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Los pediatras de la UCI del hospital La Paz grabaron las vejaciones de su jefe: “Nos llevó a una situación de sumisión”

EL PAÍS se reúne con los siete doctores de un equipo de 13 especialistas por el supuesto acoso que recibieron y reconstruye los comentarios despectivos y cómo debilitó su autoestima: “Eres como un ordenador vacío”

Víctimas del acoso laboral en la UCI pediátrica de la Paz denuncian en público
Acceso al hospital público de La Paz, en Madrid.Miguel Oses (EFE)
Beatriz Olaizola

Todavía se sorprenden cuando un compañero lee en alto una de las humillaciones que tiene anotadas. Las tienen presentes: en un cuaderno, en una tableta, en el móvil o en decenas de folios impresos. Y las han repetido incontables veces en su cabeza ―gritos, vejaciones, amenazas de despido―, pero escucharlas en la voz de otro reaviva el miedo y la angustia que sufrieron durante años. “Estábamos alienados, nos hizo pequeños”, dice uno. El resto se mira ―una mirada cansada, amarga― y asiente. Los siete son médicos en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) pediátrica del hospital La Paz (Madrid), la mayoría desde hace más de 20 años, y los siete llevan dos meses de baja por el supuesto acoso del jefe de servicio, que fue cesado en 2020, pero este septiembre ha recuperado el puesto después de que una sentencia obligara a readmitirlo.

Son las 11 de la mañana y el bar, en el centro de Madrid, está casi vacío. Los médicos lo prefieren, porque lo que van a contar es largo ―desde que entró el jefe en julio de 2013 hasta el cese en diciembre de 2020― y duele. “Cuando nos dijeron que volvía [después de casi tres años fuera] se me destaparon todas las ollas a presión que había conseguido cerrar. Y pensé: ‘Otra vez no, otra vez no, otra vez no”, cuenta uno de los profesionales. Todos piden mantener el anonimato, porque el proceso judicial continúa abierto ―han recurrido la sentencia, donde el juez concluyó que no hubo “acoso laboral alguno”― y para preservar su intimidad.

El relato de los especialistas, más de la mitad de una plantilla de 13, es individual y colectivo: “Cada vez tenía una víctima distinta y hemos ido todos pasando por ello, cada uno en distintos periodos de su jefatura”. Recuerdan que los desprecios no llegaron de golpe, sino en un lento crescendo que los fue minando poco a poco. Todos habían aprendido con él y de él, habían sido compañeros e incluso lo admiraban. “Tiene un carácter que impresiona, es muy inteligente, seduce”, describe uno de los médicos. Pero pronto, y uno a uno, empezaron a verse señalados, intimidados en público y en privado. “Se encargaba de aislar a la persona que estaba acosando, cada vez que identificaba o creía identificar que había una discrepancia en su criterio, alguien que no opinaba lo mismo que él y que lo manifestaba abiertamente”, señala otro. Los siete comentan que en más de una ocasión su superior se ha referido a ellos como “la secta”. De hecho, en la sentencia, la defensa reproduce las palabras del médico, que habla de un “motín” contra él, orquestado por los compañeros del servicio a raíz de discrepancias laborales.

Todo empezaba, y la experiencia es idéntica entre los siete, con una reunión individual en su despacho. Los médicos, tranquilos, se sentaban frente al jefe a la espera de descubrir el motivo del encuentro. Entonces, el superior iniciaba un monólogo donde se enfrentaba al facultativo por motivos diversos: trabajaba mal, le había puesto una mala cara en una reunión, no seguía sus directrices a rajatabla, se estaba amotinando contra él. El tono se elevaba cada vez más y las descalificaciones iban en aumento. Ninguno se lo esperaba. “Hasta entonces era una referencia para mí, fue mi maestro. Pero después de esa reunión mi personalidad cambió radicalmente. Adopté una posición de huida, de sumisión, de alienación, de despersonalización... eres una persona distinta”, relata uno de los profesionales más veteranos.

Tras el primer encuentro, algunos decidieron grabar los siguientes. “La primera reunión me impactó tanto [fue en 2014] que la escribí para que nunca se me olvidase”, comenta el mismo médico, y añade que “la estrategia del jefe, algo de lo que presume, es presionar y presionar hasta que consigue ‘romperte’ y, una vez te has roto, aunque duela, eres capaz de ‘ver el camino”. Todos cuentan que frases como esa ―“ver el camino”, “llevarte por el camino” o “volver al camino”― eran una referencia en su forma de trabajar y organizar el servicio. Los siete profesionales empezaron a apagarse, a esperar con miedo la próxima reunión, a llorar después de cada charla y a buscar asistencia psicológica y psiquiátrica. “Todo el mundo se volvió gris”, resumen.

