_
_
_
_
_

Copla, gambas y catarsis en El Pimpi Florida, el bar más loco de Málaga

Camino de su 70º aniversario y con una legión de fieles, esta minúscula y estrecha marisquería ubicada en el barrio de El Palo vive una fiesta cada noche, también en verano

El Pimpi Florida
El bar El Pimpi Florida de la barriada de El Palo, en Málaga.García-Santos

Alcachofa en mano, Pepi, vendedora ambulante de rosas, se lanza por Rocío Jurado. Canta que el amor llegó a su vida como una ola y a su alrededor se monta la fiesta. Superada la medianoche, más de 40 personas se vienen arriba, bailan y cantan, con ella, “como una ola de fuego y de caricias”, desgañitándose en un karaoke colectivo. El público de Pepi es la clientela de El Pimpi Florida, uno de los bares más singulares de Málaga y, posiblemente, de España.

El surrealista momento musical se repite a diario mientras se consumen gambas, almejas y conchas finas en un escenario que parece sacado de un videoclip de C. Tangana. En este lugar te llevan en volandas al son de El Novio de la Muerte legionario para ir al baño y algunas cervezas las sirven en la cocina. A veces no existe otra opción: hay noches en las que 60 almas se apretujan en apenas 20 metros cuadrados. “No hay nada igual. Es un sitio totalmente catártico”, sostiene Auxi Barea, cuya foto cuelga de las paredes como la de otros muchos fieles del establecimiento, que brinda con su amiga Carmen Bermejo por reencontrarse con uno de sus lugares favoritos tras lo peor de la pandemia.

La estrechez ha sido una de las características históricas del local, que parece una burbuja temporal que se quedó en el año 1952, cuando abrió como una minúscula taberna de vino y dominó. Su clientela era humilde y marinera como su barriada, El Palo, situada al este de la ciudad andaluza. Abría desde la mañana hasta la noche y empezó a ganar fama gracias a sus gambas al pilpil. “Eran las mejores de Málaga”, cuenta Pablo López, que habla de oídas porque fue su abuelo, Gregorio López, quien impulsó el negocio —sin relación con El Pimpi de Antonio Banderas— en plena posguerra y su abuela, Antonia Santos, la que cocinaba. Ambos amaban la copla, banda sonora del negocio gracias a un viejo picú donde pinchaban a las más grandes de la música patria. Más tarde fue su padre, Jesús López, el que continuó el negocio y se abrió a otro público más joven —con bocatas y litros de cerveza a siete pesetas— en los años ochenta. Desde su fallecimiento, en 2014, Pablo es la cara visible tras la barra, donde se reparte el trabajo con su amigo José Ferreira, Portu. Más allá, su tía, Rosa María López, se encarga de mantener la misma receta de gambas. “Nadie se va sin probarlas”, cuenta la mujer, cuya clave, dice, es la buena materia prima: “Si no, el caldo se hace agua y no sirve pa ná”.

Ración de navajas servida en El Pimpi Florida, en el barrio malagueño de El Palo.
Ración de navajas servida en El Pimpi Florida, en el barrio malagueño de El Palo.García-Santos

Raro es el día que no hay una larga cola de clientes esperando en la puerta una hora antes de la apertura del bar, a las ocho y media de la tarde. “Cualquier día estamos a tope”, aseguran a coro en el establecimiento. Quien consigue entrar es recibido con un plato de aceitunas y unos cacahuetes. Cañas de cerveza y vino blanco servido en copa de champán —que obliga a brindar una y otra vez— son las bebidas principales. Un folio plastificado y colocado sobre la nevera ejerce de carta. Hay conchas finas, enormes gambones, navajas, rosada a la plancha, calamar, patas de cangrejo, montaditos de lomo o huevas aliñás, como recita el propio Pablo de carrerilla, levantando la voz para que se le escuche entre el jaleo. “Los precios son sencillos: esto es un bar humilde, no el hotel Ritz”, subraya entre risas su tía. La estrella son los carabineros, de impactante color rojo y que hacen vuelta y vuelta con una mijita de sal. Los platos van y vienen por una barra junto a la que se agolpa la clientela. Esa incomodidad, el sudor, ese contacto pegajoso es justo lo que funciona a modo de gasolina para que el ambiente sea una fiesta diaria.

La copla y la música popular, 70 años después, siguen encendiendo la mecha para que despierte la jarana con baile, palmas y lo que haga falta cada noche de miércoles a domingo hasta las dos de la madrugada. A esa hora, la del cierre, los vasos se llenan por arte de magia. Nadie se va de aquí sin una ronda a la que invita la casa. Durante la catarsis colectiva Pablo pincha canción a canción —hoy con un ordenador, antes de la pandemia, disco a disco— mientras sirve las comandas. Es casi la misma música que pinchaban sus abuelos, que ahora se puede encontrar en una lista de Spotify. Él, sin embargo, cambia la playlist a diario. “Voy eligiendo canciones en función de cómo esté el público”, afirma. ¿Cuál sirve para levantar la fiesta? “Hay muchas. Y sin embargo te quiero, de Juanita Reina, o Hay que venir al sur, de Raffaella Carrà, son apuestas seguras”, afirma. Lo demuestra con hechos. Cuando suena a todo volumen, la italiana le da la razón y no hay quien no se ponga a saltar en plena estrechez.

Clientes de El Pimpi Florida brindan en el bar.
Clientes de El Pimpi Florida brindan en el bar. garcía-santos

La felicidad es un hecho dentro de estas cuatro paredes. Más aún después de que el bar se mantuviera 20 meses cerrado por la pandemia: sus minúsculas dimensiones hacían imposible su apertura en época de restricciones. Cuando estas acabaron, abrió en una noche en la que todo El Palo se volvió loco. Igual que cuando suena el Probe Miguel de Triana Pura, el Bamboleo de los Gipsy Kings o Tengo el corazón contento de Marisol. Con María de la O y Soy Minero, la clientela se deja llevar. Las amigas Carmen y Auxi bailan luego sevillanas, como media marisquería. Los móviles entonces no paran de grabar stories que resumirán una noche que rara vez se recuerda a la mañana siguiente. Da igual. Lo que se vive en El Pimpi Florida, se queda en El Pimpi Florida.

Fotos de la clientela en las paredes

La copla y las artistas folclóricas son la base de la decoración de El Pimpi Florida. Cuelgan imágenes de visitas especiales como Marifé de Triana o Mari Trini y un gran collage de Raphael regalado por los parroquianos más habituales. También hay grupos de amigos que cuelgan sus fotos en la pared. Todos los marcos están repletos de fotos de carné. “Alguien pidió permiso para poner una porque quería sentirse parte del bar y luego todo el mundo quiso hacer lo mismo: hay cientos”, explica el tabernero Pablo López. También hay gorras de cuerpos policiales, viejas botellas, vinilos y una camiseta firmada Carlos Suárez, exjugador del Unicaja, igual que Jorge Garbajosa —hoy presidente de la Federación Española de Baloncesto— ha sido un habitual del local.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_