milán apuesta por convertir las prendas realistas en objetos de culto
La sinceridad sin estrategias de Bottega Veneta y el esplendor de lo natural en Gucci dan a entender que el lujo busca remontar ventas apostando por mezclar lo comercial con lo creativo. Y luego está Madonna, protagonista absoluta de la colección de Dolce & Gabbana, que no necesita explicación
Hacer de lo ordinario algo extraordinario. La típica frase manida y poco realista que, sin embargo, cobra otro sentido cuando se aplica a la moda. Más ahora, cuando por primera vez en décadas el lujo se enfrenta a una caída de sus ventas debida, en parte, a la ralentización del consumo en el mercado asiático. Las grandes marcas parecen estar probando con distintas estrategias, comerciales y estéticas, para poder mantener su ya de por sí abultada facturación anual. En lo comercial parece ser casi unánime la decisión de subir los precios, estrechando su nicho de mercado a un cliente más minoritario y más rico. En lo estético, y tras probar en las temporadas pasadas con el llamado lujo silencioso, esto es, con los diseños muy básicos y discretos de calidades extraordinarias y precios desorbitados, esta vez, y a juzgar por lo visto en las últimas jornadas de la semana de la moda de Milán, la idea pasa por convertir las prendas realistas y cotidianas en objetos de culto. La rutina elevada por el diseño, al menos para aquellos que pueden permitírselo.
Si Prada recurría a las combinaciones poco convencionales de prendas para reflejar la individualidad en tiempos de uniformidad, Matthieu Blazy en Bottega Veneta hablaba, según explicaba en las notas del desfile, “del poder de la sinceridad por encima de la estrategia”. La idea es más o menos la misma, aunque Blazy la concreta en prendas pensadas para todo tipo de cuerpos, cuyos materiales (el cuero trabajado como si fuera punto, el plástico que en realidad es cuero, los flecos que de cerca son pequeñas cerillas cosidas a la tela...) y matices (largos asimétricos, faldas convertidas en pantalones, mangas con volúmenes sutiles) las convierten casi en obras maestras del buen diseño. Los asistentes al desfile, sentados en sillones con forma de animales (más de 60 variaciones que la marca pone hoy mismo a la venta) creados para la ocasión por el estudio de diseño Zanotta e inspirados en la Sacco chair de 1968, contemplaban atónitos, casi conteniendo la respiración, cómo una camisa de cuadros, un jersey grande, un vestido drapeado o una chaqueta americana podían ser, gracias a la genialidad del diseñador, piezas más bellas que muchas de las que se pueden ver en la alta costura. El de Bottega Veneta quizá haya sido el mejor desfile de esta semana de la moda y uno de los mejores del año. Porque es muy difícil, casi un milagro, hacer que lo comercial sea tan emocionante, convertir lo ordinario en algo tan extraordinario.
Sabato de Sarno llama a este gesto casual grandeur, una especie de esplendor en lo natural que para él se personifica, por ejemplo, en las imágenes de Jackie Kennedy en los setenta quien, por cierto, da nombre al bolso más emblemático de Gucci, el Jackie. Gafas grandes, pañuelo de seda en la cabeza, abrigos sobredimensionados y chaquetas con volumen (quizá las piezas más interesantes de la colección), gorros de pescador, vestidos ligeramente drapeados y un estampado setentero con los motivos de las bridas ecuestres marca de la casa. Pese a que la firma italiana, el buque insignia del grupo Kering (dueño también de Bottega Veneta), no está en su mejor momento comercial, De Sarno y los directivos de Gucci siguen confiando plenamente en su identidad creativa. Su cuarta colección para la casa redunda en esa idea de prendas básicas de calidad enfocadas en la lencería, la peletería, el color y las siluetas marcadas, un contrapunto a la ornamentación y la fantasía de su predecesor en el cargo, Alessandro Michele. De Sarno bucea en el archivo de Gucci para convertirlo en instagrameable a la manera, salvando mucho las distancias, de Jacquemus: con una idea del glamur pasada por el filtro de la juventud. Su grandeza casual contiene interesantes vestidos hechos con rafia plastificada o preciosas chaquetas de cuero tratado y brocado, pero es muy difícil construir un nuevo legado cuando tu predecesor causó una verdadera revolución estética. De Sarno ha demostrado ser un buen diseñador, pero necesita tiempo (y confianza) para que las comparaciones no sean odiosas.
