Una mujer cómica y anacoreta con ansias de libertad
“Las cómicas saldrán sin miedo y estarán al lado de los hombres”, revindica la leyenda de La Baltasara al destapar la verdad sobre su huida a una cueva en Cartagena
“¿Me seguirán llamando la divina Baltasara?”, se pregunta mientas se ríe a carcajadas la actriz, ataviada con unos trapos blancos. Pepa Zaragoza, que interpreta a la cómica, rememora su pasado en los escenarios de los corrales de teatro del siglo XVII. Ninguno de sus amantes la conocía por su verdadero nombre. “¡Mendigaban mucho más que coplas!”, lamenta Ana con vehemencia. Un pequeño altar con una campana y una cruz preside el escenario del Teatro de La Comedia, donde se destapa la verdad de su huida a una cueva en Cartagena en busca de libertad.
La leyenda cuenta cómo la mujer abandonó el corral de La Olivera en Valencia, indignada por los rumores de su retirada. Sus admiradores aventuraron la razón de su huida. En aquella época, se decía que había sentido la llamada de Dios. Pero, con tanta fuerza como sensibilidad, la obra escrita por Inma Chacón, ahonda en los verdaderos motivos de su liberación. La dramaturga atribuye su decisión al hartazgo de tener que estar siempre perfecta y soportar que los hombres tuvieran el derecho a acosarla.
Las mujeres del Siglo de Oro español empezaron a subirse a los escenarios y a crear compañías como directoras y autoras. La Baltasara era una de ellas, pero no todas podían hacerlo. “O casada, o viuda, o bajo la tutela del padre”, protesta la cómica sobre el escenario, en el que la acompaña su marido Miguel, interpretado por el músico y actor Nacho Vera.
Muchas mujeres cómicas de la nobleza se retiraban a conventos a modo de jubilación para poder estar “tranquilas”, según desvela la creadora de la obra. “¡No quiero ser santa!”, repite La Baltasara mientras remueve con furia el agua de una benditera. No se les podía enterrar en sagrado. Antes, tenían que dejar su vida libre de pecados porque la Iglesia quería prohibir el teatro y los bailes. “Aléjate de la lujuria y la soberbia”, le decía el cura con el que se confesó, obligada por su padre, cuando era pequeña.
Tras un trágico episodio, la cómica describe con pasión sus días de gloria en el anfiteatro, acompañada por la melodía de un órgano, un ukelele y una armónica. La actriz interpreta a un caballero de la corte con un chaleco de cuero. “Ella era famosa porque hacía papeles de hombre”, revela su intérprete.
El monólogo surge de la necesidad de hablar de ellas, las cómicas, más allá del escenario. El discurso transcurre a través de una sutil combinación de la comedia y el drama de la vida de la protagonista. Se encierra en el camerino y se maquilla frente al espejo, decorado con bombillas que desprenden una luz estridente. “La imagen glamurosa de las actrices nada tiene que ver con la artesanía de nuestro oficio”, defiende Zaragoza.
Con sus pies descalzos y al son de una zarabanda la cómica articula los últimos versos de su carrera: “Aquí está la Solimana del Solimán del Oriente”. En las paredes de la sala se proyectan las sombras de su figura, que da vueltas con un vestido de volantes. La protagonista acaba en el suelo.
El eco de la voz de la protagonista resuena entre la penumbra de la sala. La actriz relata los versos de la obra Fuenteovejuna de Lope de Vega, mientras intenta contener las lágrimas. Su decisión le obliga a desquitarse de lo que más ama, el teatro. Es el precio que debe pagar por su libertad: “¿Qué culpa tenemos nosotras de los deseos que despertamos?”.
Cuatro siglos después, la leyenda de la cómica sigue siendo de rabiosa actualidad. La Baltasara fue vapuleada por los hombres de su época. “Fue una mujer sometida a las fuerzas de su tiempo, que, desgraciadamente, son muy parecidas a las de ahora”, declara su director Chani Martín. Pepa Zaragoza simpatiza con la protagonista: “Por ser mujer y dedicarme al mundo del espectáculo, he sentido que debía justificar que era una buena chica, decente y respetable”.
La actriz coloca su atuendo en el suelo y se despide. “Las cómicas saldrán sin miedo y estarán al lado de los hombres”, sentencia con intensidad tras cerrar las puertas de un confesionario. La Baltasara vuelve a sentir el calor del público. Esta vez, tras contar su verdadera historia.
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