Cuando Madrid dejó escapar la obra de Almada Negreiros
El escenógrafo y dramaturgo portugués cinceló en 1929 una docena de relieves destinados a la fachada y el recibidor del cine San Carlos, actual Teatro Kapital, que acabaron después en manos de marchantes
Hay en la calle de Atocha unos músicos que tocan sin cesar desde hace 37 años. El paseante más minucioso puede hallarlos en el chaflán del Teatro Kapital de Madrid, donde la fachada con bandas verticales y horizontales se vuelve hacia la calle de Ceniceros. Allí arriba lucen estas policromías con ilustraciones de violines y violas que no son sino un remedo de los bajorrelieves originales. Fueron estos un encargo que en 1929 hizo Eduardo Lozano, autor del antiguo Cine San Carlos, al escenógrafo y dramaturgo portugués José Almada Negreiros (1893-1970), que ya embelesaba al gremio intelectual ibérico. Atestiguaron su encuentro las mesitas del Café Zahara, donde las tertulias simultáneas sobre arquitectura racionalista se hacían y deshacían cada tarde.
Almada y Lozano entablaron así una amistad que cuajó en los paneles del flamante cinematógrafo de Atocha. Una docena de piezas retiradas en los sesenta durante varias remodelaciones y que se sustituyeron dos décadas más tarde por esos frescos que permanecen aún visibles. Poco tienen estos que ver con el homenaje al aparato sonoro y al cine negro que Almada tributó. Una carrera de coches, la forzada postura de dos espías en sus seguimientos, las típicas puertas batientes del salón de wéstern, escenas de variedades acrobáticas o el florido espectáculo de un cabaret llegaron a colorear los exteriores del local. Similares motivos poblarían sus murales en la residencia de la Fundación del Amo (Ciudad Universitaria), el Teatro Muñoz Seca o el escenario del Barceló, aunque los bombardeos de la Guerra Civil acabaron con todos ellos. El Cine San Carlos, sin embargo, salió ileso.
En sus últimos años de vida, y ya en Lisboa, Almada tuvo noticias de que los propietarios de la sala de proyecciones habían sepultado con mármol los paneles. Así se lo hizo saber a Ernesto de Sousa (1921-1988), una suerte de alumno aventajado con quien produjo el documental biográfico Almada. Un hombre de guerra. Sousa se propuso inventariar el legado de su maestro y rastreó la escasa documentación que este dejó. Durante el proceso, un viejo recorte de prensa le facilitó valiosas pistas. Su compatriota exiliado en Madrid Novais Teixeira, afilado periodista, describía el Cine San Carlos en una entrevista de 1929 y mencionaba unos “paneles del vestíbulo”, además de los relieves exteriores. De manera que en 1970 Sousa decidió viajar en coche hasta Madrid, comprar entradas para aquel cine y raspar con disimulo las paredes de su recibidor. Se manifestaron así unas desconocidas escenas de vanguardia que no podían ser obra más que de Almada.
Ahí estaba la figura del Gato Félix junto a un dueto de jazz vocal. Tres marineros que coquetean con una damisela al son del acordeón y varios saltimbanquis unidos con el autor por sus años como bailarín y escenógrafo. El cuarto bajorrelieve interior, que coronaba el acceso principal, permanecía arrumbado en unas bodegas a las que Sousa logró acceder burlando la seguridad. Allí abajo también se encontraban las ocho piezas de fachada, que lejos de taparse habían sido retiradas y convertidas en añicos durante el proceso. De esta aventura da cuenta su protagonista en Recomeçar. Almada em Madrid (1983), unas breves memorias editadas por la Imprenta Nacional portuguesa que nunca llegaron a publicarse en castellano. “El señor Esquerro [propietario de los cines] accede a nuestras ofertas de compra, no sin antes plantearme una duda que le corroía por dentro: ¿cómo puede ser que Picasso fuese una gloria nacional y a la vez comunista?”, rememoraba.
Sousa e Isabel Alves, su viuda y albacea, fotografiaron y catalogaron aquellos hallazgos, a los que además se suman otros realizados en el Rastro, donde se toparon con varias fotografías que inmortalizaban la obra de Almada en los cincuenta, intacta y brillando sobre los cines de la calle de Atocha. A fin de reconstruir aquello, la pareja trasladó en 1973 los relieves exteriores hasta el Instituto José de Figueiredo de Lisboa, institución que aún las conserva. Del resto se encargó el marchante portugués Manuel de Brito, que ayudó con la compra y la mudanza, adueñándose de las cuatro piezas en lugar de llevarlas hasta la Fundación Calouste Gulbenkian como estaba pactado. Tuvieron que pasar 45 años para que descansaran allí. Sucedió de forma temporal durante una retrospectiva que logró reunir dos centenares de objetos cubistas y modernistas firmados por Almada.
Otras dos placas interiores del Cine San Carlos llegaron a colgar un año más tarde del Museo Reina Sofía gracias a una muestra dedicada a las vanguardias lusas que orbitaron en torno al escritor Fernando Pessoa. Fugaz visita al Madrid que vio nacer aquellas obras; representaciones visuales que saltaban de un género a otro y quisieron demoler las jerarquías artísticas. En el lugar que ocupan los músicos del Teatro Kapital anidó un símbolo de la modernidad.
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