El joven Maximilian Davis también cree en el poder transformador del (buen) diseño sin fuegos artificiales. Desde su llegada a Ferragamo, hace poco más de dos años, ha demostrado que la modernidad, la bien entendida, puede tener cabida en una casa clásica y centenaria. El diseñador de Mánchester, hijo de migrantes jamaicanos, sabe hacer dialogar de forma magistral el legado de la casa florentina con su propia identidad (sastrería de cortes afilados, bloques de color, tejidos experimentales...) que, en esta ocasión, tiene como punto de unión el ballet: las bailarinas que Salvatore Ferragamo creó para Rudolf Nuréyev y, en especial, los zapatos que el fundador de la casa ideó para la bailarina y antropóloga racializada Katherine Dunham en los años cuarenta, “todo un acto de libertad y rebeldía”, según cuenta el propio diseñador. Davis, que en una entrevista reciente con SModa contaba que quería despojar de estereotipos sus raíces (“en mi vida y en mi círculo, las personas negras no llevan ropa deportiva ni joyas; he crecido viendo cómo se arreglaban de forma minuciosa y poderosa”, decía), se ha convertido en tiempo récord en un maestro de las prendas de exterior: de gabardinas arrugadas (un gesto evocador de lo cotidiano en el que también coincide con Blazy) anudadas en la cadera a chaquetas ligeramente armadas, abrigos que parecen flotar con el movimiento o piezas ingeniosamente troqueladas. En los pies, sandalias de tacón con lazos en el tobillo, como guiño a la danza, y versiones en distintos materiales y tamaños del bolso Hug, el gran icono de la nueva era de Ferragamo. Davis, a diferencia de De Sabato, no necesita un voto de confianza; casi todos los aficionados a la moda saben que es uno de los creadores más prometedores de los últimos años. Pero sí necesita tiempo para que la clientela habitual, y la nueva, de Ferragamose acostumbren a la nueva (e interesante) identidad de la firma.
De identidad van sobrados Dolce & Gabbana. Al margen de preferencias, todo el mundo puede visualizar mentalmente muchos de los diseños que el dúo ha creado en sus 40 años de existencia. De ahí que sus últimas colecciones hayan sido de algún modo un autohomenaje a su trayectoria de diseños sensuales, desprejuiciados y enraizados en la tradición italiana. Pero ninguno de los invitados a su desfile esperaba que su colección, titulada, de hecho, Belleza Italiana, fuera una celebración dedicada a la que quizá sea su gran musa y colaboradora, Madonna. Tampoco que la propia artista llegara al show ataviada con un velo negro y una corona mientras sonaban sus canciones, como una especie de virgen pagana. Las modelos, que emergían de una escalera rodeada de espejos, llevaban la peluca rubia y vestían versiones infinitas del famoso corsé de conos que realizó Jean Paul Gaultier para su Blonde Ambition Tour en los noventa pasadas por el legado de Dolce & Gabbana: conos en ajustados vestidos de flores, conos en chaquetas de hombros armados, conos en vestidos negros lenceros... más que una colección al uso, se trató de un momento de celebración de la artista y de la propia casa, una especie de fiesta en mitad de citas y desfiles. Ellos pueden permitírselo.
Donatella Versace, otro gran tótem de la moda italiana, sí decidió salirse de los márgenes de la casa para presentar en el castillo Sforzesco de Milán una colección que, de primeras, resultaba poco Versace por sus proporciones y estampados, pero que en realidad era una revisión de una colección de Versus de 1997, es decir, de la segunda línea de la marca (hoy en suspenso) en años en los que el grunge daba sus últimos coletazos en las calles pero empezaba a inspirar en las pasarelas. Las mezclas de estampados y de prendas remiten a esa época, pero además, salvando las distancias, a esa idea de la autenticidad que también propuso Prada el pasado jueves: combinar prendas de forma poco convencional es también convertir lo ordinario en extraordinario, un modo de individualizar lo estandarizado. En los últimos meses, con la caída de ventas del lujo, el lanzamiento imparable de novedades y la ubicuidad de las marcas de moda en redes sociales, muchos se han preguntado si, dado el ecosistema actual, sigue siendo necesaria la figura del director creativo. Tras estos últimos desfiles, queda claro que la mano maestra y la visión entrenada son más necesarias que nunca.
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