La socialdemocracia y la educación como antídoto al neoliberalismo
Hay una oportunidad de lograr una sociedad más justa y solidaria y es mediante una educación crítica, emancipadora y transformadora. No es un camino fácil pero sí absolutamente posible
![Una alumna camina por un pasillo de un instituto de Madrid, en junio de 2020.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/LQOTKB2PZVB3LOUZF2ZQ5CGQ5I.jpg?auth=77812859f1124e4ad5d8cb04c83549e0b3b175b4429e36d3a7f39a55b784190b&width=414)
La socialdemocracia, esa gran esperanza del siglo XX para equilibrar el mercado con la justicia social, está en horas bajas. John N. Gray, en su libro Falso Amanecer, publicado en 1998 en Estados Unidos, un libro que conviene releer, afirmaba que esta crisis no es solo culpa del neoliberalismo devorador, sino de que la propia socialdemocracia se rindió y comenzó a bailar al son del mercado global.
Un “falso amanecer” que se convirtió en pesadilla
Según Gray, el neoliberalismo no es una ley de la naturaleza, no es inevitable, y desde luego no trae consigo el progreso para todos. Es una construcción política que “ha fragmentado nuestras sociedades, debilitado las democracias y concentrado el poder en unas cuantas élites globalizadas”. Y mientras tanto, ¿qué hizo la socialdemocracia? En lugar de resistir, decidió adaptarse, ceder terreno, hacer concesiones. Y eso es lo que nos tiene aquí, con un Estado de bienestar erosionado y unas democracias nacionales subordinadas a los dictados del mercado.
Esto no va de “volver al pasado”, pero tampoco podemos quedarnos cruzados de brazos viendo cómo los problemas crecen. Necesitamos alternativas. Y no estoy hablando de utopías. Estoy hablando de construir algo desde el terreno más sólido que tenemos: la educación.
El poder transformador de la educación
Si algo deja claro Falso Amanecer es que uno de los mayores éxitos del neoliberalismo ha sido su capacidad de controlar nuestra forma de pensar. Nos ha enseñado a aceptarlo todo: la competencia desenfrenada, el individualismo extremo, la precariedad como “normalidad”. Pero esto no es una sentencia ineludible. La clave para resistir está en cambiar la forma en que educamos: una educación que forme ciudadanos críticos, capaces de ver las grietas del sistema y actuar para transformarlo.
Decía Gray que “la educación debe emancipar, no adoctrinar”. ¿Qué significa esto? Que no se trata de preparar a los niños, niñas y jóvenes para que sean “empleados eficientes”, sino de enseñarles a pensar, cuestionar, debatir y crear.
¿Cómo sería una educación crítica?
Pongámoslo simple: esta educación debe empezar desde abajo, desde los primeros años. Los niños deben aprender a hacerse preguntas, a resolver problemas y a imaginar futuros posibles.
Por citar algunos ejemplos muy sencillos: debates en las aulas aprendiendo así a argumentar, a escuchar y a decidir juntos (un grupo de niños debatiendo si deberíamos tener más recreo o menos deberes), historias con dilemas morales en las que no hay respuestas correctas, sino preguntas que invitan a pensar (¿debería alguien devolver o quedarse una cartera que encuentre en el parque?), proyectos prácticos donde se pueda aprender haciendo (desde plantar un huerto en la escuela hasta diseñar soluciones para problemas locales de contaminación, circulación…).
Y solo por citar más ejemplos y también en diferentes niveles: proyectos de aprendizaje-servicio, proyectos liderados por estudiantes que abordan problemas ambientales locales con impacto global, pensamiento crítico a través del arte, proyectos de aprendizaje basados en la naturaleza, voluntariado estudiantil en la comunidad, educación contextualizada con la realidad local, proyectos de sostenibilidad ambiental, proyectos de energía renovable comunitaria, proyectos de economía circular, iniciativas de justicia social, conservación de ecosistemas locales, simulaciones digitales de problemas globales, redes sociales para la educación global, colaboración con escuelas internacionales…
Esta educación crítica no solo forma ciudadanos más conscientes, sino que también puede ser el primer paso para construir una sociedad más justa y solidaria. Una en la que no solo sobrevivamos, sino que vivamos.
Educación como resistencia al neoliberalismo
El neoliberalismo quiere que pensemos que no hay alternativa. Pero educar para la ciudadanía crítica es, en sí mismo, un acto de resistencia. Es decirle al sistema: “No vamos a aceptar lo que nos impongas”. Y eso, es evidente, tiene un poder enorme. Porque un ciudadano informado y crítico es una amenaza para cualquier sistema que se base en el conformismo.
John N. Gray tenía razón: no podemos seguir esperando que el mercado lo solucione todo. Es el momento de recuperar el control, de reconstruir nuestras comunidades, de imaginar un futuro diferente. Y todo eso empieza en las aulas.
Apostar por la educación crítica no es solo una buena idea, es una necesidad
Necesitamos ciudadanos que no solo entiendan el mundo, sino que se sientan capaces de cambiarlo. Y para eso, necesitamos cambiar la forma en que los educamos. Si seguimos educando para perpetuar este sistema, solo estaremos agravando el problema.
Así que sí, hay una crisis de la socialdemocracia. Sí, el neoliberalismo sigue avanzando. Pero también hay una oportunidad. Una educación crítica, emancipadora y transformadora puede ser el punto de partida. ¿Es fácil? No. ¿Es posible? Absolutamente. Y si algo está claro es que, en este falso amanecer, necesitamos más que nunca una alternativa real. “La democracia no puede sobrevivir sin ciudadanos educados, y la libertad no tiene sentido sin la capacidad de pensar y actuar de manera independiente”.
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