Josete Ordóñez, la insaciabilidad del eterno escudero
El guitarrista madrileño, codiciado por grandes figuras, hermana en ‘Transeúntes’ la música instrumental con su pasión por el cómic y el cine mudo
Puede que el nombre les haya pasado desapercibido. Resulta casi imposible, en cambio, no haber escuchado su guitarra en más de una ocasión. Llega el momento de descubrir a uno de los grandes subalternos de la música popular española, por mucho que a él se le atraganten los protagonismos. Y qué mejor oportunidad que esta, cuando uno de sus infrecuentes trabajos solistas, Transeúntes, nos sirve para retratar no solo a un músico virtuoso, sino también a un amante apasionadísimo del cine mudo y hasta a un sobrevenido autor de cómics, una faceta creativa –cómo son estos artistas– que él mismo jamás había imaginado ni desarrollado hasta ahora.
Nos hemos citado con Josete Ordóñez, uno de los músicos de estudio y directo más piropeados y requeridos en el circuito español durante las tres últimas décadas. Ejerce como brazo derecho instrumental de luminarias del pop (Manolo García), grandes damas de la melodía aflamencada (Rosario, Lamari, Pasión Vega), bardos venerables de la canción (Amancio Prada) o el folclore (Eliseo Parra) y versos libres tan inclasificables como La Shica. Sin embargo, son muy contadas las ocasiones en que este madrileño del 63 orilla su faceta de subalterno, cómplice y cooperador necesario para dar un paso al frente y colocarse en en ese epicentro del escenario al que apunta el foco principal. “Serán las cosas del pudor”, se sonríe este músico de perilla entrecana y mirada azulísima que ahora, venciendo sus reticencias hacia la primera persona, transige en hablar (un poco) de sí mismo.
Los dueños de cierta memoria histórica recordarán a Ordóñez revolucionando la música acústica e instrumental española en los primeros años noventa a bordo de Elementales, el proyecto que compartía con Enrique Valiño, antes violinista de La Romántica Banda Local. Integraban un tándem original, insólito, avanzadísimo, a medio camino entre el folk y las nuevas músicas: unos perros verdes que lograron legar tres discos espléndidos, hoy inencontrables, antes de esfumarse para siempre.
Me canso enseguida de mí mismo y me siento muy a gusto aprendiendo de otros, ejerciendo de escudero.Josete Ordóñez
A partir de ahí, a la guitarra prístina, ecléctica y aflamencada de Josete nunca le han faltado pretendientes. “A veces pienso que no he reservado energía suficiente para mis propias historias”, se sincera, “pero me canso enseguida de mí mismo y me siento muy a gusto aprendiendo de otros, ejerciendo de escudero. A veces he pensado en abandonar alguno de los proyectos, en concederme más tiempo, pero me enriquecen demasiado”. Y se detiene antes de exclamar, entre risas: “En materia musical soy insaciable, un promiscuo incorregible”.
De vez en cuando, sin embargo, el teléfono se sosiega y Josete encuentra hueco para ordenar todas esas melodías, “siempre luminosas y un punto melancólicas”, que se le van amontonando en la cabeza y las notas de voz. Las nueve que confluyen en Transeúntes, su cuarto elepé, fueron cobrando forma a lo largo de 2019, justo antes de emprender junto a Manolo García la gira Acústico, acústico, acústico. Y nacieron, pese a la naturaleza instrumental de las composiciones, casi como si de un trabajo conceptual se tratase.
“Me surgió la idea de que todos somos transeúntes, pasajeros fugaces, y que debemos aprovechar al máximo este rato que nos ha regalado la vida”. El novelista Fernando Marías, buen amigo suyo, le insistió en que había acertado con un buen título. Y a partir de ahí, su cabeza se convirtió en hervidero. “Escribí todo antes de la crisis del coronavirus”, confirma. “De hecho, cuando sobrevino la tragedia y el confinamiento, decidí que no quería componer nada. Prefería no dejar reflejo de tanta angustia, de nuestro estado anímico. Soy absolutamente vitalista: mi postura es la de que no nos fijemos solo en el caos, porque la propia pandemia también es una transeúnte”.
Con todo, en Transeúntes se desliza a modo de coda una última pieza junto a la Orquesta Sinfónica de Euskadi, In cubiculum, compungida e inspirada en los peores momentos de incertidumbre y reclusión. Los demás cortes beben de la fascinación de Ordóñez por el cine mudo, que ya había aflorado en su anterior trabajo en solitario (Objetos perdidos, 2014) y ahora se traduce en alusiones a Frankenstein, Jean Cocteau, Buster Keaton o Maria Falconetti, la actriz francesa que encarnó a Juana de Arco.
“Al principio veía aquellas películas como objetos fantasmagóricos”, relata. “Sus personajes me parecían meros espectros que ya no están, hasta que me atraparon su magia evocadora, el aire nostálgico, los trucos de Méliès o Segundo de Chomón… Todo”. La pasión ha derivado en pintoresquismo: a Josete le ha dado ahora por devorar filmaciones rarísimas en busca de inspiración. “Entro en foros de cine mudo danés o japonés, pero también en películas caseras de principios del siglo XX. ¿Conoces a alguien interesado en cintas con escenas familiares en el Wisconsin de 1930? Pues sí: ¡yo!”.
Asume que con el regreso de las giras volverán las apreturas en su agenda, pero no le importa. “Me aturulla el protagonismo”, insiste. Sabe que le quedan asignaturas pendientes, en particular dos: componer alguna banda sonora y animarse a escribir y cantar canciones. “Lo primero sería un sueño, la verdad. Y en cuanto a lo segundo, vuelve a bloquearme el pudor. Eliseo Parra, al que le hago todas las segundas voces, me regaña muchísimo: ‘¿A qué esperas para hacer un disco cantado?’. Tengo que ponerme a ello, sí o sí”.
Y sonríe antes de emprender camino de regreso hasta Olmeda de las Fuentes, el municipio de apenas 350 habitantes, ya fronterizo con la provincia de Guadalajara, donde reside desde hace 13 años. Allí comparte empadronamiento con pintores, artistas de diverso pelaje o su vecino más cercano, Demian Reolid, un joven luthier especializado en la construcción de instrumentos renacentistas como archilaúdes o vihuelas. “Los olmedeños somos una especie de aldea gala, a lo Astérix”, bromea. “¿Y sabe lo más divertido de todo?”. Josete Ordóñez se regodea en el silencio enfático antes de ofrecer un último dato inimaginable: “Mi pareja, Victoria Roldán, es desde junio de 2019 la alcaldesa del pueblo. Es decir, yo soy el consorte. También en eso ejerzo de personaje secundario…”.
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