La pasarela de Milán y el valor refugio del ‘made in Italy’
Si la moda es un termómetro de los tiempos, esta semana de la moda ha dejado claro el posicionamiento de la industria transalpina frente a la aún temida recesión y la amenazante inflación. La respuesta pasa por mirar hacia dentro y poner en valor su clasicismo, calidad y manufactura
Hace un año, la invasión rusa a Ucrania sorprendió a los diseñadores mostrando colecciones completamente descontextualizadas. Creadas meses antes, celebraban la salida del covid con exceso, puestas en escena rimbombantes y muestras de poder. Para cuando se pudieron presentar estas colecciones, Putin acababa de invadir Ucrania y poco de aquello tenía sentido. El público, además, exigió un temprano posicionamiento de la industria de la moda que tan rápido se suma a los movimientos sociales, pero, como el gigante que es, la respuesta tardó en llegar, aunque fue contundente: aislamiento total, aplicación de las sanciones y cierre de tiendas en Rusia. Ante esa tesitura, y aunque el mercado ruso supone un 4% del total de las exportaciones de la industria del lujo, las casas de moda contuvieron su entusiasmo. Y el resultado ha reformulado las propuestas de la pasarela de Milán. Parece que no tener que contentar a un público opulento, excesivo y con una visión del lujo superficial ha favorecido propuestas más austeras.
Matthieu Blazy, la discreta estrella detrás de la renovación de Bottega Veneta, presentó el sábado por la noche una colección ecléctica donde se mezclaban vestidos delicados con abrigos de volúmenes exagerados, sastrería, brocados, intrecciato, por supuesto; pieles ligeras, una ya reconocible paleta de color (granate, beis, verde agua, blanco); flecos que rematan tejidos de lana, su clásico jacquard. Era, como dijo algún editor de moda, ropa de calle, que no es lo mismo que streetwear (afortunadamente). Ropa para ponerse en todas las ocasiones, un buen armario en el que invertir en tiempos inciertos. Ropa que no pasará de moda. Pero también una mirada a lo que significa, o significó para el mundo, el diseño italiano. La silla Superleggera de Gio Ponti fue el mueble elegido para sentar a la audiencia, mientras que las lámparas Luminator, de Castiglioni, añadían cálidos puntos de luz, y en el centro del set una escultura de Boccioni en la que dos torsos de bronce entrelazados representaban un recorrido en hitos por distintas aproximaciones a un país. Toda esta italianidad tenía un fin: reivindicar un ADN. Blazy reclamó con esta propuesta un “nacionalismo positivo”, como él mismo lo definió, en su intención de reapropiarse de la historia desde un lugar abierto y no hostil.
Esta idea de revisitar el propio origen es también la que vertebró la colección de Dolce & Gabbana. Hace seis meses contaron con Kim Kardashian para diseñarla, pero esta vez se alejan de la estética influencer para retomar una faceta que hacía tiempo que no explotaban: la sastrería, el foco en los tejidos de altísima calidad pero no llamativos. “Es un Dolce & Gabbana limpio. Nos centramos en el corte de las prendas, en que la caída fuera perfecta, en utilizar la mejor lana, la mejor seda, pero sin renunciar a la sensualidad”, explicaron en rueda de prensa antes del desfile. Esa premisa se plasmó en gasas y transparencias, “más lencería que corsetería”, elegantes y ligeras; trajes de chaqueta y americanas a modo de vestido; abrigos de doble solapa, piel vuelta, todo al negro con algunos toques de oro, plata y rojo. “No nos inspiramos en ella, pero cuando nos dimos cuenta, la colección nos recordó a la que presentamos en el 92 llamada Belle du jour”, explicaron los diseñadores. Recoger lo propio, actualizarlo y reivindicarlo era también su intención “somos una marca muy buscada en el mercado vintage”. Lo son. Los Dolces de los noventa y los primeros 2000 cotizan altísimo. Parece lícito que sean ellos quienes sigan marcando ese paso.
