La idea ‘loca’ que revolucionó el cine de barrio
Los Cines Embajadores, inaugurados en el peor momento posible de la pandemia, se expanden con tres nuevas salas en Arganzuela y otras cuatro en Oviedo
Miguel Ángel Pérez, de 61 años, tuvo hace seis años una idea. Tenía una distribuidora de cine, Surtsey Films (la mantiene), pero necesitaba un negocio estable. Lo cuenta así, tal y como sucedió desde el principio, porque ahora tiene mucho sentido. Entonces no. A los ojos de cualquiera, ese hombre había perdido totalmente la cabeza: su objetivo era montar un cine de barrio. Empleó tres años en buscar un local adecuado. En la zona donde vivía su madre, en Arganzuela, encontró un antiguo banco cerrado frente a la imponente glorieta de Santa María de la Cabeza. Hipotecó su casa. Y cuando todo parecía marchar mejor de lo previsto, llegó la pandemia. Los Cines Embajadores nacieron un 10 de julio de 2020, con un público sediento de salir de casa aunque fuera con mascarilla. Era un milagro que el negocio durara más de un año. Este miércoles ha inaugurado tres salas más en la misma zona, a tres minutos andando, e inaugurará este invierno otras cuatro más en Oviedo. Y con su sonrisa orgullosa de parece responder a todos los incrédulos: ¿Quién es el loco ahora?
“Nos han engañado mucho tiempo. Nos dijeron que los cines que cerraban en Madrid era porque no iba la gente. No es verdad. Era pura especulación inmobiliaria”, sentencia desde una de las más de 109 butacas de la nueva gran sala de Embajadores Río, en la calle Ercilla, 53. “Se cerraron cines cuando las salas estaban llenas. La gente no dejó ni ha dejado de ir al cine y la prueba es esto”, concluye. Pérez acaba de abrir otro cine porque el original, con una capacidad para 200 personas, se le quedó pequeño. Embajadores Río ha inaugurado 231 butacas más.
Poco tiene que ver su cine con el que este país se ha acostumbrado en la última década. Cuando se puso de moda el estilo norteamericano de ir a ver películas con palomitas, nachos y Coca Cola de dos litros a precio de oro, después de pasar un día de compras en un centro comercial. Una actividad que excluyó a gran parte del público habitual de las salas de toda la vida, a las que se iba caminando y se regresaba a casa en silencio, abrumado por lo que acababan de ver. En su cine, advierte, no hay comida, ni el negocio es la barra. Alrededor de 14 empleados y su marca viven casi exclusivamente de la taquilla. Tampoco reciben ningún tipo de financiación o subvención pública.
Pérez no solo quería abrir un cine en Madrid, que ya parecía entonces una odisea, incluso antes de que la pandemia asestara un duro golpe a este negocio. Su objetivo era proyectar cine español y europeo. Películas en versión original, con subtítulos en español, a las que muchos de los vecinos todavía no se han acostumbrado. “Queremos proyectar más dobladas, por eso hemos abierto este”, cuenta. Aunque señala que esa decisión ha hecho que mucha gente del barrio de toda la vida elija el cine español. Lo cual no supuso ningún tipo de inconveniente. “Si hubiéramos proyectado solo As Bestas durante tres meses hubiéramos llenado igual”, asegura. Algo similar ha sucedido con 20.0000 especies de abejas. Lo que los ha convertido en la meca del cine patrio.
Cines Embajadores abre tres nuevas salas en un barrio donde las zapaterías todavía siguen oliendo a grasa, el café con leche se sirve en vaso de caña, el cerrajero es un cerrajero y las tintorerías se llaman tintorería, sin anglicismos. Uno de esos refugios madrileños que amenazan con ser devorados también por el Madrid cool del centro, de Airbnb, flat whites y espresso Martini. A sus puertas se reúne cada noche un remolino de vecinos variopintos. A los grupos de matrimonios jubilados que llegan (o irán) de cenar de los bares de la calle Ferrocarril se suman los de zapatillas New Balance y gabardinas hasta los tobillos al aire. A veces toman una cerveza en el bar del cine, otras, simplemente apuran un cigarro hasta que llegue la hora. “Arganzuela es una zona culturalmente muy activa, con mucha vida, un cine aquí tenía todo el sentido”, cuenta Pérez.
El precio de la entrada general fue otra de las obsesiones de Pérez: “Pusimos la entrada a 7 euros, porque no es necesario más. Es lo que calculé que nos daba para mantener el negocio”. Los fines de semana sube a 8,50 euros, aunque hay sesiones especiales para los niños, menores de 12 años, a 6,50. “Pueden invitar a sus amigos y celebrar aquí sus cumpleaños”, cuenta Pérez, convencido de que el cine puede ser lo que fue algún día. También inauguraron las “sesiones teta”, para madres y padres con bebés, y sesiones de cine mudo con piano en directo. El gancho principal sigue siendo, no obstante, sus famosos coloquios con directores, actores y técnicos de las películas que proyectan. En la apertura de Embajadores Río, el director Fernando Trueba bautizó en persona la nueva sala con un pase especial y gratuito de Chico y Rita.
Los Embajadores se han convertido en uno de los principales nodos culturales del barrio. Mientras hace solo un año, en una de las zonas más pujantes de la capital, Chamberí, cerraban dos cines —los de Santa Engracia y Alberto Aguilera—, en Arganzuela se hacían fuertes estas tres salas. Sobre las ruinas de muchos cines clausurados se abrieron con una voracidad desconocida una decena de supermercados en menos de 700 metros: donde estaba el Roxy A de la calle Fuencarral, hay ahora un Aldi; y en el lugar que dejó el difunto Roxy B, otro supermercado, BM. En las últimas dos décadas, decenas de cines históricos de Madrid —como los Novedades, los Cristal, los Renoir Cuatro Caminos o los Dúplex (convertidos en lofts de lujo)— han desaparecido, eclipsados por esas gigantescas salas que proliferan en cada nuevo centro comercial inaugurado en la región.
En ese contexto fúnebre, Pérez y sus nuevas salas parece que reman a contracorriente. Aunque él repite convencido en que mientras haya una sala de cine de barrio, las butacas seguirán llenas. “No soporto a los quejicas que hablan de que ya solo ven a cuatro personas en una sala de cine. Claro, si programas un martes a las cuatro de la tarde, eso es lo normal. Ven aquí un viernes o un sábado”, apunta. Aunque el éxito lo respalda, todavía siente que debe insistir en que montar este negocio no es ninguna locura. “Ojalá este modelo se replique en otros barrios, es lo que pensé que pasaría cuando abrimos por primera vez”, señala.
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