‘Superpoli del centro comercial’ | Malditos patinetes
En el ámbito de la crianza, el patín es como un apartamento de compra en la playa. Cuando lo disfrutas está muy bien, pero cuando no lo usas es una carga horrorosa


Cualquier peatón que camine por una ciudad lleva años odiando los patinetes eléctricos y, sobre todo, a los descerebrados kamikazes que los conducen poniendo en peligro a toda la población. Pero si tienes hijos, este odio sobre ruedas se amplía con una carpeta especial dedicada a los malditos patinetes infantiles. (Los que aún tenéis niños pequeños no penséis que esta columna exagera, ya os llegará dentro de nada).
Igual que los adolescentes empiezan a fumar porque otros lo hacen, tus hijos ven a niños por la calle que se desplazan grácilmente sobre un patinete y al momento ansían uno. En la inocencia de los primerizos, tú compras un trasto que se vea bueno, sólido, resistente y aerodinámico. Pero quizás a tus hijos no les encaja porque querían uno de La patrulla canina o de los bichos que estén de moda en ese momento. (Y por supuesto, cuando se cansen de la serie y crean que es “de pequeños” ya no verán con tan buenos ojos su patinete temático).
En el ámbito de la crianza, el patinete es como un apartamento de compra en la playa. Cuando lo disfrutas está muy bien, pero cuando no lo usas es una carga horrorosa.
Si nuestros hijos lo utilizan con ilusión y en desplazamientos largos, nos evita oír cómo se quejan con el taladrante “estoy cansado, ¿cuándo llegamos a casa?”. Y eso es un gran qué. Pero este entusiasmo desaparece y, de repente, te encuentras tú cargando con el trasto, que ha aparecido en tu mano con una rapidez y disimulo que ni el Mago Pop. Y entonces ese modelo tan sólido de metal que era el mejor para tu prole ya no te parece tan buena idea. Lo puedes llevar al hombro como si fueras un segador, irlo cambiando de mano en mano, o arrastrarlo mientras caminas tú, torcido a lo Torre de Pisa… sea como sea, molesta y cansa.
Y no te cabe en la mochila, ni en la mayoría de los casos lo puedes dejar atado en ninguna parte, porque muchos patinetes no tienen ningún hueco para colocar un candado. Así que al final el que acaba quejándose de “estoy cansado, ¿cuánto falta para llegar a casa?”, eres tú.
En algún momento de estos paseos agobiantes, alguna de las ruedas se torcerá, o se subirán dos críos y lo reventarán, y llegará el momento de tirarlo. Con optimismo pensarás que ya está, que te has librado del trasto. Pero no, tocará comprar otro nuevo y más grande porque los niños ya han crecido desde que compraste el antiguo.
Y puestos a elegir, querrán subir de categoría como los mayores y tener un monopatín, o una de esas plataformas con batería que se mueven con una oscilación de los pies… o ya directamente el segway del Superpoli de centro comercial. Lo que sea con tal de no andar…
Paciencia… y comprad el más barato, que el patinete irrita, pero peor sería llevar a nuestros hijos a caballito.
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