Cuando la competición destruye una amistad: “Me dolió tener que ocultar mi felicidad, pero fue una lección sobre las relaciones y los celos”
Hay personas que se toman los logros de su entorno como una amenaza que muestra sus propias carencias, una actitud que repercute en la autoestima de una o ambas partes y provoca roces que pueden derivar en el final del vínculo


Las amistades pueden tener muchos colores en la escala de grises: pueden ir desde una conexión incondicional, que incluso en las situaciones más duras continúa intacta, hasta una relación que, por un caso u otro, termina siendo una competición que emponzoña el día a día. En este último caso, pueden ser múltiples las razones por las que la amistad se resquebraja: de un lado o de ambos, por suma de acciones o por una decisión puntual. “La comparación es algo que hacemos todos en cualquier contexto. Tanto en la parte que compara como en la comparada se tiene una repercusión muy perniciosa sobre la autoestima”, advierte Sara Rico, psicóloga experta en adultos y parejas. “La única persona con la que nos podemos comparar es con nosotros mismos. Pero ahora mismo las redes sociales en gran medida se alimentan de esto. En la parte comparada sucede un sentimiento de inferioridad; y en la parte que se compara para salir beneficiosamente posicionado puede haber un sentimiento narcisista, una falsa autoestima”, sostiene.
La adolescencia es un periodo vital en el que se suele potenciar este problema entre amigos: “En esos años tendemos a compararnos mucho con nuestros iguales. El grupo supone una especie de evaluación del estatus que puedes tener. Cuando estás ahí, inconscientemente, evalúas todo en términos de amenaza o pertenencia. Puede suponer que vamos a ser rechazados o aceptados de alguna manera”, comenta, por su parte, Beatriz Molina, psicóloga sanitaria y colaboradora de la Plataforma Ags Psicólogos Madrid. “Siempre es cuestión de comparar en qué es lo que tienen los demás que yo no tengo. En consulta veo esto muy relacionado con la vergüenza y la culpa. También la envidia, una emoción muy básica”, añade.
La comparación destructiva puede surgir en muchos ámbitos: el físico de cada persona, el dinero o el trabajo son algunos de los puntos que más roces provocan en las amistades debilitadas. “Desde hace un tiempo, tengo un problema con una antigua amiga. Empecé a notar que se comparaba conmigo, sobre todo cuando me sentí aislada de mi grupo de amigas del curso que estudiaba. Ella era la persona con quien más confianza tenía, y me decía que para nada me dejaban de lado. Pero me di cuenta de que, efectivamente, intentaba hacerme el vacío. Era una comparación constante, como una carrera para demostrar que iba mejor que yo. Quería debilitarme o hacerme sentir inferior”, lamenta Sofía, de 26 años.

Otro caso en el que una persona cercana no puede psicológicamente con la sensación de inferioridad es el que sufrió Claudia, de 25 años: “Antes de aprobar la oposición hace apenas unos meses, con la chica con la que después tuve problemas tenía una buena relación. Aunque nos habíamos conocido solo unos meses antes, ya compartíamos piso y trabajábamos juntas. Pero en cuanto le conté que yo había aprobado, y ella sabía también su nota, negativa, su reacción fue muy fría y distante. Desde ese momento noté un cambio en su actitud: menos comunicación, comentarios de cierto tono de envidia y una tensión constante en el ambiente”.
Estas primeras señales son muy importantes a la hora de considerar si la amistad entre dos personas se está agrietando desde uno o ambos lados. Los primeros brotes de esta inseguridad se dan en la propia comparación, que puede ser un impedimento para llevar a cabo la relación sana. “Si consigues algo, pero ves que la respuesta emocional de la otra persona no es congruente, y aunque a lo mejor intente alegrarse no lo hace, deberíamos plantearnos hasta qué punto esa relación nos compensa”, advierte Rico. “Solo sabremos si esta comparación constante puede romper la amistad o tratarse solo de tensiones pasajeras si nos atrevemos a poner este problema sobre la mesa con esa otra persona. Si es capaz de aceptarlo y se disculpa, o está pasando un mal momento, ahí sí hay posibilidades de solución. Pero cuando lo niega y no está dispuesta a reconocer ninguna de las cosas que se le atribuyen probablemente sea más complicado”, asegura la psicóloga.
Al ver que la situación estaba tensa, Sofía sí procuró tender puentes con la otra persona, pero siempre con la negativa o el silencio como respuesta: “Intenté en varias ocasiones saber si le pasaba algo, pero ella siempre decía que era mentira”. En cambio, Claudia no amagó en ningún momento con arreglar el problema que consideraba que su antigua amiga había creado: “Nunca hubo una conversación sobre el tema en concreto, tuve que evitarlo para que ella no se sintiese mal consigo misma. Pero sí que me hacía comentarios indirectos sobre el tema. Desde el primer día se sintió frustrada porque no había conseguido su plaza, y en lugar de alegrarse por mí se cerró en sí misma y empezó a tratarme con cierta hostilidad. Pero nunca intenté aclarar lo que estaba pasando, porque con una persona que no es capaz de disimular sus celos ni hacer un esfuerzo como que se alegra por mí… definitivamente no hace falta resolver nada”.

Cuando se pierde la base de calma con la amistad, el vínculo deja de dar seguridad y se convierte en una amenaza, aumentando el estado de alerta sobre lo que hace o tiene el otro, según Molina. “Si el otro sirviera como fuente de inspiración, es decir, si él lo tiene yo puedo tenerlo también, estaría bien. Pero cuando se convierte en ataque, en enfocarse demasiado en el rendimiento, se puede caer en la obsesión, la indefensión o en la tristeza”, comenta. Otro de los efectos que comenta la experta es el de la distancia emocional. “Parece que el brillo del otro muestra las carencias del uno. Las relaciones entonces se pueden enfriar, no se disfruta igual de la compañía, no hay cooperación y puede aumentar la sensación de aislamiento”, afirma.
Claudia considera que, aunque la experiencia de perder una amistad fue negativa, le enseñó a que no todo el mundo reaccionaría de manera positiva a sus logros: “Me dolió tener que ocultar mi felicidad, pero también me hizo valorar más a la gente que sí se alegra genuinamente por mí. Fue una etapa difícil, pero también una lección importante sobre las relaciones y los celos”.

Para aquellas personas que consideran que viven en esta situación, y que quieren equilibrar la admiración por sus amigos evitando la competencia insana, ambas expertas coinciden en que la comunicación es lo mejor para resolver el problema. “Es necesaria para evitar que la amistad vaya por un mal cauce. Mucha gente tiene miedo a que se rompa la relación, y lo que suele hacer es evitar la comunicación de estas cuestiones que pueden ser intimidantes o susceptibles de dar lugar a crispaciones. Pero no hay que confiar en que las cosas se solucionen sin hablarlas, porque si no la situación empeora y es más difícil de mejorar”, explica Rico. Algunas personas, dice, terminan no nombrando el problema, tomando distancia u optando por posiciones más pasivo-agresivas, como decir que no pasa nada.
Molina recomienda aceptar la situación como primer paso para lograr una solución: “Lo primero es mirarlo desde un punto de vista no juicioso. No somos responsables de lo que sentimos, pero sí de trabajarlo o ver qué hacemos con ello. Las emociones por sí mismas no dañan, sino el no entenderlas o taparlas”. También depende del vínculo con la otra persona y del grado de madurez. “Es bueno hablarlo con otras personas que puedan servir de referencia y nos ayuden a regular, tanto amigos como expertos en psicoterapia que pueden curar la raíz del problema”, propone: “Es una cuestión de herida emocional”.
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