Relación tóxica de alto voltaje
No entiendo cómo ha pasado ni tampoco qué significa exactamente que el megavatio por hora empiece a costar una quinta parte del salario mínimo actual
Desbocado. Disparado. De récord. Destroza. Pulveriza. Las catástrofes vienen con su propio vocabulario y cada día asistimos a una nueva formulación del titular que viene a decir que vivir es más caro que el día anterior. Hay una carrera, unos caballos enloquecidos que se llaman megavatios, y jornada tras jornada, hora a hora y en riguroso directo, sabemos cuál es su precio. Y como en las carreras de caballos, ya hemos empezado incluso a hacer apuestas mientras sentimos con horror que se nos está yendo de las manos. Escribo esto y el precio de la luz está en sus máximos: 188,18 euros. Entre risitas nerviosas, porque en este país incluso al mayor drama debemos añadirle un punto de cachondeo, alguien dice en el metro: “No si aún llegamos a los 200 hoy”. Y yo siento que sí, que se nos está yendo de las manos y que al mismo tiempo no entiendo cómo ha pasado ni tampoco qué significa exactamente que el megavatio por hora empiece a costar una quinta parte del salario mínimo actual.
La verdad, y no me da vergüenza admitirlo, es que no entiendo el mercado eléctrico. No entiendo por qué al subir el gas sube el precio de la luz; no entiendo cómo es que si sopla un poco de viento mi factura de pronto es más baja; no entiendo por qué las nucleares ahora dicen que a lo mejor cierran porque tienen pérdidas (¿cómo vas a tener tú pérdidas si soy yo la que paga?); ni tampoco entiendo un Gobierno que pide a unas empresas un poco de “empatía social” como si una eléctrica fuera una ONG. Que, si lo fuera, no resultaría tan interesante a la hora del reciclaje político.
Confieso que no lo entiendo y sé que no soy la única. Si ahora mismo tecleas en el buscador de Google las palabras “por qué” los primeros resultados que te sugiere es “por qué sube la luz” y “por qué sube el precio de la luz”, que es la variación un poco más completa del mismo sentimiento de estupefacción.
No entiendo el mercado eléctrico, pero sí entiendo la ansiedad. Entiendo ese sentimiento de angustia dentro de ti que cae gota a gota, lentamente hasta formar un charco, cada vez que lees el titular de una nueva subida récord. Entiendo cuando dices “la lavadora mejor mañana”, porque sabes que hoy está en sus máximos como también sabes que mañana puede ser aún más caro.
Entiendo cuando a ese sentimiento se le suma además el cálculo mental de las franjas horarias, sí, esas que llegaron antes de los caballos desbocados de los megavatios y que ya nos torturaban con sus horas pico y hora valle. Y entiendo el cabreo. Sobre todo, entiendo el cabreo por saberse en medio de un chantaje, una relación tóxica entre Gobierno y eléctricas que tenemos que seguir pagando hasta que lleguen a algún acuerdo. Resulta que, si cae un poco de agua del cielo, el precio de la luz baja. A lo mejor es hora de recuperar viejas costumbres y volver a la danza de la lluvia.
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