Leo Sidran pone música al arte del buen conversar
El jazzista neoyorquino, fijo del Café Central desde 1998, regresa en octubre tras fallar a su cita de 2020 por culpa de la covid
Ante todo, sinceridad. Si uno de los músicos más brillantes de la escena jazzística estadounidense publica un disco titulado El arte de la conversación, ¿cómo no sucumbir a la posibilidad de entablar una charla con él?
Con Leo Sidran, de 44 años y domiciliado en Brooklyn, casi todo se rige por los patrones de la excepcionalidad. Comenzando por el hecho mismo de que este intercambio de pareceres transcurra en castellano, una circunstancia insólita entre artistas angloparlantes. Pero Sidran estudió en España de jovenzuelo, se enamoró de la lengua y cultura del país y presume de haber actuado en Madrid y Barcelona, consecutiva e ininterrumpidamente, todos los años desde 1998. Somos su segundo hogar; hasta que llegó la covid, claro, y en 2020 no nos cursó visita. En el Café Central ya le han reservado tres fechas para presentar este The art of conversation en octubre, así que vuelve a respirar tranquilo. “He seguido cómo en España se reivindicaba la cultura como un bien social, se abogaba por la reapertura de teatros o salas de conciertos”, anota. “Si en Estados Unidos defendieras con esa vehemencia el hecho cultural te mirarían como si estuvieses loco. ¿Cómo no sentir cariño por vuestro país?”.
Sidran, admitámoslo, es extrovertido y buen conversador casi desde la cuna, pero su fascinación por el arte de la palabra se acrecentó a raíz de que en 2014 se embarcara en la emisión de un podcast, The third story, con entrevistas en profundidad a grandes músicos, una aventura de la que ya acumula dos centenares de entregas. “Esta experiencia me ha hecho comprender que las buenas conversaciones son arte, porque combinan técnica y un don. El podcast no solo me ha hecho mejor entrevistador, sino mejor compositor”. Incluso ha inducido algunas de las nuevas páginas que ahora presenta. Fue Adam Levine, líder de Maroon 5 y artista en teoría muy alejado de sus parámetros estilísticos, quien le descubrió a la dibujante y maestra de Wisconsin Lynda Barry, autora de un manual sobre la inspiración titulado What it is. “Lynda aboga por la creatividad como una práctica cotidiana. La conocí por casualidad y le enseñé un dibujo que acababa de pintarrajear mi hija. Ella fue quien me dijo: ‘Esas líneas encierran una canción’. Y era verdad. Se titula This is night in Brooklyn y figura en el nuevo elepé”.
La charla más extensa y relevante de Sidran, con todo, no se encuentra disponible en ningún podcast. Entre otras cosas, porque no habría plataforma con capacidad suficiente para alojarla. Es la que mantiene “desde hace 40 años” con su padre, Ben Sidran, y que aún hoy “sigue abierta e inconclusa”. No es para menos: Ben (Chicago, 1943) figura entre los cantantes y organistas más prolíficos e influyentes del jazz estadounidense del último medio siglo, además de haber fundado un sello discográfico esencial, Go Jazz, para el que grabaron luminarias como Georgie Fame, Lucky Peterson o Phil Upchurch.
– ¿Y en qué punto se encuentra esa conversación?
– Hemos atravesado por fases muy diferentes. Cuando empecé a trabajar con él como músico, yo andaba por los 22 años y le veía como un señor veteranísimo. Ahora que me acerco a la edad que él tenía entonces, me siento en pleno proceso de aceptación. Papá y yo nos hemos vuelto compañeros y amigos en todo, en la música y en la vida. Discutimos, rivalizamos, nos aceptamos y, sobre todo, nos admiramos. Él se hace cada vez más mayor, por suerte, y la conversación se ha vuelto en estos últimos meses, inevitablemente, cada vez más existencial.
Fue el propio Ben, de hecho, quien sugirió el título de The art of conversation para un álbum que hasta entonces iba a bautizarse como otro de los cortes, Trying times (Tiempos de prueba). Pero la nueva denominación no solo entroncaba mejor con el carácter reflexivo de esta era pandémica, sino que servía como guiño evidente a Michael Franks, cuyo álbum más célebre es The art of tea (1976). Con la peculiaridad adicional de que el anterior trabajo de Leo Sidran, Cool school (2018), era, precisamente… una colección de versiones de Franks.
“Quería hacer un disco por completo propio, pero a sabiendas de que mucha gente se había interesado por mí a partir del elepé anterior”, admite Leo. De ahí que aceptara de buen grado ese guiño al franksismo, un músico con el que comparte no pocas coordenadas: esa voz cálida y frágil, pop de hechuras exquisitas, instrumentaciones refinadas, algún que otro deje brasileño… “Franks ya formaba parte de mi lenguaje antes de que le homenajeara, pero después de haber caminado 100 millas dentro de sus zapatos me he quedado con una parte de él”.
Y entre las conexiones con el autor de El arte del té también se encuentran, sin duda, la bonhomía, la mirada limpia y bienintencionada, la confianza en el prójimo. Llama la atención que The art of conversation suene tan luminoso, estimulante y feliz pese a haberse concebido y grabado durante la pandemia; en plena soledad acongojada del confinamiento, con los escasos colaboradores grabando sus aportaciones desde la distancia. “Pero pese a todo el terrible bagaje de incertidumbre, pena, miedo y pérdidas de vidas”, reflexiona Leo, “también tuve la ocasión de disfrutar como nunca de la vida casera: mi mujer, mi hija, mis instrumentos, mi tiempo. De celebrar que seguíamos vivos en un momento histórico que nos hacía más cercanos y solidarios, que reforzaba nuestra condición de seres esperanzados”. ¿Asumimos realmente, en ese caso, que la pandemia nos ha hecho mejores personas? “Uf”, se sonríe Sidran. “Quiero pensar que siempre subyace un trasfondo optimista en el ser humano. Y no olvidemos que, de no ser por el coronavirus, puede que Trump hubiera sido elegido una segunda vez…”.
En esas sigue Leo Sidran, ya le ven: mejorando cada día como conversador y músico; crítico con el mundo, pero esperanzado de cara al futuro. Incluso satisfecho con su último elepé y cómodo en su pellejo; él, que siempre se había caracterizado por azotarse con un feroz nivel de autocrítica. “Sucede que yo generé muchas expectativas desde muy joven”, se sincera súbitamente. “Steve Miller estaba grabando composiciones mías cuando yo tenía solo 15 años. Parecía llamado a convertirme en alguien excepcional, y eso era un peso y un sufrimiento. Cuando me salieron las primeras canas pensé: Ya no soy tan joven. Y me resultó muy liberador. Aunque no haya sido tan famoso como se esperaba”.
– Por ir finalizando, Leo. ¿En qué anda embarcado su padre ahora?
– Vamos a pasar unas semanas de vacaciones juntos en Wisconsin y hemos reservado unos días de estudio para grabar en formato de trío, con Billy Peterson al contrabajo y yo mismo en la batería. Me gustaría una cosa con mucho blues, swing y espacio, un poco a la manera de Ahmad Jamal. Pero no lo diré muy alto, porque con mi padre nunca se sabe.
– ¿Y qué tal nota se concede en el arte de conceder entrevistas?
– Siento que todavía no lo domino, que quizá sea mejor en la faceta de entrevistador. Me gusta esa sensación de estar esbozando un pensamiento por primera vez, de no incurrir en las respuestas de siempre. Pero no dejas de estar formulando en público una idea nueva. Y eso, uf, también tiene mucho peligro…
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