Antonello Dellanotte, una vida entre gorriones: “Son portadores de esperanza. Hasta tienen cara de sabios”

Enseguida sabes cuándo una persona está en su ambiente natural, aquel en el que se desenvuelve con soltura y en el cual conoce todos sus rincones. Ver a Antonello Dellanotte (Madrid, 1968) moverse por el Parque del Retiro da la sensación de estar con un habitante más de este emblemático espacio verde madrileño. No hay allí camino que no haya escuchado el abrir y cerrar del obturador de su cámara, ya que Antonello se dedica a retratar las mil y una caras de uno de los jardines históricos de España más queridos, tanto por la gente de la ciudad como por los miles de visitantes foráneos que lo disfrutan cada año. Con el canto dulce y valiente de los mirlos, el arrullo de las palomas y el piar de los gorriones de fondo, Dellanotte nos desgrana su trabajo: dejar grabada en nuestra memoria la belleza incomparable de aquello que nos rodea en la ciudad.

Pregunta. ¿Qué le llevó a retratar jardines?

Respuesta. Supongo que mi amor por la naturaleza, con la que tengo contacto en los jardines, por vivir en una gran ciudad. Y también la paz que, en cierto momento de mi vida, necesitaba y encontré en el Retiro. Pasado el tiempo, leyendo sobre los jardines ingleses del XVIII, aprendí que a menudo los diseños paisajísticos nacían en lienzos. Se diseñaban como pinturas y luego se trasladaban al terreno. Mi idea es un poco hacer el proceso inverso, por eso me interesan el esmero, la atención y la presencia necesarios para el análisis sereno de la luz, el encuadre y la perspectiva, para poder obtener así un resultado no solo paisajístico, sino también pictórico.

P. ¿Entonces el jardín siempre tuvo cabida en su arte?

R. No, antes fotografiaba cualquier cosa. Era el principio de mi aprendizaje y no tenía definido el proceso creativo.

P. ¿Y qué le llevó a dar el cambio en la temática de sus fotos?

R. En realidad, aunque mis fotografías estén hechas casi todas en el Retiro y en el Paisaje de la Luz, las temáticas que toco son muy variadas. Pueden ser sobre fauna o botánica, pero también hago mucha fotografía monumental y arquitectónica. Asimismo, me interesa mucho la vida humana, tengo buen material de este tipo en mi archivo. Me encanta perderme por Madrid y hacer foto callejera.

P. ¿Qué es lo que encuentra en el Retiro que no tenga en otros jardines?

R. Encuentro fascinante la idea de hacer fotos durante mucho tiempo en la misma localización, sin salir del mismo recinto. Lo que podría parecer un enfoque limitado se ha ido convirtiendo en un gran aliado, es algo tremendamente enriquecedor y apasionante. Te conecta íntimamente con los ciclos estacionales. No es necesario recorrer el mundo para descubrir la belleza, porque está en todas partes. Más o menos visible a primera vista, pero está, y cuanto menos obvia y más escondida, más poética es.

P. En su obra tiene una especial importancia el mundo de las aves, en concreto el gorrión.

R. Creo que tengo una cierta facilidad natural para conectar con los animales, aunque no la he desarrollado hasta que he sido ya un hombre maduro. Creo que las aves, las flores y la música son capaces de despertar el amor simplemente siendo. Los gorriones son mi debilidad, por eso fundé Gorriones.org, para visibilizarlos y para acercarlos a nosotros como maestros, porque son profesores portadores de conocimiento y esperanza. Hasta tienen cara de sabios.

P. El poeta Miguel Hernández decía que “los gorriones eran los niños del aire”. ¿Se imagina un parque sin ellos?

R. Sí, me lo imagino, pero lloro al hacerlo.

P. Imparte cursos de fotografía en jardines. ¿Nos cuenta algún secreto para captar mejor el alma de estas zonas verdes?

R. Presencia y atención plenas. Evitar el disparo compulsivo. Evitar intentar agradar.

P. Precisamente ahora comienza una exposición que recoge su trabajo.

R. Sí, desde el 1 de junio hasta el 15 de septiembre expongo en el Westin Palace Madrid, en un evento foto-gastronómico que pone en valor la inclusión del Paisaje de la Luz en la lista de Patrimonio Mundial.

P. ¿Siente debilidad por la obra de algún otro fotógrafo?

R. Las fotos de Chema Madoz siempre me golpean. Cuando estuve fotografiando El Capricho a puerta cerrada también disfruté enormemente con las fotos de Charles Clifford, con quien me identifico no solo por ser, como yo, fotógrafo del patrimonio cultural, sino por haber compartido localizaciones. Eso sí, con casi 200 años de diferencia.

P. ¿Nos despide con un momento mágico vivido en un jardín?

R. Son infinitos y suceden a diario, pero me quedo con el reencuentro con Luna, la cisne negra del Palacio de Cristal, tras semanas sin vernos, cuando pude entrar con un permiso especial del ayuntamiento para fotografiar el Retiro durante el confinamiento.