Que los niños jueguen con plantas: curiosidad, aprendizaje y disfrute
Observar flores con una lupa o plantar esquejes son buenas opciones para que los menores investiguen y se diviertan con la jardinería. También pueden usar las semillas de fresas o aguacates, aunque sus cambios son más lentos el premio siempre será un chaval más conectado con la botánica
Jugar es aprender a vivir. El juego tiene infinitas variantes, y, por supuesto, no tiene edad. Se juega desde la infancia hasta la vejez, se juega con personas de distintas edades y razas, de cualquier sexo. El juego es a la vida lo que la democracia a un país: nos hace libres si se juega bajo las reglas del respeto y de la tolerancia. Las parejas que juegan entre sí se descubren en otras facetas desconocidas, igual que los amigos. El juego se convierte en un catalizador para conocer al otro, para atrapar la esencia más compleja de las personas por las que sentimos afinidad. A quienes les molesta perder, aprenden a relativizar las derrotas y a sacar conclusiones de lo vivido. A quienes solo les importa ganar, quizás les parezca fútil lo de que “lo importante es participar”. Por fortuna, para las personas poco o nada competitivas, hay juegos en los que todos los salen ganando, donde el triunfo se mide en un mayor conocimiento, en el que la única derrotada es la ignorancia y la estulticia.
Los niños saben como pocos de juegos, aunque en estos tiempos se suele escuchar el lamento de lo mucho que permanecen pegados a las pantallas de todo tipo; igual que hacen los adultos más cercanos a ellos, por otra parte. Una de las cosas que a los niños suele hacerles apartar la mirada de los píxeles es la naturaleza, en cualquiera de sus expresiones. Por supuesto, los animales se llevan la palma y el cetro de vencedores, y producen un encanto irresistible en los infantes y adolescentes. Pero las plantas, bien explicadas y entendidas, producen un efecto arrebatador, ¡son tan distintas en tantas cosas a los animales! Así que se puede jugar con las plantas, quizás no de una manera tan interactiva como con un perro o un gato, pero producirán un efecto análogo de curiosidad por lo diferente. Si con un animal de compañía hay poco trabajo que hacer, más que dejar que entre en la habitación o en el espacio donde se encuentre el niño, con las plantas hay que esforzarse un poquito más para que capten su atención, pero la recompensa es muy gratificante. El premio será un chaval más conectado con su ambiente y con ganas de querer aprender más de la fascinante botánica.
Se puede comenzar por llevar una mimosa (Mimosa pudica) a casa. Esta preciosa planta es originaria de la América tropical, y hace las delicias de cualquiera al mostrar su capacidad para cerrar sus delicadas hojas compuestas al mínimo roce. Una planta que se mueve con tal velocidad impresiona a cualquiera, como también pueden hacer ciertas carnívoras, otros vegetales perfectos para jugar con los niños. La venus atrapamoscas (Dionaea muscipula) crecerá feliz bajo el sol directo, en el exterior, incluso en los inviernos fríos, con la maceta metida en un platito con agua en los meses de más calor. Con su capacidad para atrapar insectos, y otros pequeños animales como babosas, dibujará unos ojos bien abiertos en las caras infantiles y en las de los adultos.
Aunque la rapidez no es una cualidad tan evidente en el reino vegetal, también se puede iniciar a los niños en el cultivo de las plantas con aquellas que sean rápidas para reproducirse. Los esquejes del amor de hombre (Tradescantia fluminensis) producen raíces cuando se les sumerge en un vasito con agua en cuestión de un par de días, por lo que los chavales verán cómo las plantas tienen la cualidad de la totipotencia celular: si les falta una parte, como la raíz, sus células se encargan de crearla. ¡Ni un superhéroe sería capaz de hacerlo! Los esquejes que se seleccionen han de ser de fácil reproducción, para que los resultados vengan pronto.
Son ideales también los de poto (Epipremnum aureum), cóleo (Coleus scutellarioides), filodendros (Philodendron spp.) u otras tradescantias (Tradescantia spp.). Una vez enraizadas, habrá que pasarlas a una maceta con sustrato, completando así el ciclo de su reproducción. Los esquejes de hoja de las plantas suculentas también son perfectos para hacer con los niños, como los de la madreperla (Graptopetalum paraguayense) o los de los muchísimos cultivares de echeverias (Echeveria cv.) disponibles en el mercado florístico. Con tan solo dejar caer alguna de sus hojas sobre el sustrato comenzarán a formar raíces y nuevos ejemplares.
Con las semillas también hay un viaje educativo y juguetón de primer orden. Una posibilidad es comenzar por reproducir las que se tienen en la cocina: aguacate, tomate, pimiento, limón, albaricoque, ciruelo… Con algunas de ellas habrá que tener un poquito de paciencia al tener germinaciones lentas, por lo que es buena cosa compaginarlas con algunas de germinación más rápida, como las semillas de rábano.
Además, con estas se puede dibujar el nombre de quien las siembra, para sorprenderse unos días después con los cotiledones tan característicos de este vegetal comestible. Esos cotiledones comestibles servirán después, cortados, para decorar un plato y dar un toque peculiar a alguna comida hecha en casa. No hay que olvidar ni denostar la capacidad educativa de una semilla de alguna legumbre (judía, garbanzo, lenteja…) en un vaso con algodón húmedo, dejando la semilla en la pared del recipiente para poder observar la emergencia de la raíz primero y de las verdaderas hojas después. Si cada día se le hace una foto, se hará un bonito reportaje del proceso. Este testimonio visual es posible también con el desarrollo de una fresa, desde la flor hasta que suelta sus pétalos y se inicia el engorde del fruto. Cada jornada, el niño documentará el ciclo, hasta completarlo con la degustación de la fresa, una recompensa muy justa a su constancia.
La técnica no se ha de circunscribir solo a la toma de fotos, y una planta cualquiera se transforma en un crisol de detalles cuando al niño se le procura una lupa triplet, de las de joyero —mejor que una lupa convencional—, para que disfrute de cada increíble estructura. Si bajo la lupa una hormiga se transforma en una fiera obrera, la superficie de una hoja es un planeta, los órganos sexuales de la flor en una arquitectura gaudiana de primer orden. El regalo de una lupa binocular o de un microscopio podría venir después, una vez que el niño desee abrir más puertas a lo infinito.
Hay muchos otros posibles juegos para poner más semillas de belleza en los niños. Porque en los momentos difíciles de la vida, una flor nos puede salvar de los malos pensamientos. Solo hay que aprender a observarla, a fijarse en la parte hermosa de lo que nos rodea, como las plantas. Jugar con ellas cuando somos niños dará color a nuestra vida de adultos. Las plantas sí que son un arma para nuestro futuro, que nos ayudará a luchar contra lo mohíno, contra la tristeza, contra lo feo del mundo.
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