La excepción madrileña: la fiesta no muere ni en pandemia
Mientras media Europa cierra bares y discotecas, Madrid permite que abran con normas que favorecen los excesos
El dj apaga la música para dar un aviso. “Por favor, que todo el mundo vaya a su mesa y se ponga la mascarilla. Va a entrar la policía y hay periodistas fuera”. Republik es un club de música electrónica en el centro de Madrid, una de las pocas capitales de Europa donde la fiesta no ha parado. En el momento del anuncio por megafonía, hay jóvenes sin camiseta y sin mascarilla, bailando al ritmo que marca Juseph León. Sudor, gritos, espacio cerrado, gotículas flotando en el aire. Republik reúne los ingredientes para cocinar el virus.
En los baños hay sexo y pastillas, según un chico de 28 años que pide anonimato para no ser señalado. Describe la escena este sábado de puente de la Almudena en Madrid: “Me metí una pepa (pastilla de éxtasis) con otro en el baño. Electrónica, drogas y fiestas como en los tiempos sin pandemia”.
Los agentes de la Policía Nacional llegan con las sirenas activadas y entran en fila y con paso firme a las 20.22. Parece la escena de una redada contra un bar clandestino pero, contra todo pronóstico, la visita dura un abrir y cerrar de ojos, no hay multa y a los 15 minutos todo vuelve a la normalidad. “Nos ha entrado una llamada pero todo está en orden”, explica en la puerta una agente que recomienda a los curiosos no entrar porque parece un sitio poco ventilado. “Vosotros os hacéis responsables”.
La policía no puede hacer más porque Republik cumple con una orden de la Comunidad de Madrid del 14 de octubre que permite al ocio nocturno abrir sus puertas ateniéndose a unas condiciones que pueden ser trampeadas si no hay policía o chivatos. La pista de baile no se puede utilizar, los clientes deben estar distribuidos en mesas y el local debe cerrar a medianoche, cuando empieza el toque de queda. Una hora y media después, no tienen tanta suerte. Los agentes vuelven y, entonces sí, descubren los excesos.
Conforme se acerca el invierno, París, Berlín o Londres han cerrado su vida nocturna, pero la permisiva Madrid la ha trasladado a la tarde. Confía en que empresarios del ocio y ciudadanos que buscan diversión pueden comportarse con responsabilidad. En las calles del centro se mezclan durante el fin de semana familias de compras y jóvenes que van de bar en bar. Lo que antes se conocía como “tardeo”, ahora es la norma. Copas que empiezan en una terraza tras el almuerzo y que continúan en discotecas como Republik, en Malasaña, que abren a las 18.00, la hora a la que empieza la juerga que antes se reservaba para medianoche.
Las discotecas saben que se les vigila. Republik es una entre tantas que ofrece música de baile y desde el mes pasado también comida, una concesión extraordinaria de la Comunidad para que aumenten sus ingresos durante la pandemia. Independance, Teatro Gran Maestre, Chanoe, Kabaret 3.0, Avenue Madrid anuncian su oferta en redes sociales. Pero no es tan fácil entrar. Los porteros miran con recelo a los desconocidos y ponen excusas como que hay que reservar con antelación. Entre ellos comparten una lista negra de periodistas con sus fotos. Antes de que llegue la policía a Republik, hay en la puerta una cámara de televisión y varios reporteros que han oído que esta sala se salta las normas.
La gente avisa a la policía. Vencer al virus es un esfuerzo colectivo y duele que el sacrificio de muchos sea inútil por la irresponsabilidad de unos pocos. Unas jóvenes que ven a los periodistas delante de Republik dicen que van camino de la comisaría para denunciar al bar El Tigre del Norte, en el barrio de Chueca. Han salido espantadas porque no se respeta el aforo. Suena reggaeton y como no hay espacio la gente está de pie compartiendo mesas. Casi nadie tiene mascarillas.
“Me indigna porque yo estudio teatro musical y no nos quitamos las mascarillas ni para comer”, dice una chica de unos 20 años.
