Cenar a oscuras, romper objetos y jugar en un parque de bolas: tres realidades en la misma ciudad
Dans Le Noir, Rompe Madrid e Ikono proponen experiencias en las que poner a prueba los sentidos (o la falta de ellos)
Madrid no es solo Madrid. Al igual que las personas, las ciudades no pueden reducirse solo a una dimensión: uno no muestra la misma cara ante sus padres y ante sus amigos. Existe, por tanto, un Madrid extraño, ajeno y a veces hasta distópico que no suele salir en las guías turísticas, lo que no ha impedido que se haya convertido en tendencia en redes por las experiencias que ofrece. Las de esta entrega, traen consigo la promesa de poner a prueba los sentidos (o la falta de ellos).
Cenar a oscuras con un camarero ciego como única guía en Dans Le Noir, romper platos y electrodomésticos durante 25 minutos en Rompe Madrid o poder sumergirse en una piscina de pelotas en Ikono no solo sacan de la rutina al más pintado, sino que constituyen experiencias extrañas, realidades paralelas de una ciudad tan rara como lo pueda ser a veces cualquiera.
Una cena a oscuras con un camarero ciego
Dans Le Noir (calle del Biombo, número 5, cerca de la catedral de la Almudena) es una de las mejores experiencias que se puede tener cenando en Madrid. Y eso que la comida, al final, es lo de menos. Imagine cenar en total y completa oscuridad. Los comensales tienen que adivinar lo que comen y beben y, además, deben fiarse de que un camarero, también ciego, sea sus ojos durante toda la noche. Una experiencia para apagar el sentido de la vista y despertar los otros cuatro.
La cena comienza con la explicación del responsable del restaurante sobre lo que va a pasar durante la noche. Este advierte a los comensales de que no podrán ver ni la punta de la nariz de su acompañante. “Es una experiencia sensorial. Al no tener la vista, van a usar todos los demás sentidos, pero sobre todo usarán la imaginación, porque el menú es sorpresa, aunque tenemos en cuenta todas las restricciones alimentarias”, cuenta la directora del restaurante en Madrid, Sixtine Tripier-Rollin.
Después, todos los clientes de la noche bajan a los baños y guardan todas sus pertenencias en taquillas. Es entonces cuando el jefe de la sala, Saman Faharí, organiza a todos los comensales en una cola y les pide que pongan su mano izquierda sobre el hombro izquierdo de su compañero. Juntos, caminan hasta el salón, donde Faharí los sienta a cada uno en su mesa, les muestra cómo retirar la silla y les explica qué tienen enfrente: una servilleta y un cubierto.
Cada vez que llega un plato, el camarero indica a los comensales por dónde empezar a tocar. Casi toda la comida se tiene que coger con la mano, aunque lo más difícil no es esto, sino tratar de no poner el vaso sobre el plato. Durante la cena, la mayoría de los comensales confunde platos de pollo con los de pescado y vinos tintos con blancos.
Al final de la experiencia, los clientes pueden ver en fotos la comida que acaban de devorar, porque toda está riquísima, y los vinos que bebieron mientras intentaban adivinar las dimensiones de la sala donde estuvieron y cómo sería su vida si les faltara la vista. Se puede escoger entre un menú sencillo, de 39.90 euros, o completo, de 65.90, y se puede reservar en la web.
Una galería inmersiva con una piscina de bolas gigante
Ikono se ha instalado en la plaza del Museo Reina Sofía como una alternativa a las típicas galerías de arte. Y, aunque es difícil describir lo que es, su experiencia es única e inmersiva. Fue en Japón, en un viaje familiar, donde sus fundadores supieron que querían crear este negocio. Concretamente, en el bosque de bambú de Arashiyama, en la ciudad Kioto, en el centro de la isla Honshu. Después de revisar las fotos que tomaron para inmortalizar sus recuerdos, tomaron una decisión: “Queríamos ofrecer en las ciudades algo más aparte del típico plan de salir a cenar y beber”.
Esta idea se tradujo en un lugar con diferentes espacios y en el que cada estancia ofrece una historia. A través de sus 600 metros cuadrados distribuidos en tres plantas, Ikono busca estimular los sentidos de los visitantes con diferentes colores, texturas y objetos. El recorrido empieza atravesando una gran cortina de colores que lleva a los participantes a una piscina gigante de bolas. En ella uno puede sumergirse y, por un rato, volver a ser el niño que fue.
El espacio cuenta además con escaleras de colores, una habitación con bambús y una sala de espejos llenos de faroles, entre otras muchas salas. Es un plan que se puede hacer con amigos, pareja o en familia. La edad media de los visitantes es de 31 años, y la entrada cuesta 15 euros para los adultos. Están abiertos todos los días. Y, aunque ellos prefieren que no los asocien con un sitio perfecto para hacerse fotos, la realidad es que han triunfado gracias que sus visitantes se hayan hecho todo un estudio fotográfico en cada uno de sus 15 espacios.
Una habitación de la ira
Entrar a la habitación de la ira es saltar a otra dimensión. Durante 25 minutos, las personas que se atreven a dejar salir la rabia que llevan dentro pueden desahogarse rompiendo platos, botellas, vasos y electrodomésticos al ritmo de sus canciones favoritas. Rompe Madrid fue fundado después de la pandemia por Andrea Quesada como una alternativa de ocio en la capital. Está inspirado en los rage rooms que hay ya por el mundo, y fue el segundo espacio de este tipo que surgió en España.
“Soy consumidora de ocio de Madrid y me di cuenta qué hacían falta planes diferentes. Decidimos emprender. Ahora estamos a punto de abrir un local más grande porque tenemos mucha demanda”, asegura la dueña. Quesada cuenta que varios clientes han llegado ya al local como recomendación de sus psicólogos, para que puedan deshacerse del estrés y de la rabia. “Esto no lo podemos considerar terapia, pero la realidad es que sudas, te ríes, liberas adrenalina y dejas fluir tus emociones”, asegura Quesada.
Los objetos que se rompan van a depender de lo que se pague, pues se ofrecen paquetes que van desde 39 a 58 euros por pareja según el tipo de cosas que se introduzcan. Para entrar en la sala primero hay que ponerse todo el equipo de seguridad, zapatos y guantes incluidos y se puede reservar en su web.
La ambientación y la música son los aliados perfectos para que las personas que decidan liberar sus sentimientos puedan salir de ahí llorando o riendo. Los objetos de vidrio los compran a empresas de restauración, mientras que los electrodomésticos dañados son donados por unas cuantas empresas. En su mayoría, todo es reciclable.
“Me siento renovada. Esa última botella que rompí tenía nombre y apellido”, explica Viviana Velásquez, que forma parte de un grupo de amigos que ha usado bates, palancas, un martillo y hasta sus manos para destrozar una habitación al ritmo de las canciones viejas de Shakira. No fue una sesión de terapia, pero sí lo fue de desahogo por desamor.
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