Un viaje al pasado desde Casa de Diego, la tienda bicentenaria que crea abanicos para princesas y turistas
El negocio, que sufrió el impacto de una bomba durante la Guerra Civil, está a cargo de la sexta generación de la familia. Han creado artículos para Lady Di o la reina Letizia, pero el 70% de sus clientes son ahora viajeros que visitan Madrid
Los primeros registros de la tienda Casa de Diego datan de 1823. “Pero seguramente se habría fundado antes”, avisa Javier Llerandi, de 52 años, sexta generación al frente de este negocio familiar especializado en abanicos y paraguas. Él y su hermano Arturo, de 54 años, son ahora los encargados del comercio madrileño que fundó el hermano de su tatarabuelo, Manuel de Diego y Torre, hace 200 años. Todo era muy diferente entonces. “La gente no llevaba bolsas por las tiendas, elegían el artículo que querían y nuestros chicos lo llevaban por las puertas del servicio a las casas de los señores. Era otro mundo”, relata Javier como si lo hubiera vivido. Es lo que ha mamado desde siempre. Su hermano empezó a trabajar en Casa de Diego con 16 años y él, con 19. Fue el negocio de su abuelo, luego el de su padre y ahora el suyo, así que cuando habla en plural, se refiere a todos ellos: “Hemos visto de todo aquí”.
La tienda abrió en la calle del Carmen, pero en 1858 se mudó a la emblemática Puerta del Sol y desde entonces no se ha movido de ahí. Así que sí, ha visto de todo. “Vivimos la Primera República, la restauración de la monarquía, la Segunda República, que casi se proclama en esta plaza...”, enumera Llerandi. En todo ese tiempo la tienda solo se cerró una vez y fue durante la Guerra Civil, cuando en enero de 1937 cayeron 12 bombas sobre la céntrica plaza de la capital. “Una cae justo ahí”, explica señalando la actual boca de metro de Sol que hay delante, “y vuela toda la tienda”. El negocio estuvo tapiado durante tres años y cuando reabrió, en pleno franquismo, cambiaron los abanicos y los paraguas por otros artículos más demandados. “Al principio empezaron vendiendo lo que había: banderas, machetes de la falange, insignias...”, recuerda Javier. Luego las aguas se fueron calmando, pudieron recuperar su fábrica y a sus artesanos, y volvieron a producir su especialidad.
Desde su recargado escaparate hasta su interior de estilo isabelino, Casa de Diego parece un museo del abanico. Un cuadro de Agustín Segura, en el que utilizó la cara de la abuela de Javier y Arturo para ilustrar su Maja del abanico, preside el local. A su alrededor, hay ejemplares de todo tipo. Algunos son realmente antiguos, hasta de 1856, que guardan todavía todo lujo de detalles de litografía y están compuestos de materiales como nácar, marfil, hueso y maderas nobles. También los hay con joyas, bordados y pintados. “El más caro a la venta cuesta 6.000 euros, pero también los hay por 10”, asegura Llerandi. Su catálogo de productos incluye paraguas, bastones, carteras, mantones, mantillas, velos, peinetas, castañuelas y sombrillas de paseo; y todo está hecho a mano, en España y siguiendo la tradición de hace dos siglos. “Es producto de calidad, por eso duramos 200 años”, advierte el dueño. Esta longeva supervivencia se la achaca también a otros dos motivos: que el local es propiedad de quienes explotan el negocio y la evolución del tipo de clientes. “Hemos pasado de ser una tienda de corte, enfocada a la aristocracia y a la burguesía económicamente fuerte, a calar en las clases populares. Actualmente, el 70% de nuestros clientes son turistas extranjeros o nacionales. Nos ha salvado el turismo”, confiesa.
El abanico se asocia ahora como un símbolo muy español y útil para combatir el calor ―algo que los turistas en la Puerta del Sol según en qué época del año desde luego necesitan―, pero antiguamente era un elemento de corte que se usaba en toda Europa, como detalla Javier. “Nosotros inventamos en 1958 un abanico que se llama Isabelino, de papel impreso y hueso, que en su dimensión más económica populariza el abanico y deja de ser un elemento de aristócratas y de ricos a ser un elemento popular. Eso, ayudado del clima en España, hace que el abanico se democratice y podamos subsistir fabricándolos”, cuenta.
