“Otra decisión irrevocable que tomo cada minuto: Te querré toda la vida”
Albert Camus y su amante, María Casares, intercambiaron 865 cartas. La hija del escritor explica por qué su padre nunca dejó a su madre y por qué decidió publicar las 1.200 páginas que recorren 15 años de adulterio
Albert Camus, premio Nobel de literatura, se quedó muchas veces sin palabras. Todas tuvieron que ver con una mujer que no era su esposa, Francine Faure, sino su amante, María Casares, actriz de origen gallego a la que conoció en París, el 6 de junio de 1944, día del desembarco de Normandía. Ella tenía entonces 21 años. Él, 30. “Lucho para expresarme (…) noto perfectamente qué mal te escribo. Pero mi único deseo sería callarme a tu lado y despertarme mientras tú duermes aún, quedarme mucho rato mirándote, esperando a que despiertes. Eso era, amor mío, la felicidad” (...) “Cariño, ya no sé escribir. Estoy nervioso como un león enjaulado”, confiesa el autor de La peste. Fue buscando las palabras adecuadas para describir la desesperación y la fiebre; la pasión y la ternura con la que ambos llegaron a intercambiarse 865 cartas a lo largo de tres lustros.
Él era hijo de Lucien, colono francés muerto en combate en la I Guerra Mundial, y de Catalina Sintes, semianalfabeta y casi sorda, cuya familia era originaria de Mahón (Menorca). Ella de Santiago Casares Quiroga, presidente del Consejo de Ministros cuando estalla la Guerra Civil española, y de Gloria Pérez, quien engañó a su padre con un joven de 18 años que terminó siendo, también, amante de María. Camus y Casares, ambos lejos de los lugares donde habían nacido (la Argelia francesa y A Coruña) se consideraban extranjeros, exiliados, y solían referirse uno al otro como su patria interior y a su separación como otra forma de “exilio”. Él, pelo negro engominado hacia atrás, un cigarrillo siempre pegado a la comisura, se parecía a Humphrey Bogart. Ella, morena, espigada, había nacido con unos inmensos ojos verdes diseñados para la tragedia, para el teatro. Se escribían en francés.
Pasaron más tiempo escribiéndose que viéndose, así que convirtieron su relación epistolar en una forma de estar juntos, de tocarse. Dice él: “Hoy tenía una necesidad casi física de tu carta, igual que se necesita una tabla a la que agarrarse (…) “¡El deseo! Dormirse con él, despertarse con él. Es un rumor sordo a lo largo de los días (…) Hay que hablar, hablar y hablar para sustituir a los cuerpos”. Responde Casares: “Me paso el día contigo. Vivo contigo todo lo que me sucede y por la noche te vuelvo a contar todo lo relacionado con mi vida solitaria” (…) Necesito tenerte encima y tengo ganas de mirarte mientras me aplastas” (…) “Otra decisión irrevocable que tomo cada minuto: Te querré toda la vida”. Un día sin carta disparaba la ansiedad de los amantes: “¿Te has olvidado de tu compañero de planeta, del amigo, del amante, del amor? ¿O te ha secuestrado la sociedad perfecta? ¿Tengo que sacudir las columnas de este templo imbécil? ¿Que gritar por el mundo? Escribe para decírmelo, telegrafía por lo menos una palabra tranquilizadora o si no, monto un escándalo internacional” (Camus). ”Ya entiendo que después de 12 años en que a menudo nos hemos visto reducidos a los intercambios epistolares, empieces a cansarte de decirme en todos los tonos que me quieres, pero por lo menos mándame unas líneas” (Casares).
