_
_
_
_
BOCATA DE CALAMARES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La algarabía del toque de queda

Momentos antes de la hora de cierre y reclusión, la ciudad hierve

La Gran Vía el pasado diciembre.
La Gran Vía el pasado diciembre.Olmo Calvo
Sergio C. Fanjul

Señores, perdonen, tenemos que ir recogiendo que son las nueve menos veinte. ¿Ya?, pero si queda un rato. Eso, podemos tomar otra, aunque sea del trago. Lo siento señores, no es por nosotros, es por la ley. Los camareros apilan las sillas de las terrazas formando columnas que parecen robots con cifosis. Las farolas tiñen las calles de amarillo y el cielo tiene ese color violáceo del que solo se salva alguna estrella. Es viernes, va a llegar el toque de queda y hay un extraño ajetreo en las calles.

Uno con sombrero y guitarra canta Pereza y otros éxitos del pop rock español en la esquina con Gran Vía. Las masas paseantes, aburridas a la par que excitadas, corean “Leidiiiiiiiii Madriiiiiiiiiiií”, como en un concierto improvisado. Suena como una verbena cuando uno toma, algo apartado, un mini y un bocata con los amigos: ambiente nocturno a la hora de la Familia Telerín. En las franquicias textiles multinacionales, con sus luces excesivas y sus flacas nalgas al viento, cierta ciudadanía hace cola con desesperación, temerosa de tener que volver otro día a por esos pantalones de precio increíble. Carlota, porfi, espera tú la caja que yo voy rápido a por unas bragas.

Más información
Todo sobre la crisis del coronavirus

Todo escupe gente: los bares, las tiendas, las librerías, los supermercados, todo el mundo sale de todas partes amasándose las manos con gel hidroalcohólico, como si fuera a ocurrir algo suculento, como si se fueran a poner manos a la obra. Madrid parece, ahora sí, la ciudad que nunca duerme, precisamente porque todo el mundo se va a casa a dormir, o lo que surja. Colegas, otro día nos vemos y burlamos la ley, ¿eh? Gran Vía, Callao, Sol, Carretas, son un correcalles, prisa en todas direcciones, cierta algarabía, como la que había antes, cuando esta ciudad presumía de nightlife. ¿Dónde están esos franceses que vienen en tromba porque esto es el reino del cachondeo y la libertad? No sé, tío, seguro que dentro de ese garito hay un montón de parisinos escondidos poniéndose finos a whiskolas y cocaína.

Está muriendo mucha gente, pero no se nota. ¿Vamos en metro? Joder, está petado. En el vagón se intuyen acrobacias víricas, pero continua el ambiente festivo, como si en vez de irnos a casa fuéramos a un festival periférico. Alrededor de mi portal hay tensión mientras se compra lo último necesario. Un par de patatas y un calabacín. ¿Oiga, no queda pizza cuatro quesos? Mejor pon otra litrona que nunca se sabe. Uno, en una esquina, muestra un cartel en el que ha escrito 1. que es español y 2. que necesita una ayuda para la pensión. Joven, suba usted por las escaleras, que no cabemos en el ascensor. Al cabo de un rato, me asomo al balcón. No queda nadie, más allá de aquellos que no tienen a donde ir. Incluido ese que dice ser español.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_