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Estación en curva
Columna
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Los pequeños madriles

La ciudad vuelve a vivir lo que tanto necesitaba en el mes que más disfruta

Madrid
La Catedral de la Almudena de noche
Antonio Ruiz Valdivia

Apabullante, dramático, arrollador, grandilocuente, barroco, ciclotímico, abrasador. El Madrid electoral va desvaneciéndose o, por salud mental, se va acallando en la cabeza de muchos ciudadanos. Agotamiento en diferido del 4-M, demasiada intensidad. Y decae también el estado de alarma en ese mayo que tanto adora la ciudad. En plena vacunación, la gente quiere sentimientos antifiloménicos y sacar de los cajones las camisetas y los pantalones cortos. Vivir.

Ese pequeño Madrid del que nos habíamos olvidado y que aparece de nuevo en estas tardes infinitas. El de la gente que se sienta en el muro de la calle del Factor y se arremolina en la colina para ver la Almudena y ese sur tintineante, el que sale a los balcones con una copita en la mano para hablar entre vecinos en la calle Latoneros, el que se atisba al acabar la calle San Nicolás con la plaza de Ramales para observar de fondo el hotel Riu de Plaza de España bien de neones.

Necesitamos cosas pequeñas. Poder pararnos entre Caballero de Gracia y Virgen de los Peligros para desear ese ático con terraza esquinera con pinos, enredaderas, palmeras y hasta torre. Pasar por la calle de San Onofre al olor del horno. Correr por la Gran Vía llena de carteles con abanicos por San Isidro. Tener tiempo para sentarse al borde de la fuente de la plaza de la Provincia y mirar el agua que se escapa hacia la calle Imperial. Seguir la estela de los skaters en la plaza de Colón. Votar internamente si la mejor minúscula calle es la del Cordón o el pasaje del Obispo. Que entre en la terna también el pasadizo del Panecillo.

Déjennos disfrutar de nuestros pequeños madriles

Esos micromadriles que se hacen nuestros. Los de pararse en las puertas de la galería Travesía Cuatro para intuir la nueva exposición, los de ir despistado por la calle San Nicolás y que te despierte de tu ensimismamiento un saludo de Leandro Cano, los de cruzar a primera hora en silencio la plaza de las Comendadoras, los de sortear las obras de la Cuesta de San Vicente para ir a intuir el río, los de quedar para el vermú en Vallehermoso, los de pasarse toda la tarde de arriba a abajo en la Academia de San Fernando, los de caminar sin ruidos desde Moncloa hasta la Ciudad Universitaria, los de cruzar el puente del Rey sin pensar el destino, los de descubrir el mundo entero en Mesón de Paredes.

Porque la vida también va de esto. De quedarse un rato hablando a la salida del teatro Lara, de quemarse un poco la nariz al mediodía en Pintor Rosales, de rebuscar con sorpresa en la Cuesta de Moyano, de cotillear a los turistas que salen del Four Seasons, de curiosear frente a la reforma del palacio de Villagonzalo, de sentarse en un banco en Pontejos, de acariciar el verano en las alpargaterías de la calle Toledo. Déjennos disfrutar de nuestros pequeños madriles. Los necesitábamos.

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