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a mi bola
Columna
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Un hecho inusual

Todas las mañanas mi hijo le dice “buenos días” y todas las mañanas él no le responde. Llevamos así todo el trimestre.

Una madre acompaña a su hijo en el primer día de colegio.
Una madre acompaña a su hijo en el primer día de colegio.David Arquimbau Sintes (EFE)
Asaari Bibang

Por norma general, mi peque se levanta de buen humor. Ve encendida la luz pequeña del baño y sabe que ya me estoy vistiendo para llevarle al cole. Entonces veo su cuerpo menudo que se empieza a mover bajo las sábanas, a su lado, su fiel e inseparable amigo, Tiger, un tigre de peluche que debió heredar de alguien.

A veces oigo su vocecita, detrás de mí, con alguna pregunta curiosa nada más abrir los ojos, tipo: “Mami, ¿verdad que Miutu es la evolución de Miu?” Ocho de la mañana. (Las mamás y papás que estáis en edad de Pokémon sabéis de lo que hablo).

Otras veces, se hace el dormido y cuando le acerco la ropa se tapa la cabeza y me da un susto. Yo, por supuesto, finjo estar sorprendidísima. Al rato salimos de casa, a veces con patinete; otras, sin. La semana pasada le dio por ponerse gafas de sol y recordé que con dos añitos le dio por ir a la con su bufanda, en pleno mes de julio. Hay una foto preciosa de ese recuerdo.

Las mañanas parecen un déjà vu, en una coreografía perfecta de saludos de gente con la que te topas todos los días, en el mismo sitio, a la misma hora. Y aquí aparece el protagonista de nuestra historia: No sé su nombre. Sé que vive justo en la mitad de nuestro camino al cole. Es un señor de unos 80 años, bajito, tal vez no para su época, pero bajito. Tiene una mata de pelo canoso y está algo gordito. Siempre va muy bien vestido, con un bastón y cara de pocos amigos.

Estuve tentada a preguntar por él a una mamá del cole que vive justo en el portal de al lado, pero me aguanté, que no soy yo chismosa. La cuestión es que nos cruzamos con este señor todas las mañanas y todas las mañanas mi hijo le dice “buenos días” y todas las mañanas él no le responde. Llevamos así todo el trimestre.

Hace un par de semanas ya me cansé y hablé con el niño. Le dije: “Mira cariño, deja de saludar a ese señor, porque todos los días le saludas y nunca te responde”. Su respuesta me sorprendió. Me dijo: “Por eso le sigo saludando”. Y siguió con su “buenos días” todas las mañanas, al señor que nunca le responde.

Hoy hemos pasado por el mismo sitio a la misma hora de siempre. Sin gafas, sin cartas de Pokémon y sin patín. Un dulce “buenos días, señor” nace de la vocecita de este niño que nunca se rinde. Sigue a su paso sin esperar nada a cambio y después de casi tres meses…

El señor malhumorado devuelve un “buenos días” con una sonrisa cómplice que es como un suspiro. Mi hijo va dibujando las letras minúsculas en el aire. Y yo le miro orgullosa porque, en contra de mi consejo, él nunca lo dio por perdido.

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