Hay páginas y páginas invadidas por los celos. Camus: “Leo tus cartas y cada nombre masculino me deja la boca seca. Seguramente no es una demostración de inteligencia, pero ¿qué me importa a mí ahora la inteligencia?”; (...) “¿Qué hacías el sábado a las seis de la tarde en la calle Alleray, que no es tu barrio?”. Casares: “¿Sabes lo que representa, para un ser que ama y que se muere de orgullo y de necesidad absoluta, volver a casa todas las noches para imaginarse escenas de intimidad, incluso de cariño, que están sucediendo en otro lugar? ¿Sabes lo que significa para mí imaginarte diciendo: ‘Francine, ¿puedes encender la lámpara, por favor?’ Es para volverse loco”. Otras veces son los remordimientos los que acaparan el relato, sobre todo de Camus, por engañar a su esposa, conocedora de su relación con Casares y enferma de depresión: “Tiene un corazón, y un corazón con la calidad del suyo se defiende mal del sufrimiento” (...) Querría que me pidiera cualquier cosa difícil y agotadora: trabajar en una mina, subir el Himalaya, cuidar a leprosos, pero no me pide nada, solo que la quiera, y ni siquiera me lo pide porque lo tiene todo claro. Solo sabe que te quiero y no cabe duda de que me siento desdichado por hacerle daño de esta forma y ningunearla”. Y remordimientos también hacia Casares, por absorberla completamente: “Te estaba impidiendo encontrar un amor libre y fecundo sin estas servidumbres que yo tendré siempre “(...) “Mi deseo más verdadero y más instintivo sería que, después de mí, no te volviera a tocar ningún hombre. ¿Quién soy yo para exigirle tanto a una persona?”.
También Casares pasa de los celos a la compasión, de la ansiedad a la resignación: “Amor mío, me da mucha pena cuando pienso en Francine y en ti, desgarrado por todas partes. Cuídala y entrégate a ella por entero. Yo te esperaré cuanto desees” (...) “Estoy lista para devolverte por entero tu libertad. De momento, olvídame. Vive, lucha, acomódate a esa vida que se te otorga, haz felices a los que te rodean, no temas nada...”.
Entre algunas notas sobre su vida cotidiana, los problemas de salud de él -era tuberculoso-; el cansancio extremo de ella – por las giras y jornadas interminables-y los libros que están leyendo o escribiendo, los amantes hablan, sobre todo, de sus sentimientos. El más frecuente es la frustración: “Sueño con un tiempo en que no tengamos, ya que hablar de este amor. Querría no volver a hablar de él y que se convirtiera en algo tan interno en nuestra vida, tan mezclado con nuestra respiración. Ya no sé vivir” (Camus); “En la carta te hablé de los hijos que podía haber tenido... A veces pienso en ellos, en nuestros hijos con dolorosa melancolía... pero los deseo mucho menos como hijos míos que como hijos tuyos, hijos nuestros” (Casares).
Con el paso de los años, ambos aprendieron a vivir separados, dejaron entrar a otros y otras en sus vidas y aceptaron como un valioso regalo sus escasos encuentros. “Estoy tan contento de pensar en volver a verte que me río mientras te escribo”, le dice el escritor a Casares en su última carta, cuatro días antes del accidente que le costaría la vida. ¿Por qué Camus no dejó nunca a su esposa? “María había aceptado vivir al 75%”, explica por teléfono desde la Provenza Catherine Camus, de 79 años, hija del autor. “Mi madre estaba enferma y abandonarla habría sido contrario al honor. Luego estábamos mi hermano y yo. Al final de su vida, mi madre nos dijo: ‘No olvides que no me arrepiento de nada con tu padre. Nunca fue un mediocre”.
Cuando Francine murió, su hija Catherine quiso conocer a María Casares. Quedaron en un hotel de Niza, comieron chocolate. Hablaron del “hombre tierno y cálido por naturaleza” que habían compartido. Un día, la actriz la llamó para pedirle permiso para vender las cartas de amor de su padre, ya que necesitaba el dinero para reparar el techo de su casa. Catherine decidió peritarlas para ver si podía pagarlas y comprárselas. ”No quería que cayeran en manos equivocadas y las guardé en una bolsa durante 30 años. En 2016 pensé que nadie se acordaría de María y de la maravillosa mujer que era. Sabía, además, que cuando María murió [en 1996] alguien había robado las fotocopias de la correspondencia y temía que apareciese una edición pirata. Una amiga de la infancia, Beatriz Vaillant, que murió en febrero de este año, me ayudó a ordenarlas”.
El viejo dilema -¿Tiene un escritor que alcanzó la cima de la literatura textos privados o disuelve el reconocimiento público todo lo íntimo?- se resolvió finalmente a favor del público en 2017 con el volumen Correspondencia 1944-1959 (editado en castellano en 2023 por Debate). Catherine Camus decidió convertir el romance de su padre y su amante en patrimonio universal, compartiendo una clase de amor que muchos no conocerán jamás. Después de todo, para eso existe la literatura: para hacernos vibrar en otras vidas, visitar otros mundos.
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