El niño afgano de Torrejón
Nadie sabe ahora en qué ciudad acabará el pequeño que llegó a España en un avión militar la madrugada del jueves
Hace un mes, este periódico publicó un reportaje encantador firmado por Cristian Segura: contaba la segunda parte de la historia de una familia afgana, los Yussefi, compuesta de padre, madre y dos hijos pequeños. Tras malvivir con lo puesto durante un año y medio en un campo de refugiados de Grecia (a veces en una tienda de campaña), los Yussefi acabaron, por carambolas de la burocracia europea, en Frankenthal, una localidad alemana de 48.000 habitantes de la que no habían oído hablar jamás. Cuando salieron de su país aspiraban a alcanzar una ciudad de habla inglesa como Londres, pero el destino o la lotería que rige estas cosas decidió algo distinto. En el reportaje, el padre contaba que al principio lo pasó mal en esa ciudad pequeña, que el clima lluvioso, la falta de sol, el idioma y la ausencia absoluta de conocidos se le hicieron cuesta arriba, que a veces le pudo el desánimo y la melancolía. Pero al final la vida se abrió paso. Por ejemplo: el niño mayor, de ocho años, se iba acostumbrando al nuevo colegio y ya tenía amigos. El reportaje terminaba con los Yussefi asomados a la ventana de su nueva casa, diciendo que querían quedarse para siempre en Alemania, en la ya no tan desconocida Frankenthal.
El jueves pasado, a las cuatro y media de la mañana, aterrizó en Torrejón el primer avión con refugiados afganos procedentes de Kabul. Los casi 50 evacuados bajaron casi en fila india, cansados y aturdidos. Entre ellos había un niño de traje marrón que, calculo, debía de tener la misma edad que el hijo mayor de los Yussefi. Caminaba por la pista de aterrizaje agarrado a la mano de un hombre, supongo que su padre, y miraba, con cierta desconfianza pero con decisión y curiosidad, hacia delante. Los afganos acogidos en Torrejón estarán 72 horas en un campamento improvisado en la misma base para sacudirse el cansancio y la tortura de la traumática salida. Después, permanecerán seis meses en centros o pisos sufragados por el Estado repartidos por toda España a fin de aprender a encajar en un país que les ha caído de rebote.
Entre ellos había un niño de traje marrón de la misma edad que el hijo mayor de los Yussefi. Caminaba por la pista de aterrizaje agarrado a la mano de un hombre, supongo que su padre.
No sé en qué ciudad española acabará el niño afgano de Torrejón. Tampoco él. Es el destino (o la lotería) el que determina esto. Pero sea la que sea, espero que dentro de unos años, cuando publiquemos el reportaje de su aventura, contemos que la vida, como en el caso de los Yussefi, se ha abierto paso. Que está feliz, que le gusta su colegio y que tiene amigos, que recuerda con extrañeza pero sin amargura la noche en que llegó en un ruidoso avión militar a un lugar que no había visto jamás.
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