Uno de los más exclusivos se creó como regalo de nupcias para Lady Di en su boda con el príncipe Carlos, en 1981, cuando el padre de los hermanos Llerandi regentaba el negocio. “Me acuerdo perfectamente”, garantiza el menor. La pieza, que fue encargada por un consorcio de empresas inglesas y que actualmente pertenece al tesoro de la Torre de Londres, era completamente blanca y estaba hecha de marfil y cabritilla. “Era piel de cabrito no nato. Es decir, antes de que el cabrito nazca, se mata a la madre, se saca al cabrito que no le ha salido el pelo todavía y esa es la piel más fina que existe”, explica. Evidentemente, los materiales han cambiado mucho desde entonces. El marfil, la concha de tortuga y según qué nácar, por ejemplo, están prohibidos. “El ébano todavía se puede utilizar en algunos sitios, pero el palosanto desapareció. Ahora usamos maderas alternativas como la buringa, wengue o kotibé, que tienen un tono parecido”, sostiene el dueño del negocio.
Lady Di no ha sido la única princesa en tener uno de los abanicos de Casa de Diego en sus manos. La propia Letizia lució uno en su enlace en 2004 con el entonces príncipe Felipe, un ejemplar de nácar y encaje de Bruselas que perteneció a Isabel II de España y restauraron en la tienda. Ahora está expuesto junto a su traje de novia de Pertegaz en el Palacio de Aranjuez. “Lo hicimos sin saber que era para esa ocasión, si no, habría avisado de que el encaje no da aire”, apunta Javier, quien afirma que también han elaborado abanicos para la reina Sofía, para las infantas e incluso para Jaime de Marichalar. “Los bastones que llevaba el rey Juan Carlos y los paraguas que usan en Moncloa son de aquí ―también crearon un paraguas transparente para Isabel II de Inglaterra―. Cuando alguien quiere algo de calidad lo busca aquí”, alardea. Además, por la tienda han pasado conocidísimos rostros como los de Angelina Jolie, Samuel L. Jackson o Máxima de Holanda.
En las paredes hay varios abanicos enmarcados como obras de arte y en un discreto hueco cuelga también el retrato de Felipe VI. Ha sustituido al de su padre, Juan Carlos I, que a su vez sustituyó al de Francisco Franco. “No hay que reinventarse, hay que adaptarse, y nosotros llevamos adaptándonos 200 años”, opina Javier. Su padre, de 82 años, se jubiló cuando tenía 65, pero siguió acudiendo al comercio hasta que “dejó de querer adaptarse”, según relata su sucesor. “Estaba acostumbrado a otro tipo de público, con otra educación y otras formas. Cuando él trabajaba aquí, iba en perfecto traje, con corbata y chaqueta de sastre”, detalla. Ahora atienden el mostrador varios empleados con camisa azul y pantalones negros a los que, asegura, cuesta mucho formar porque para saber de abanicos hay que saber de madera, de pintura, de metales preciosos, de joyas.
Que Casa de Diego va a cumplir 250 años está prácticamente asegurado. Hay relevo generacional por parte de los dos hermanos Llerandi. Aunque sus hijos todavía son jóvenes y están estudiando, dan por hecho que se harán cargo del negocio cuando llegue el momento. Quizá, entonces, la tienda se abra también al entorno digital, un paso que Javier se niega a dar. “Tenemos una página web, pero no es tienda online porque yo soy incapaz. Es un escaparate para que la gente vea lo que hay y llame y yo les ayudo. Pero no puedo tener un stock de 32 abanicos iguales porque cada uno es una obra de arte única. Esto es un cuadro”, reflexiona mostrando un florido abanico pintado a mano por la artista Carmen Monreal. “El mundo de mis hijos será otra cosa”, augura. El local ha visto un mundo en guerra y en pandemia y a pesar de todo sigue en pie. De momento, no existe viento que sople tan fuerte como para llevarse por delante los abanicos de Casa de Diego.
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