Sabatini: el arquitecto del rey cumple 300 años
El Centro Cultural de la Villa celebra al siciliano que hizo del Madrid de Carlos III una monumental capital europea
El recién entronizado Carlos III puso a prueba a su arquitecto con un primer encargo. Fogueado en el barroco napolitano, Francisco Sabatini (1721-1797) debía demostrar en cuestión de meses si era merecedor de una plaza en la corte que también codiciaba su maestro Luigi Vanvitelli, todavía dedicado a las obras del Palacio de Caserta (Italia), de las cuales el rey nunca quiso apartarle. De modo que Sabatini aprovechó su llegada a Madrid para esculpir en mármol la prueba de que abordaría los retos de su majestad como si fuesen propios. Para el sepulcro de Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza, en el Convento de las Salesas, diseñó a unos geniecillos que aún hoy custodian dos esferas del mundo unidas bajo la corona. Utilizado desde los Austrias, el símbolo parecía anunciar aquí una revolución, la de la capital del imperio en el que nunca se ponía el sol.
Sabatini comprendió rápido la transformación de aquel Madrid insalubre y provinciano que Carlos III se prometió acometer. Desde sus inicios en 1760, el nombrado como mariscal de campo acomodó su arquitectura a los valores del Borbón. Para ello no solo acudió a su experiencia en Roma y Nápoles —donde había residido a lo largo de una década que le brindó importantes obras, como la ampliación de la Fábrica de Armas de Torre Annunziata—, sino también al conocimiento de una nutrida biblioteca con la que solía viajar a cuestas. La Puerta de Alcalá, el Hospital General (actual Museo reina Sofía), la Aduana (hoy sede central del Ministerio de Hacienda) o la conclusión del Palacio Real son algunos de sus trabajos más monumentales, pero el siciliano asumió además tareas de planeamiento que ahora desempolva una muestra en Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa, Madrid.
En El Madrid de Sabatini. La construcción de una capital europea, los comisarios José Luis Sancho, Ángel Martínez y Pablo Vázquez demuestran cómo el motín de Esquilache de 1766 alteró la política urbana. El rey y sus ministros decidieron a partir de esa fecha intervenir también en la periferia de la capital. Reformando su muralla y accesos, como las puertas de Alcalá y San Vicente, iconos de todo un plan de ajardinamiento y paseos urbanos, desde el Palacio Real hasta el Prado, que apaciguara los tumultos populares. Un poder ilustrado con tics despóticos al que la muestra pone cara con siete óleos de primera magnitud. Entre ellos se encuentra el formidable lienzo de Carlos III con escopeta y a los pies de la sierra madrileña, obra de Goya, o el retrato anónimo de Sabatini prestado por la Accademia Nazionale di San Luca, Roma.
En 1761, el siciliano redactó las Instrucciones de alcantarillado, empedrado y limpieza de la corte, un plan que sistematizaba la instalación de desagües de aguas mayores y menores en las viviendas, canalizaciones y pozos negros, así como pavimentaciones de aceras que dignificarían Madrid. Con el mismo propósito de higienización, proyectó junto a la calle de Atocha un nuevo Hospital General. Según el comisario Sancho, investigador adscrito a la Dirección de Inmuebles del Patrimonio Nacional, se trataba de “un proyecto tal vez demasiado ambicioso para aquella época de hambrunas”, causadas por la subida del precio del pan tras la liberalización del comercio de cereales en un año de cosechas paupérrimas. Sabatini asumió la obra del hospital en 1769, pero esta se prolongaría más allá de su muerte.
Un centenar de dibujos preparatorios del arquitecto y planos originales o reproducciones ampliadas cuelgan en el Fernán Gómez. Complementados por reconstrucciones gráficas en tres dimensiones de inmuebles malogrados. Como el Palacio de los Secretarios de Estado, residencia del conde de Floridablanca —hasta su caída en desagracia por las acusaciones de traición al rey— que se levantaba junto al actual Senado y cuyos restos emergieron en 2019 durante unas obras en la calle de Bailén. Quizá sea la Academia de Caballería de San Gil o Leganitos, demolida entre 1906 y 1910, el mayor costurón que un edificio de Sabatini haya dejado en Madrid. Su desaparición está en el origen de la Plaza de España, como diserta Sancho. “Hemos querido incluir algunas de estas obras que se perdieron en el curso de la historia, pero que de algún modo siguen presentes en la ciudad”, tercia.
Otro ejemplo traído a colación por el comisario: cuando Carlos III decidió abrir el Retiro al público, Sabatini dio forma al primer cerramiento decorativo del parque, entre la Puerta de Alcalá y el lugar en el que desde 1840 se alza un obelisco a los héroes del Dos de Mayo. A tal efecto hizo uso de unos pilares de piedra, rematados con floreros, y la verja de hierro que hoy cerca el Casino de la Reina, en la Ronda de Toledo. Allí se trasladó durante los primeros compases del siglo XX, cuando el arquitecto José Urioste modificó el enrejado del Retiro, disponiendo además puertas monumentales a lo largo de su perímetro. “Sabatini ha tenido mala fama, en teoría por desplazar a Ventura Rodríguez y eclipsar a Juan de Villanueva, que por decisión de Carlos IV le acabaría sustituyendo en 1781 como encargado del Real Sitio. Pese a sus tensiones, los tres arquitectos colaboraron”, opina Sancho.
Prueba de ello es el Paisaje de la luz, cuyo reconocimiento como Patrimonio Mundial adquiere, si cabe, mayor significado por coincidir con el tricentenario del nacimiento de Sabatini. “El llamado Salón del Prado es una mezcla de firmas que permiten entender la arquitectura como un conjunto de relaciones, y no solo de grandes nombres, por mucho que Sabatini se empeñase en hacer de menos a los colaboradores”, plantea Sancho. Lo cierto es que los planos longitudinales del paseo son obra de José de Hermosilla, mientras que fue Ventura Rodríguez quien proyectó las fuentes de Cibeles, Neptuno y Apolo. La presencia de Sabatini se hace notoria en la Puerta de Alcalá, el Hospital General y un Real Jardín Botánico que tenía por objetivo vigorizar la política científica de todo el país. Su laboratorio químico, sin embargo, nunca trascendió el papel.
“El espacio público, entendido como un mecanismo de gobierno, se convirtió en un asunto de Estado con Carlos III, gracias también a la mano de Sabatini”, apunta el comisario. Por primera vez, se introdujeron en el planeamiento nociones de buena vida. Aunque tal cambio de mentalidad no pudo aplacar los tétricos ecos de un Antiguo Régimen que a menudo se manifestaba mediante procesos inquisitoriales. Se diría que el del indiano Pablo de Olavide, permitido por el monarca para castigar a su intercesor (el conde de Aranda), retrató el poder de la reacción y los puntos ciegos de la Ilustración en España, según reconstruye una investigación del catedrático de Historia Moderna José Luis Gómez Urdáñez. Las luces, a fin de cuentas, coexistían con la sombra.
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