Si hay un símbolo de Italia en el mundo de la moda ese es Giorgio Armani. No solo porque siga dibujando su uniforme, algo que cualquier persona que no haya vivido en Marte los últimos 40 años podría dibujar a mano alzada: pantalones sueltos con puño en el tobillo; chaquetas con cuello mao o sin solapas; influencia asiática, brillos metalizados. Y las mujeres de movimientos libres, un deseo que el señor Armani supo leer desde sus comienzos, pues es uno de los más despiertos intérpretes del contexto en el que vivirán sus creaciones. No es casual que fuera él el primero en suspender un desfile por la covid en febrero de 2020, ni tampoco que fuera el primero en pronunciarse contra la invasión rusa de Ucrania el pasado febrero cuando retiró la música de su desfile.
Mientras Armani se permite ser fiel a sí mismo y destilar su personalísima propuesta a través de los años, Maximilian Davis, en Ferragamo, apuntala con su segunda colección una nueva relevancia para la firma que se ha convertido en objeto de deseo de los cool kids. Sin soltar las señas de identidad de la casa florentina, esta vez el diseñador inglés se aleja del color, el brillo y las siluetas Y2K para proponer un ejercicio de sobriedad, minimalismo y sastrería. “Creo que es un juego con los códigos de la casa, de los ochenta y noventa. Es una tendencia que está de actualidad y quería trasladarla a hoy”, explicó a la prensa en el backstage.
Por la misma estela navegaba la colección de Tod’s creada por Walter Chiapponi. También sobria, de construcción rigurosa, con trajes masculinos y derivaciones de cazadoras de aviador. En la puerta se congregaban tras una pancarta escrita en chino hordas de fans que habían pasado horas en la puerta del hangar Pirelli donde se celebró el desfile. ¿La razón? Esperaban a Xiao Zhan, embajador de Tod’s y estrella incontestable en China. Esto, que parece una anécdota, no lo es. La apertura de las fronteras chinas y el regreso de compradores y editores es fundamental para la buena salud de la industria, más aún para la europea. Si el público ruso tendía al exceso, el brillo y lo caro per se, el público asiático está más interesado en el estilo de la vieja europea, por lo que esta reivindicación de la manufactura italiana, del clasicismo y de las marcas con herencia no es solo una cuestión de romanticismo, sino también una cuestión de mercado. Y es global. Tanto la semana de la moda de Nueva York, como la de Londres, con la llegada a Burberry de Daniel Lee, también basaron sus propuestas en moda segura, valor refugio: ropa para vender y ropa para llevar.
Este momento de transición entre un mercado y otro, entre propuestas audaces y contenidas, entre moda para ser fotografiada y moda para ser llevada Gucci lo traslada a su propia transición. Mientras Sabato de Sarno llega a la casa e idea su primera colección, el equipo de diseño puso el viernes sobre la pasarela una propuesta atrevida, variada, en la que la mezcla de estilos era precisamente el estilo. Recorriendo la historia de una enseña que ha marcado importantes hitos, revisaron los dosmiles de Tom Ford, recuperando el bolso horsebit del texano, que es también una pieza muy cotizada en los circuitos vintage, y, por tanto, relanzarla parece una buena estrategia comercial. Siluetas pegadas al cuerpo, sensualidad, brillo, desenfreno y mucha piel para homenajear al hombre que resucitó Gucci en los noventa, pero mezclado todo con el estilo excéntrico y quirky de Alessandro Michele el responsable no solo de revolucionar la marca, sino la forma de entender la moda del siglo XXI.
El puente que la casa tiende entre De Sarno y Michele es una decisión inteligente y apropiada que evitará comparaciones y permitirá a los acólitos desengancharse de aquello que les daba el diseñador romano. La referencia del set, donde las modelos salían de ascensores y apelaba al propio espacio de trabajo de la casa, es otra vez una mirada hacia adentro para reivindicar, también comercialmente, ese nacionalismo orgulloso. Porque ¿qué hay más italiano que Gucci?
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