Cómo superar el miedo a defraudar y dejar de vivir según lo que esperan de ti
La búsqueda de validación, la evitación del conflicto o el miedo al rechazo pueden marcar nuestras propias decisiones, anulando incluso lo que en realidad queremos y necesitamos


Cuando se enfrenta una decisión que puede marcar el rumbo de una vida, no siempre es la propia voz la que guía el camino. A menudo, en el momento de una elección crucial, se pueden colar las expectativas de terceras personas importantes, como padres u otros familiares, amigos, pareja y otras figuras cercanas. Esta presión, que puede ser sutil o evidente, es capaz de pesar tanto que el individuo no decide por sí mismo, sino en función de lo que otros esperan de él.
¿Por qué cuesta tanto decepcionar a los demás, romper con las expectativas que, por pasión u obligación, han depositado sobre nosotros? “Es por miedo. En el caso de la teoría del apego, te vas a comportar según la referencia que hayas tenido en tu infancia, porque es el modelo más próximo que tienes. Eso nos puede hacer desarrollar un tipo de apego más ansioso: vamos a tener miedo a decepcionar por temor a quienes rechacen la decisión o lleguen a sentirse incluso abandonados”, desarrolla Beatriz Ruiz González, psicóloga general sanitaria. La experta menciona asimismo el efecto spotlight o, lo que es lo mismo: “Cuando creo que los demás me están observando y tengo una percepción de juicio mucho más grande de lo que realmente es”.
Según Ruiz, las personas que, en momentos de decisión, sufren pensando en la opinión de otros pueden llegar a sentirse egoístas: “Si siento que voy a ser egoísta por tomar una decisión pensando en mí, la manera de minimizar el contacto emocional negativo es haciendo lo que los demás quieran o esperan de mí. Tomo una decisión que, aunque emocionalmente para mí no sea beneficiosa, es lo que menos incomodidad me va a generar”.
Elegir un camino mientras se piensa en cómo reaccionarán los demás puede venir del miedo al juicio ajeno, como afirma la experta, o incluso del cansancio de repetir las mismas discusiones hasta acabar cediendo, por lo que optamos por la vía que menos conflicto genera.

“Hice un master porque mi madre así lo quería. Pero a mí no me apetecía, prefería ponerme a trabajar desde el momento en el que salí de la universidad. Como ella estaba empeñada en que me apuntase a lo que fuera, escogí el primero que pillé, sobre creatividad”, comenta Luis, un madrileño de 27 años. “Me metí al master para que ella estuviera bien, pero me daba bastante igual. Plasmó mucho su inseguridad y sus preocupaciones en mí. Pero si me lo hubiese ahorrado, habría vivido mucho más tranquilo y mejor. El agobio durante esa temporada fue horrible”, añade. La elección de su futuro también afectó a Ana, de 30 años. Su padre le insistía en que estudiase la carrera de Derecho, pero a ella no le atraía nada ese camino. “Durante semanas estuvo presionándome para que me decantase por aquello que a él le hubiese gustado estudiar y que no pudo hacer por motivos económicos. Me negué y le costó entenderlo, pero acabó por aceptar que tenía que hacer lo que yo quisiese. Ahora está orgulloso de lo que hago y agradece que no me metiese a Derecho”.
El camino formativo suele convertirse en una encrucijada: por un lado, lo que los jóvenes desean estudiar; por otro, las expectativas de los padres. Esta situación también se ha visto reflejada en el cine, como en El Club de los Poetas Muertos (1989), que retrata el conflicto entre el deseo del protagonista por la interpretación y la oposición de su padre, y en Billy Elliot (Quiero Bailar) (2000), un niño inglés que vive en un pueblo minero durante la huelga de los años ochenta de su país, se ilusiona por el ballet, pero esto choca frontalmente con las expectativas de su padre, que quiere hacer de él un minero o boxeador.

La situación socioeconómica también es un factor importante a la hora de superar ese temor a las expectativas ajenas. Según un estudio publicado en 2023 en la revista Anales de Psicología, las expectativas de futuro de los adolescentes están fuertemente condicionadas por factores personales y contextuales, como la autoestima, la percepción de apoyo social y el nivel de vulnerabilidad del entorno en el que viven. La psicóloga expone un caso: una chica cuya familia le obligó de una manera indirecta a tomar responsabilidades que no eran suyas desde muy pequeña: cuidar de la familia. Una de las decisiones que ha de tomar es salir de su pueblo, pero se encuentra con que su madre se decepciona al decirle que no podrá hacerlo todo sola. “Romper con eso genera muchos conflictos de no priorización. Si estoy acostumbrada a tener ciertas dinámicas de apoyo a los demás, no sé hacerlo de otra manera. Esto parte de la sensación de decepcionar a los demás porque me salgo de la norma. La gente espera cierta cosa de mí, y yo, una contraria. Entras en un bucle que es muy difícil de romper. Solo al hacer algo diferente. El momento en el que dices: ‘Me voy’, y lo materializas. Al principio te sientes muy incómoda, porque tu cerebro se tiene que acostumbrar a la nueva dinámica. Pero si el entorno apoya lo que haces, empieza a reforzar y validar toda esa autodeterminación que tienes, y es algo muy importante”, subraya la experta.
Para Ruiz, el cerebro funciona como un órgano profundamente costumbrista: tiende a repetir lo que ya conoce para ahorrar energía. Si está habituado a tomar decisiones en función de lo que los demás esperan, seguir ese patrón le resulta más fácil que actuar desde la autenticidad: “El cerebro busca constantemente optimizar el gasto energético, porque ya de por sí consume mucho. Si no estoy acostumbrada a tener esa autenticidad y esa autonomía, y, en cambio, tengo más desarrollado el impulso de complacer o responder a lo que creo que otros esperan de mí, eso me exige menos esfuerzo mental, aunque emocionalmente me genere incomodidad o malestar”.

Luis casi siempre antepone la decisión de su madre a la suya propia: “Cuando muestro mi disconformidad con mi madre, todo acaba en discusiones. Ahora ya no discuto para evitar conflicto. Pero con el resto de personas sí que me da más igual lo que piensen sobre las decisiones que me afectan a mí”. A la hora de aconsejar a quienes sufren por el choque entre intereses personales y ajenos cuando se lleva a cabo una decisión, él lo tiene claro: “Les diría que si le afecta mentalmente, que no lo hagan. Si no le da nada positivo o si no es recíproco, cuando es el otro el que decide y se antepone sobre ti, malo. Si solo lo haces para no defraudar a la otra persona o, incluso, si no lo comunicas, peor”.
Por su parte, Ruiz divide en tres los factores a la hora de priorizarse. “Uno: que te conozcas internamente. ¿Hacia dónde quieres llegar? Si eliminas todas las variables y te quedas contigo mismo, ¿qué querrías hacer? Dos: preguntar a los demás, pero debes tener en cuenta que hablan desde su propio ‘yo’, aunque sean consejos para ti. Pide consejo, pero que no determine la decisión que tomes. Y tres: muévete, toma una decisión y ve con ella. No te quedes en el procesamiento de reflexionar, porque eso te va a meter en un bucle muy difícil de romper a no ser que actúes", desarrolla. Y añade: “Vivimos tratando de ser las personas que otros necesitan muchas veces, y nos olvidamos de ser las que nosotros necesitamos”.
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