Por una campaña sosaina y aburrida
La política de las emociones convierte las campañas electorales en circos mediáticos
Resulta inaudito ver a un candidato defendiendo por los platós su sosería. Es lo que ha hecho Ángel Gabilondo ofreciendo, en vez de boutades y espectáculos, un hipotético gobierno sensato y alejado de sentimentalismos, amarillismos y docudramas, alejado de la “política de las emociones” (véase el libro de Toni Aira publicado por Arpa). A Jorge Javier esto no le daría ni para cinco minutos de circo televisivo.
Su lema es “soso, serio y formal”, un trasunto del “feo, fuerte y formal” que cantaba Loquillo, porque Gabilondo feo no es (tiene la frente amplia del pensador, la claridad en los ojos, etcétera), aunque, es cierto, con esas gruesas gafas de pasta también tiene algo de la sobriedad de los altos dirigentes de la República Democrática Alemana, tipo Erich Honecker.
El catedrático de Metafísica, ex rector de la Autónoma, es un filósofo de los que, según Wittgenstein, se dedican a “luchar contra el embrujo de nuestro entendimiento por el lenguaje”. Por eso el profesor debe flipar, aunque no lo diga para no quedar snob, con el nivel moral e intelectual de la arena política en la que chapoteamos, tan lejana al imperativo categórico kantiano (por decir algo que caía en COU). Ahora al que ofrece argumentos sólidos, al que se basa en la evidencia, al que apuesta por el debate, se le tilda de aguafiestas en las reyertas de navajeros de Twitter o, simplemente, pasa desapercibido. Su hermano Iñaki, por cierto, también está harto.
La derecha trata de embrujar nuestro entendimiento pervirtiendo palabras como libertad sin ningún miramiento.
La derecha trata de embrujar nuestro entendimiento pervirtiendo palabras como libertad sin ningún miramiento (tampoco a los manuales de filosofía política). Otro, en algo que quedó para el chiste pero que es muy serio, decía regresar al teatro para luego ingresar en el enésimo partido. El de más allá, ya se ha dicho, se toma la campaña como una serie de Netflix. Etc. Mientras tanto en los tribunales se indaga en la corrupción generalizada en la cúpula del PP y nadie hace ya demasiado caso, porque hemos asumido lo extraordinario como la nueva normalidad. Hay una extraña sensación de impunidad: es inevitable pensar en esos países civilizados donde, según cuenta la leyenda, un servidor público dimite honorablemente si se desvela que le robó la plastilina a otro niño en el colegio.
Vista esta banalización del debate público, quizás la campaña antilírica y emocionalmente austera de Gabilondo no sea descabellada. Aunque se le haya acusado de estar más ausente que José Antonio,quizás haya un sector no desdeñable de la poblaciónque compre este relato, harta de que se diriman los asuntos públicos con la épica y el brilli brilli de Los Caballeros del Zodíaco. Es curioso: las campañas electorales, que ahora nunca cesan, le hacen perder a uno la esperanza en la democracia. Deberían repartir los programas y dejarse de cuentos. A los pocos días, votar. La política debería volver a ser aburrida.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.