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“Programaba estas reuniones periódicas para ver cuánto podía doblar la vara antes de que te rompieras. Se ponía agresivo, se incorporaba sobre la mesa, se te acercaba. Y si veía que la vara no se rompía, amenazaba con el despido”, señala uno de los médicos. Muchas de las descalificaciones las grabaron después ―y las ha podido escuchar este periódico― y se centran en la valía de los trabajadores, todos ellos médicos superespecializados y acostumbrados a un puesto muy demandante: “Tienes una actitud de funcionario, das la imagen de que este no es tu sitio”, se oye en una conversación, donde el profesional intenta responder a numerosas acusaciones, pero no puede. En otra, se le escucha: “Primas tus derechos al trabajo, esa es la sensación que das” o “las personas solo reaccionan cuando están contra la pared”. O: “Un duelo es que se te muera alguien. Me cuentas como excusa que has tenido un duelo y yo digo, ole tus cojones. Al decirme eso, la cagaste” y “ya he organizado la posibilidad de que te vayas. No hablo en broma, no me tiro faroles”.

Otras charlas, individuales y en grupo, estaban enfocadas a la maternidad y el carácter de las doctoras mujeres: “Eres una mujer y muy lista y eso es una combinación peligrosa”; “Qué bien que estés aquí, porque con tu mujer no se puede hablar”; “¿Otro? ¿Cuántos más vas a tener?”. En uno de estos encuentros, se oye al jefe decir lo siguiente: “Entiendo que te has parado en un periodo como mujer, por tener hijos, y ese tiempo lo descuento, no lo considero”. A tres de ellas, les dijo que no valían para nada: “Sois como ordenadores vacíos”. Otras reuniones no pudieron grabarlas porque les pilló de improviso. Aun así, las anotaron todas.

Una de las médicas opina que el jefe del servicio “tiene un problema” con las mujeres embarazadas, con la maternidad y con la conciliación: “Cuando nos veía embarazadas quería echarnos de la UCI, pero siempre disfrazado de que era por nuestra salud. No puede ser que por estar embarazada mi jefe me diga que le viene bien a él que me vaya de baja. Eso lo decidiremos mi médico y yo”. También dice que penalizaba a las profesionales que volvían del permiso de maternidad, por ejemplo, con un mayor número de guardias que el resto. “Nos llamaba ‘las madres”, dice, y recuerda lo mucho que le costó comunicarle a su superior que se había quedado embarazada por tercera vez. También cómo en una ocasión le pidió a su marido que esperara fuera del despacho por si a mitad de la reunión rompía a llorar o necesitaba su ayuda.

Lo que cuentan los médicos ahora también lo contaron en 2020, cuando se abrió el protocolo de conflicto interno. Entonces, la Dirección General de Recursos Humanos entrevistó a los afectados, al jefe y a otros empleados y elaboró un informe que derivó en el cese del médico en diciembre de ese año, aunque continuó en la unidad como adjunto. El doctor recurrió el cese, que ha sido revocado en febrero de este año por sentencia judicial, donde se concluye que no hubo acoso laboral, sino “claros incumplimientos de unas órdenes impartidas por un superior jerárquico”, y que la investigación interna se llevó a cabo de forma poca rigurosa, por lo que quedaba anulada. Un año después, la Consejería de Sanidad le abrió un expediente disciplinario por una falta grave y fue derivado a otra área del hospital público. Esto también ha sido recurrido por el doctor.

Para entonces, la mayoría de los médicos estaba ―o había estado de forma recurrente― en tratamiento psiquiátrico y tomaba medicación para la depresión o la ansiedad. “Devastados, rotos, sin parar de llorar. Es doloroso escuchar aberraciones contra ti y contra tus compañeros y ser incapaz de alzar la voz, de contestarle. Estábamos completamente anulados”, resume una de ellos. La última reunión que tuvo con el jefe de servicio fue en mayo de 2020, cuando convocó a “las madres” ―cuatro de los siete― para señalar su insuficiente desempeño durante la pandemia de la covid-19. “A los dos días busqué un psiquiatra, fue una charla desoladora. Nos hizo mucho daño. Hay fotos de esa época que he borrado porque no me reconozco y no quiero volver a ver la cara que tenía”, cuenta la misma doctora.

Ahora, dicen, solo les queda esperar y aseguran sentirse “indefensos” y “abandonados” por la dirección del centro y el Servicio Madrileño de Salud (Sermas). “Está pendiente la resolución [del recurso] que se elevó al Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Él presentó una ejecución provisional de la sentencia y el juez dictó un auto donde dice que provisionalmente y hasta que se resolviera esto, tiene que volver [al servicio]”, explica la abogada de los médicos. Una vez se enteraron del regreso, los siete sintieron que todos los fantasmas volvían de nuevo y que no podían trabajar en esas condiciones. “Si nos seguimos exponiendo [al trato del jefe] podemos llegar a equivocarnos con un paciente. No podemos trabajar en lo que somos buenos, en nuestros niños”.

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Beatriz Olaizola
Es reportera en la sección de Madrid. Antes escribió reportajes para eldiario.es en el País Vasco, donde cubrió sucesos y temas sociales, políticos y culturales. También realizó prácticas en la Agencia EFE. Graduada en Periodismo por la Universidad del País Vasco y máster en Periodismo UAM- EL PAÍS.

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