Las antiguas imprentas reconvertidas en estudios de arte contemporáneo en Carabanchel
Los artistas coinciden en la subida de los alquileres en los últimos años de los locales que conservan los vestigios de las empresas de artes gráficas
Las calles de Nicolás Morales y de Pedro Diez en Carabanchel acogen más de una veintena de estudios de arte contemporáneo. Los edificios de ladrillo rojo, antes utilizados como imprentas, se han convertido en la última década en la cuna del arte madrileño. En la entrada de una de las antiguas fábricas aún se conservan los nombres de algunas de ellas, como la de Gráficas Maitea. Desde hace ocho años, la nave número seis está ocupada por cinco artistas que pagan 650 euros mensuales para trabajar en sus instalaciones. “Nosotros llegamos cuando el movimiento artístico estaba empezando. En nuestro edificio solo había un estudio y ahora hay ocho”, cuenta Julio Sarramián.
El riojano tenía un estudio en el barrio de Cuatro Caminos. “La mayoría vinimos a Carabanchel porque eran naves mucho más grandes y los precios eran más asequibles”, explica. Él y su compañera, Cristina Toledo, coinciden en que comparten uno de los locales más baratos de la zona porque antes no había tanta demanda. Pero, en los últimos años, el precio de los alquileres ha aumentado en uno de los distritos con la renta per capita más bajas de la capital (20.000 euros).
Entre las brochas, paletas y pinturas dispuestas en este amplio y luminoso espacio, aún quedan vestigios de la empresa de su propietario. Alberto Adán, de 67 años, cerró su imprenta hace nueve, cuando le quedaban dos para jubilarse. La industria empezó a no ser rentable con la comercialización de los ordenadores y las impresoras: “Llegó un momento en el que no merecía la pena. Gastaba más dinero en pagar las facturas de la luz y el sueldo de mis cinco empleados que lo que ganaba”. Al ser un recinto que no está a pie de calle, admite que, en aquella época, tuvo algunas dificultades para encontrar inquilinos. “Con la quiebra de las empresas gráficas, se perdieron empleos y servicios que se han ido recuperando con nuestra llegada”, dice Sarramián. Tanto él como Toledo viven en el centro, en Lavapiés y La Latina, aunque aseguran que encontrar un estudio de estas dimensiones a este precio en estas zonas es prácticamente inviable. Además del espacio diáfano, el recinto cuenta con un baño y una cocina.
El local conserva un archivador metálico en el que se guardaban las tipografías. También, la pila donde se lavaban las pantallas, que ahora usan los artistas para limpiar los pinceles, y el almacén. “Las instalaciones y la iluminación que tenía la nave nos iban muy bien”, explica Toledo, que conserva algunas de las diminutas piezas de metal de las letras de la antigua imprenta en un bote de cristal.
Los artistas suelen venir todos los días, incluidos los fines de semana, llegando incluso a invertir 12 horas diarias en sus creaciones. Julio estudió Bellas Artes en Salamanca. Desde 2004, se dedica exclusivamente al arte y expone en distintas galerías de la capital, como Herrerotejada. Toledo, en cambio, también es profesora en una academia de pintura. En su escritorio acumula botes de tinta china. La artista está preparando un libro de 200 ejemplares para un proyecto sobre la escena final de la película Cinema Paradiso (1988), basada en escenas de besos cinematográficos censurados.
Su compañero Arturo, hermano de Sarramián, que participa en una exposición colectiva en la galería Corner en Carabanchel, llegó a Madrid hace cinco años, tras acabar sus estudios en Alemania. En su mesa de madera, tiene varios lapiceros. Su trabajo se centra en técnicas como el grafito y el carbón. En sus obras se visualizan representaciones tecnológicas que construye a partir de residuos que se encuentra en la calle y que utiliza como fuente de inspiración. El joven guarda las placas base en sus cajones. Las estructuras arquitectónicas y espaciales de sus dibujos se componen a partir de elementos tecnológicos. De la pared y sobre una tabla de aglomerado cuelga un difusor de un ventilador de un ordenador con tonos negros y grises.
Frente a él, su hermano utiliza el óleo sobre lino. Su trabajo está relacionado con la naturaleza a través de imágenes asociadas al paisaje alpino y europeo. Sus creaciones tienen una estrecha relación con el mundo digital y los estudios topográficos sobre los modelos de la elevación del terreno. Él transforma el entorno en una imagen virtual con colores vivos y formas animadas.
Desde el gran ventanal de su espacio, se observan los patios de dos estudios más. A escasos metros, se encuentra el estudio de Davinia V.Reina, un local multidisciplinar que comparte con cuatro artistas desde 2014 y por el que paga 800 euros al mes. La joven coincide con sus compañeros de Nave 6 en la subida de los precios del alquiler en la zona: “A nosotros nos subieron el alquiler hace poco. Ahora mismo, encontrar un local de este tamaño aquí por lo que pagamos nosotros es imposible”.
La sevillana viene por las mañanas porque por las tardes trabaja en una agencia de publicidad, donde hace folletos para un supermercado. Parte de su trabajo, basado en la serigrafía, pasa por sentarse delante del ordenador, bocetear y proyectar lo que tiene en mente. Uno de sus proyectos, en los que utiliza una linterna para interactuar con un cartel con luces ultravioletas, se inspira en las referencias femeninas de arte gráfico de los años sesenta como Elaine Lustig Cohen. La diseñadora gráfica comparte edificio con una empresa de confección, de la que se oye el ruido de la maquinaria, una fábrica de cervezas artesanales, un bar y una vivienda particular.
“Cada vez hay más artistas y se están incorporando otro tipo de agentes culturales como galeristas y comisarios” admite. Uno de los últimos en llegar al distrito madrileño ha sido Fer Francés, que inauguró a principios de este mes una galería de arte en una nave de 1.200 metros cuadrados, que antiguamente, como pasa en los estudios, también ocupaba una imprenta.
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