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la espuma de los días
Columna
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Almeida y el charco del obrero

El alcalde ha decidido cerrar algunas instalaciones acuáticas municipales por obras todo el verano

Imagen de la piscina del Parque Sindical, en Puerta de Hierro.
Imagen de la piscina del Parque Sindical, en Puerta de Hierro.EL PAÍS
Raquel Peláez

Al alcalde Almeida le gusta muchísimo la palabra empatía y, si no me creen, lo podrán comprobar ustedes mismos con un Googleo rápido. Si se animan a hacer la búsqueda, verán, además, que siempre usa este término es para hacer un reproche al presidente del Gobierno, que de momento, por mucho que le joda a los suyos, aún es un socialista.

Hay que decir que no es una cosa exclusiva del regidor capitalino: está de moda la palabra empatía y mucha gente la usa de forma espuria en general, por ejemplo, cada vez que alguien no les da la razón en particular.

Es irónico que sea tan popular ese término que apela a la capacidad de ponerse en la piel del otro en un momento en el que el individualismo salvaje ha conseguido convertirse en movimiento social con varios brazos armados políticos, unos más capitalistas que otros pero todos más bien insensibles hacia el sufrimiento humano, que es la actitud antónima de la empatía. Hay gente que cree que ser “empático” consiste en saber que otros sufren, como si el simple conocimiento del hecho por parte de quien no sufre fuese curativo para el que padece el dolor. A veces, a dicho conocimiento se le ponen logos, sellos de calidad, banderitas y pines que atestiguan ingresos a cuentas para financiar la actividad de los que sí practican la verdadera empatía: a esos ingresos a causas remotas se les llama caridad.

No pretendo dar lecciones de moral, solo señalar un fenómeno que me resulta llamativo últimamente: lo mucho que les cuesta a los que tienen comprender las razones de los que no tienen, especialmente si los que no tienen no son gente en países lejanos y exóticos, sino convecinos.

No sé si me estoy explicando bien y espero que me perdonen: estoy un poco atorada a causa del calor abrasador que asola la ciudad. No se piensa con la mayor lucidez en estas circunstancias, aunque de momento, aún me llega el riego al cerebro para comprender que hay gente que está a estas horas mucho peor que yo a causa de la calima, trabajando bajo el sol, quizá extendiendo una capa de brea sobre alguna de las calles que los madrileños pasearemos en invierno. También me da para comprender la circunstancia asquerosamente jodida que debe de ser no tener aire acondicionado en casa y no poder ir a ninguna piscina una tarde de sábado de julio cuando fuera la temperatura es de más de 40 grados. La verdad que para ser empático ayuda mucho haber vivido la circunstancia en cuestión hacia la que hay que dirigir la empatía, circunstancia que también ayuda mucho a comprender ese instrumento empático por excelencia llamado “servicios públicos”. Sospecho que el alcalde Almeida no tiene ni la más puta idea de lo que es un verano sin climatización doméstica ni piscina particular.

Madrid es una ciudad despiadada siempre, pero especialmente en verano, y no hace falta apelar al cambio climático: ya Francisco Silvela dijo hace más de 200 años eso de que esta capital puede ser divertidísima en la etapa estival siempre que uno tenga dinero. Pero, ay, sin dinero. Sin dinero Madrid en verano es una delegación del Hades. Lo sabía perfectamente otro Francisco, este de apellido Franco, que para que las masas citadinas no se le sublevasen con la calorina construyó una piscina gigantesca ―durante mucho tiempo la mayor lámina de agua de Europa― para que se bañasen.

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Aquella piscina, que la picaresca popular bautizó El charco del obrero, sigue ahí. Ahora se llama Parque Deportivo Puerta de Hierro y son un auténtico oasis de frescor y diversión del que no gozan, por ejemplo, los habitantes de Puerta del Ángel o en Vallecas. Ahí el alcalde Almeida ha decidido cerrar las instalaciones acuáticas municipales públicas por obras todo el verano. Franco no sabía lo que era la empatía, pero al menos de vez en cuando le daba por la caridad.

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.
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