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La ‘operación asfalto’ de Almeida entierra la vieja estética en parte de Malasaña: “El adoquín da más clase”

Los vecinos del barrio madrileño esperan que la intervención sea la solución definitiva al hundimiento cíclico del pavimento de varias calles

Operación asfalto de Almeida en Malasaña

Un fuerte olor a alquitrán enrarece el aire estos días en el barrio madrileño de Malasaña a la altura de la calle del Pez. En un tramo de la vía de apenas 160 metros, una asfaltadora avanza rápido sobre la antigua calzada de adoquines como si estuviese sembrando la gravilla en el suelo de hormigón. A su paso deja un manto negro uniforme que entierra definitivamente la estética modernista que imprimía el empedrado al barrio. “El adoquín da más clase”, concluye Antonio López, uno de los vecinos de la zona.

Ultramarines del Coso

Ahora la operación asfalto del Ayuntamiento de Madrid se ha convertido en un reguero de dudas. La intervención llegó en 2023 como la respuesta del Gobierno de José Luís Martínez Almeida que prometía alargar la vida del firme en aquellos puntos en los que se hundía el pavimento y como continuación de una iniciativa de la exalcaldesa Manuela Carmena. Según el Área de Obras del Consistorio, el asfalto impreso es una solución que supone “una mayor comodidad para el tránsito peatonal, un menor ruido de rodadura y una mejor conservación, ya que alarga la vida del firme y permite una sustitución más rápida”. Sin embargo, Más Madrid denuncia que el asfalto impreso que reemplaza los clásicos bloques de piedra “se deteriora rápido”. La primera vía que sufrió esta transformación durante el mandato de Carmena, la calle de la Cruz, tuvo que volver a someterse a una intervención el pasado julio para reemplazar el asfalto deteriorado por losas de granito. Los vecinos todavía no saben a qué atenerse.

El asfalto impreso desgastado de la calle de la Cruz el 3 de marzo de 2023.

Beatriz Insúa pasea tranquilamente con su perro Bicho por la calle del Pez mientras echa un vistazo a cómo avanza en el barrio el plan urbanístico del Consistorio, que ya se consumó en 2023 con el asfaltado de las calles de Velarde, San Andrés y Barco. Desde que las obras llegaron a la puerta de su casa, en julio, esta conductora de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) disfruta de la cara más amable de Malasaña. “Para los que vivimos aquí, las obras suponen un pequeño respiro del tráfico. No hay coches, no hay ruido y se pueden escuchar hasta los pájaros”, sonríe. Por suerte para ella, los cortes de circulación no son una novedad en este rincón de la capital, donde ya se tuvo que intervenir varias veces para reparar los desperfectos: “Por un lado, me parece bien asfaltar, porque el Ayuntamiento tenía que reponer el adoquín con bastante frecuencia debido al hundimiento del suelo”.

La solución ideal a ese deterioro del vial pasa por peatonalizar la zona, de acuerdo con la visión de Insúa. Para ella sería más positivo que el presupuesto de la operación asfalto —17,7 millones de euros por la pavimentación de 367 calles en todo Madrid— se destinase a “cosas más importantes” y se mantuviese el empedrado. Coincide con ella en la idea de restringir el tránsito de vehículos la concejala de Más Madrid en el distrito Centro, Lucía Lois, que considera “paradójico” que la prioridad del Gobierno de Almeida sean los camiones frente a las personas y no al revés: “Por las calles del centro deberían pasar menos coches y camiones y ser más cómodas para el peatón”.

A Antonio López, que ha vivido 50 de sus 74 años en aquella calle, todo lo que sea arreglar la vía pública “le parece bien”, con el matiz de que la obra “habría que haberla hecho en verano” y no ahora. “Aquí hay una iglesia, un colegio y muchos otros establecimientos, es una calle de mucho tráfico”, critica. Para él la funcionalidad está por encima de la estética y prioriza un suelo firme y llano por el que caminar con seguridad sobre el “estilo” que aportaban los adoquines al conjunto de la calle.

López no es el único vecino que esperaba la reforma de la vía como agua de mayo. Silvia Correa, de 76 años, explica que su marido está en silla de ruedas debido a una enfermedad pulmonar y que el alisado de la superficie le va a permitir salir a la calle con comodidad. “Para mí representa mucho”, afirma. Esta mujer de origen argentino llegó a Malasaña hace 42 años, y desde entonces ha vivido en primera persona la transformación de la calle, con negocios que llegaban y otros que se iban, pero ahora le preocupa la repercusión que han tenido las obras estos meses en los comercios del barrio. “Esta situación está perjudicando a todos los comerciantes”, lamenta. Ella está en la asociación de vecinos de Malasaña y conoce de cerca las reivindicaciones de los locales.

Correa abandona la calle y, al poco tiempo, los obreros rematan la tarea. Apenas una hora y media basta para sepultar la antigua imagen de la calle y dar carpetazo a la historia efímera de los adoquines, que se instalaron a principios del siglo XXI. En cuestión de horas se disipará el olor a alquitrán en la calle del Pez, y con él, cualquier rastro de que allí hubo adoquines una vez, pero la operación asfalto continuará en todos los distritos de la ciudad, en puntos como la calle del Oasis (Villaverde), calle de las Cigarreras (Arganzuela) o calle de Bolonia (Salamanca), entre muchas otras.

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