En tiempos normales El Tigre del Norte tiene un aforo permitido de 112 personas y ahora las normas de la Comunidad lo han reducido a la mitad. El bar tiene un portero para regular la entrada pero, aunque el espacio está abarrotado, deja pasar sin poner pegas. Desde la barra, un camarero ve a los recién llegados y les pregunta qué van a pedir. Al ordenar dos cervezas (seis euros) sirve de extra un plato a rebosar de lacón a la gallega, croquetas, patatas fritas y jamón. “Al fondo, al fondo encontráis sitio. Hay ventilación, tranquilos”, ordena levantando la voz por encima de la música y el griterío. Nada más lejos de la realidad. No cabe ni un alfiler.
Madrid confía en la eficacia de su estrategia contra el virus, tolerante con la hostelería, una “fórmula creativa” para salvar las vidas y la economía. El alcalde, José Luis Martínez Almeida, animó el viernes a consumir “cañitas” y la presidenta, Isabel Díaz Ayuso, dijo que era “impensable” cerrar la hostelería.
Muchos bares y restaurantes se esfuerzan por respetar las medidas, pero parece imposible poner ojos vigilantes en todos los negocios del sector en la Comunidad, que antes de la pandemia sumaban más de 31.000.
La policía no para de patrullar zonas de ocio. Por los bajos de Azca, el lugar de salida en la capital de miles de universitarios, pasa un coche de policía prácticamente cada media hora. Apenas hay ambiente en la calle. Muchas discotecas permanecen cerradas y casi todas las que están abiertas aseguran que tienen el aforo completo.
Una de ellas, Center Mambo Latino, tiene espacio. Dentro, una treintena de jóvenes toman sus copas de whisky y cachimbas en grupos de no más de seis personas, recostados en sofás. Al entrar, el portero toma la temperatura y ofrece gel hidroalcohólico. De vez en cuando la discoteca recuerda por megafonía que no se olviden de la pandemia: “Ayúdanos a protegerte. La dirección agradece tu colaboración. Gracias”.
Enfrente del Mambo Latino, un empresario de la zona come una hamburguesa en la puerta de su local. Se llama Chungki Ji, alias Juan, y se lamenta porque se está arruinando. Abre el Tokyo Bar Disco Pub solo porque necesita reducir pérdidas. Paga 2.000 euros de alquiler y hay noches como la del viernes en las que solo hace caja de 50 euros.
Según él, es mejor la fórmula creativa de Madrid que el cierre del ocio impuesto en otros países y las comunidades españolas de Asturias, Castilla y León, Navarra, Murcia, Galicia y Cataluña. “Si no, los jóvenes quemarán contenedores”, explica.
A las 22.50 un empleado del club Faces avisa de que se les ha colado la policía local. Demasiado tarde. Dentro hay 75 personas, muchas mezclándose en la pista de baile sin mascarilla. Los agentes desalojan la sala y multan a cinco personas que se niegan a ponerse mascarilla.
Cuando se acerca la medianoche se ven en Azca escenas típicas del amanecer. El borracho dando tumbos, la parejita pegándose el lote y las preguntas sobre dónde continuar la fiesta. Un grupo de tres jóvenes, de 19 y 20 años, termina sus copas en la terraza de un bar y se dispone a volver a casa. No conocen ninguna discoteca que siga abierta más allá de las 00.00 de forma clandestina, así que la única alternativa es averiguar quién convierte su piso en un after.
Ricardo, un estudiante de publicidad de 20 años, se va a casa. Dice que se toma el virus en serio. “Tengo dos familiares cercanos que han muerto y no me la quiero jugar”.
Sus amigos del colegio, Carlos, estudiante de Derecho y Finanzas, y Gonzalo, de Ingeniería de Datos, opinan como él. Les molesta el estereotipo de jóvenes egoístas e incívicos. Carlos calcula que solo un 5% se porta mal. Cuando el bar ya echa el cierre, un grupo de tres chicas se levanta de su mesa para animar a los chicos a ir a un piso en la plaza de Castilla. Hay división de opiniones.
Ahí es cuando unos son más responsables que otros.
Información sobre el coronavirus
- Aquí puede seguir la última hora sobre la evolución de la pandemia
- Así evoluciona la curva del coronavirus en el mundo
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.